
Tiempo ha...
Hubo un tiempo en que me sentí cucaracha. Caminaba por la calle y sabía que la gente me miraba. Distinto, inadaptado, observado, vigilado, marginado, señalado, despreciado, inmaduro, feo, indigno, drogadicto, delincuente, terrorista...
Sentía sus ojos clavados en mí. Una etiqueta. Un post-it colgado en un monitor. Un iman en la puerta de una nevera. Una chincheta en un corcho.
Pin, pam, pum. Veni, vidi, victi (¿era así? Da igual, lo has entendido). A implica B. Juicio rápido. Sin abogado. Juez y fiscal mirando por los mismos ojos.
Pero eso fue hace tiempo.
Hoy se (se? o siento? opción b.) que la mitad de la culpa, era de mis ojos, de mi cerebro (extraña máquina, ésta).
Pero tambien los he descubierto. Hoy se que los hay que miran como los perros (con perdón para ellos). Blanco y negro.
¿Huele bien? Me lo quedo. ¿Huele mal? No lo quiero. ¿En donde está el respeto? No el que otorgo, el que merezco. Da igual, si tu respeto habita en tus ojos o en mi aspecto, quédatelo. No lo quiero. Soy más feliz sabiendo que quien me acepta, lo hace por lo que hay dentro. No quiero el respeto de tus ojos. Quiero el de tu cerebro (el de tu corazón). Búscalo, está por ahi dentro...
Mientras tanto, seguiré regalándote el mío (el respeto, que corazón me queda poco, pero suficiente).
Lo peor (mejor?) que os puedo desear es que un dia dejeis de guiaros por el olfato, por los ojos de la cara, y abráis los del alma.
No pienso volver a pediros perdón. Salvo que piense que os lo merecéis.
Voy consiguiendo poner las cosas en su sitio.
Amén. (Pero un amén laico, eh! "Así sea...")