Me quedé sin piercing a principios de verano pero con un vale-descuento para una pizzería en Palermo. Antes de todas las noches Rosellinianas y Tottianas, ya tenía una promesa en el bolsillo, tenía forma de furgoneta, de hombre tranquilo, de vientos árabes y mañanas sin destino. Era una promesa al estilo ?Siempre nos quedará París? pero en color y sin avión, en su lugar un barco que solo cruzaba un pantano. Pero fue mas el tiempo que la distancia, porque la distancia se la hace uno mismo, y el tiempo nos devuelve a los que se van, casi siempre. Y en este ?casi?, fallé. Así que con mi vale-descuento empecé a repartir promesas, para así poder romperlas y reírme. Y me quedó otro sueño amordazado. Como me amordazaron a mí en ese film de terror, donde me cortaron el cuello y me enterraron en un agujero después de romperme toda la ropa. Pues hice de actriz ?secundaria- por mis ojos azules. Unos sueños se cumplen y otros rozan el abismo de los imposibles. Se rompió Cádiz, pero le dediqué un poema. Se hundió Grecia, pero quizás mejor, así con ella se hundieron todos los fantasmas del yogurt y ya no se romperán más platos en danzas folklóricas. Me comí Valencia, la hice sangrar por las noches y casi la hiero de muerte, pero me llevé almendras y un poco más de amor de unos ojos verdes y de otra boca llena de palabras, harta de vino, nicotina, cine, literatura, güisqui y café, como la mía.
Un día las playas del norte gritaron mi nombre para bañar mi piel disecada por un sol de agosto que alteró las hormonas a más de uno. Y fui. Y bañé mi cuerpo atenta a las medusas, ese bicho rosa transparente que tanto asco me da. ¿O era miedo? En fin, que sin promesas ya, sin miradas atrás, y apreciando cada uno de los grados de alcohol que tiene la Estrella, pasé mi verano más largo que corto. Bailando mi Reggae en las playas y fiestas mayores, mi rumba, mi rock, mi ska y mi Cha cha cha del tren... sin parar de dar vueltas al fuego de mis malabares. Me ahorré veinte euros arriesgando mi sexo al saltar la valla del mejor concierto que he presenciado. Tuve un encuentro con mi primer recuerdo bonito, y acabamos aquello pendiente que tienen todos aquellos que solo se dieron un beso y palabras de amor cuando tenían quince años. Y fue cuando más sonreí.
Y hubo algo más, pero lo guardo en secreto porqué a veces es bueno guardarse algo para uno. Y la verdad que es mejor curarse en salud y callarse. Y aquí no se acaba, volé hacia una esfera de magia, colores, payasos, música y tiendas de campaña, esa cita obligada de cada setiembre en un pueblo pequeño de calles que rebosan teatro y sonrisas, de veras, un sueño.
Y ahora, después de todo o de nada, llueve. Y así se limpia todo este polvo de días de viento. El que se llevó mi vale-descuento y me dejó sin Lambrusco, sin Marruecos, sin Caños de Meca y sin una remota Argentina. Eso sí, me quedan las cáscaras de pechinas y berberechos colgando de cuerdas blancas en los tobillos de todos aquellos que se acordaron de mí en sus trayectos. Y quizás después de todo aún me quede un poco de aliento y algún cigarrillo trucado en el bolsillo de esa mochila que a veces se pregunta si ya la olvidé.
Días de Pulgas.
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Mi niña de ojos color mar... no puedo seguir su ritmo vital ni sentado en mi escritorio, en Toledo, viendo la iglesia de San Juan de los Reyes... que creo que es lo único que te queda por ver este verano... o cualquier otro verano...
Sabes que tienes cama, techo, portatil, lápiz, lienzos y mi corazón a orillas del Tajo... aquí te esperan, y aquí te espero.
Eres la malabarista más certera con las palabras para darle forma de libertad, viento y olas... olas, olas que que desembocan en los ojos, en los ojos color mar de mi dulce niña. Cuidate mucho... te echo de menos.
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