Cuando el amor se va, cuando el amor te deja,
nada huele,
nada sabe.
La vida de todos los días solo percibe,
medio ausente, medio destrozada,
lo minúsculo,
goteos suspendidos entre el ruido de los relojes
y el suelo,
de pequeños instantes
insignificantes,
que te empujan a creer en el tacto de algo físico
que no es piel,
sino aire, hierba mojada,
asfalto rugoso, madera,
las manos de tu madre,
todo lo que antes te tocaba de pasada
mientras tus músculos se tensaban cuando,
sin querer,
pensabas en un ápice de lo que pudiera ser ella.
Ahora, el ruido de relojes no cuenta,
encalla y muere en la pared,
como quien se estampa creyendo que vivía
para calmar la sed con las propias venas abiertas
de la que un día interrumpió su sueño
para susurrar de tripas un te quiero?
Que mueran todos los momentos,
humo con ellos,
pues sólo son motivos, espinosas razones
para echarse a llorar en este suelo
tan sucio de lágrimas amargas?
Baldosas saladas
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