No tenemos fe
al otro lado de esta vida
sólo espera el rock and roll
lo dice la calavera que hay entre mis manos
baila, baila el rock and roll
para el rock el tiempo y la vida son una miseria
el alcohol y el haschisch no dicen nada de la vida
sexo, drogas y rock and roll
el sol no brilla por el hombre,
lo mismo que el sexo y las drogas;
la muerte es la cuna del rock and roll.
Baila hasta que la muerte te llame
y diga suavemente entra
entra en el reino del rock and roll
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Murió Panero...
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- Registrado: Mar May 16, 2006 6:47 pm
- Ubicación: El Aaiún. Reivindicando el foro en alemán desde 2012.
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Estoy demasiado acostumbrado a escribir solo en Las Lombrices. Esto lo escribà allà hace un rato:
No siempre se van los buenos, porque tú no lo eras. Estabas condenado, lo sabÃas y nos lo hacÃas saber. Incluso nos condenabas a nosotros. Te sentabas junto a nosotros y querÃas compartir tu dicha. Balbuceabas por culpa de las drogas que te intentaban alejar de tu cordura. Otras veces balbuceabas porque sabÃas que nuestro pobre intelecto no estarÃa a la altura de tus palabras. Cuando lograba descifrarte, apenas te entendÃa. Italiano, francés, latÃn,... la tuya era la lengua de la poesÃa y, siempre gongoriano, obtuso ante el profano. Andabas desaliñado, siempre con media camisa fuera del pantalón. Tu imagen era pobre, casi tan pobre como tu alma o tu desgajado corazón. Desapercibido y escurridizo, a veces huidizo. Leopoldo no se dejaba encontrar aunque fuera un hombre de vicios y placeres reconocibles y abundantes. El poeta, el vagabundo, el enfermo, el soñador,... mermado por la legalidad que amparaba su tratamiento médico solo querÃa disfrutar del pequeño, pero sin embargo horrible, tránsito que le condujera a su ansiado destino: el infierno. Cabizbajo, siempre meditativo, llenaba de humo cada segundo, cada lugar por el que pasaba. Encerrado en sà mismo, Lepoldo quizás olvidó quien fue algún dÃa, quien era todavÃa.
Más allá de la imagen de El Desencanto o la sombra de Michi, Leopoldo dormÃa en incómodos bancos de hierro bajo la sombra de un flamboyán. Ahà estaba siempre, visible desde la ventana de las aulas donde aprendimos teorÃa de la literatura y la esencia de la poesÃa, pero nunca nos dimos verdaderamente cuenta que allà abajo podÃamos aprehender la literatura y cohabitar con el verdadero sentimiento de la poesÃa. Arrastraba una bolsa de deporte azul casi por los suelos. Las drogas, "medicamentos" decÃan, apelmazaban su paso y le infligÃan una pequeña cojera disimulada. Jamás le vi masticar comida alguna, pero no hay duda que la literatura era su alimento. Carne de su carne, sangre de su sangre, Leopoldo portaba huestes de palabras dispuestas a ser recitadas cuando pedÃa permiso para sentarse, observar y hablar. Cuando Leopoldo hablaba no lo hacÃa él, lo hacÃa la poesÃa. Por eso, muchos, no lo supimos entender.
Él era, sin duda, el último errante. Sus pasos, aún participando de lugares comunes, eran tristes y casi nauseabundos mientras recorrÃa las calles antes de volver a la prisión: el manicomio. La sociedad, nuestra sociedad y nuestra medicina, convirtieron sus pensamientos en un campo errático donde hacÃa ya mucho que la realidad habÃa dejado de existir. Él también erró, a veces con estrépito, pero no más que nosotros erramos al no saber acogerlo entre nosotros. Desde unos meses atrás buscaba su triste figura, pero él no quiso ser encontrado. HabÃa sido expulsado, otra vez más, de la vida. Alejado por caprichos del ignorante, renegado por los ilustres de la palabra y olvidado por los enseñantes del amor a la poesÃa, fue perdiendo, uno a uno, cada diminuto rincón en el que solÃa morir vomitando versos ininteligibles a los pequeños incautos que se acercaban a su figura.
Adiós, Leopoldo. La tierra no te ha sido leve. Nos volveremos encontrar en tu poesÃa, o en la de cualquier otro. Eres poesÃa, fuiste poesÃa. Te fuiste y apenas recuerdo la última vez que hablé contigo, al menos cinco años ya. Te fuiste y dejas un gran vacÃo porque personas excepcionales, en su miseria y su virtud, hay quien no llega a conocer en esta vida. Te conocÃ, tú dejaste que te conociera. Llenabas el espacio, impregnabas e inspirabas desde tu silencio, tu tÃmida sonrisa o tu eterna Coca Cola. Eras un genio, poseÃas aura, estabas tocado para bien y para mal por la mano de dios, o del demonio. Eras ya un genio y ahora lo serás más, desgraciadamente en la muerte. Adalides y aduladores, revisionistas y receptores de tu legado aparecerán por todas partes. Pero yo sigo recordando nuestros encuentros, como marcabas los tiempos, las distancias y esa extraña sensación, única en la vida, de estar ante alguien demasiado especial como para ser recordado con palabras, aunque estas fueran tu vida, que parecen carecer de significado ante todo lo que eres, ya fuiste.
CuÃdate, Leopoldo.
Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonÃa
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonÃa:
yo que todo lo prostituÃ, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.
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- Registrado: Lun Ene 30, 2012 9:09 pm
El artículo del país es de juzgado de guardia. Se nota muchísimo que lo ha escrito un matao mirando internet quince minutos. El título ("El poeta de la transgresión") es un disparate ya de por si, y además el artículo está plagado de perlas como que Leopoldo María era, además de poeta y ensayista, "actor".
Infamia de periódico, me da asco.
Infamia de periódico, me da asco.
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