Con el torso desdibujado,
tocado a trasquilones,
volvió a renacer una primera
sin serlo,
sintiéndose tímida y cauta
como el aire cuando entra por la rendija
de una puerta.
Insistente media luna
tumbada en el tramo del ombligo y la entrepierna;
tan poco entiendo,
tan poco sé de cómo tocarte
que me lo invento,
me escondo entre tus dedos
y te aprendo a cada paso,
en el vaivén de nuestros cuerpos,
cuando no sé cómo te llamas
y me barro los pies apresurada.
Vente conmigo... hagamos de esta cama
un océano donde tan sólo dos sombras
habiten.
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