OJOS DE GIRASOL
Fue en las costas de Galicia donde conocí al niño de los ojos de girasol. Vivía en un castillo de arena pegadito al mar. Recuerdo con claridad aquella noche de verano en que hablamos de la Luna. Le conté que me resultaba un ser melancólico. Al vivir tan alto y ser infinita veía todas las cosas horribles que sucedían en la Tierra. Yo entendía su tristeza pero me apenaba mucho verla llorar cada noche. Él rió escondiendo el rostro entre sus brazos. No - me dijo sin ocultar la sonrisa - la Luna no llora. Es una muñeca con dos coletas. La observo cada noche desde la única ventana de mi castillo. Ella siempre baila y canta y ríe. Yo la veo y ella me ve porque sabe que la escucho. Es una muñeca con dos coletas…. Estas fueron sus últimas palabras antes de caer rendido sobre mis piernas. Aquella noche fue la última para los dos. Me quedé despierta velando los sueños de mi pequeño amigo que descansaba mientras un hilillo de baba resbalaba por su barbilla mojando mi falda. Pensé en la luna; en la única ventanita del castillo de arena; en el misterio de las risas y en el largo viaje de regreso a casa que me esperaba con el nuevo día.
Me despierto con el corazón encendido. Oigo la lluvia furiosa golpear la ventana. Parece como si las gotas quisieran con todas sus fuerzas penetrar en el calor de mi habitación. Mi cuerpo suda y moja mi ropa. Apoyo los pies sobre el suelo y me siento en la cama que mi piel también ha humedecido. Cierro los ojos y comienzo a recordar las horribles imágenes que han invadido mis sueños.
En esta noche fría de noviembre el niño de los ojos de girasol mira por su ventanita . La Luna no aparece. Duerme arropada por las nubes. Pero él sabe que está ahí. Algo extraño sucede, pues ella hoy no ríe. No baila. No canta. Nunca había visto una cara de espanto como aquella. La Luna horrorizada le grita que se aleje de la costa, que vuele hasta ella para salvarse. El pequeño asustado no comprende qué ocurre y antes de que pueda reaccionar una ola negra y malvada como la muerte entra en su pequeña morada. Sin llamar a la puerta. Sin piedad.
En un momento veo como la ola se convierte en un animal salvaje que abre su mandíbula y comienza a engullir todo lo que encuentra a su paso: La mesita de juegos, el oso azul que duerme en paz en una esquina, la pequeña ventana…
Necesito beber agua. El sudor se escapa por mis poros y siento cómo estos recuerdos secan poco a poco mi interior.
En la última imagen que retengo aparece mi pequeño amigo junto a la ventana. Su piel se ha convertido en un manto negro y viscoso. Intenta deshacerse de él, pero es inútil. Ese pulpo infernal ahora forma parte de su frágil cuerpecito. Solo las lágrimas que manan de sus ojos pueden contra la negrura. Posa en su mano algunas gotas saladas y consigue dibujar un circulito en el cristal desde donde ve tan solo a la Luna. Ella ya no llora. Serena, le tiende sus brazos para que él los atrape y pueda viajar hacia el cielo y salvarse. En el rostro del niño aparece una sonrisa de cartón.
La lluvia al fin ha cesado. Las gotas se rinden sin poder llegar a la calidez de mi refugio. El Sol colorado aparece tímido iluminando la ciudad. Mis ojos se cierran poco a poco sin que yo oponga resistencia. Sé que las olas negras sólo aparecen en las pesadillas y que mi niño de ojos de girasol se habrá despertado feliz para despedir a su amiga Luna y dar la bienvenida al Sol.
OJOS DE GIRASOL (diciembre, Laxe, galiza 2002)
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