Un día apareciste tú. No eras como las demás. Tus ojos tenían "algo especial", tu sonrisa otro "algo especial", y juntos hacían de ti una persona especial, pero no especial como todas, sino más especial que las demás. Tu pelo rizado, enrevesado como los sentimientos que brotaban de mi interior, y que me hacían cosquillas en el estómago. Tu piel, el olor de la crema hidratante después de la ducha, pero sobre todo tus besos, me hacían perder la cabeza. Cada vez que juntábamos nuestros labios, deseaba detener el tiempo, y cuando los separábamos, deseaba acelerarlo para juntarlos de nuevo. Esa sensación la sigo teniendo, como si me fuera a ahogar sin tus besos.
Hasta cuando respiro, el corazón no para de golpearme el pecho, rítmicamente, tam, tam, tam, tam... no deja de recordarme a cada instante lo que significas para mí, lo que te quiero y lo que deseo que seas feliz. Porque la felicidad es algo con lo que naces y tienes de pequeño, pero que vas perdiendo con el paso de los años. Va muy ligada a la inocencia. A medida que pierdes inocencia y eres consciente del mundo que te rodea, vas perdiendo felicidad, pero tú has conseguido devolverme mi inocencia. Me siento como el niño pequeño que fui y que se ilusionaba cada vez que iba al colegio porque podría ver otra vez a sus amiguitos y podría jugar con ellos a miles de cosas. Has conseguido despertar al niño que llevo dentro y que se ilusiona cada día con volver a verte y a poder abrazarte, como si de un juego se tratase. Pero esta vez no, no es un juego, es la propia vida la que me incita a jugar y a divertirme, a divertirnos. Es la vida la que me dice que si tú me faltas, yo no soy nada. La vida tan puñetera como siempre, y a la que ahora tengo tanto que agradecer porque tengo algo que siempre quise, que todo el mundo busca, y que es tan complicado de encontrar.
Eres increiblemente bella, por dentro y por fuera, y día a día me siento más orgulloso de estar contigo, de poder compartir este trozo de mi vida que llevaba descolgado tanto tiempo. Ahora mismo no siento envidia de nadie ni de nada, porque se que todo lo más grande del mundo lo tengo a tu lado, y porque haya un cielo o haya un infierno, daré gracias a quien sea por haberme otorgado esta oportunidad para ser feliz que no pienso desaprovechar.
Quisiera decirle a todo el mundo lo que siento por ti, que se enteraran todos, desde el bebé que está naciendo en estos momentos, hasta aquel que está a punto de morir, y me gustaría expresarme también con las plantas y los animales, para que supieran lo que llevo dentro, e incluso a las piedras. Si hubiese una palabra para definir todo lo que siento por ti, sin dejar de lado ningún sentimiento, estoy seguro de que se quedaría obsoleta, pues probablemente pocas veces en la historia se ha debido amar a alguien como te amo yo a ti. No te siento simplemente como mi novia, como la persona con la que compartir mi vida, como alguien a quien querer. Te siento como yo mismo. Tú eres yo, y yo soy tú. Si tú sufres, yo sufro. Si tú ries, yo rio. Eso debe ser el amor.
El problema del amor, es que no son sólo palabras. De hecho las palabras son simplemente un instrumento para intentar expresar, sin éxito, lo que se siente. Lo realmente importante del amor es poder demostrarlo con hechos, con besos, con caricias, con miradas, sobre todo con miradas. Me encantaría que fueses consciente de todo el amor que te transmito en cada beso, en cada caricia, en cada mirada, y que te sientas como la mujer más querida del mundo, porque como dije arriba, eres especial, muy especial.
Esta vez no te voy a decir que te quiero, porque las palabras se las lleva el viento, pero quiero que te imagines por un instante la mirada que tengo mientras escribo esto y sobre todo el amor que transmite, porque todo esto no es más que un correo, un texto, frases, palabras, letras, pero lo que yo siento es algo que no se puede escribir, ni con la más bella de las miradas.
La mirada
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