“Perros verdes y rubios de ojos azules”

[Roxanne]

?Perros verdes y rubios de ojos azules?

El histrionismo de los mudos de valor yace en el nicho de las rarezas, de los desiguales, de los apartados del común, por si contagian la enfermedad de las ideas propias en la vacuidad de cualquier regla despedazada de una calle cortada por eternas obras.
Lo normal y lo extraño, lo adecuado y lo que está fuera de lugar, la mariposa y el horrendo gusano. El imperio de los iguales, desde que nacieron las miradas, sigue firme con cicatrices de pequeñas piedras en las espinillas, los perros verdes merodean las esquinas más oscuras mientras ellos, los que piensan unánimemente en el círculo vicioso de la rutina ideológica, por los siglos de los siglos y hasta que muera disecada como si de la cabeza de un cervatillo se tratara, juzgarán cualquier anomalía privándose de cualquier descubrimiento.
Dicen que el amor, en todos sus campos, es el sentimiento universal más codiciado y bello, que es un efímero cuento que dura toda una vida, también efímera, para acabar en un final abrazado con rosa en pecho. Que lo digan los sacerdotes: ¡qué bello es el amor!, nosotros nos amamos, pero no es oro todo lo que reluce y, cómo no, como si Hitler tan sólo hubiera sido el deseo y el miedo de todo el batallón de comunes luchando por un solo ideal adornado con bellos iguales, su vena turgente explota en odio, negando el anhelado efímero sueño a todos los desiguales.
Pero los sacerdotes sólo son el principio de una cadena, por qué no añadir a cualquiera, cualquier político, cualquier extranjero, cualquier negro, cualquier hombre de bien, cualquier niña cruel... cualquiera. Cualquiera puede coger las riendas de la odiosa frase que derrumba el sentido del temeroso latido: NO. NO a ti, a tu forma de sentir, a tu forma de actuar, a tu color de piel, a tu forma de hablar, a tu fealdad, a tu gordura, a tu color, a tus creencias, a tu forma de vestir, a toda tu persona, TÚ, eres odiosa.
El imperio de los comunes, con sacos llenos de palabras crueles y otros tantos de asqueadas miradas, nos dice adiós con el dedo corazón alzado en la frente cuando miran de reojo, los perros verdes agachan la cabeza y siguen su camino. Otros, en cambio, deciden seguir en su estrecho callejón, descalzos y con una sonrisa, porque no hay nada mejor que poder ver un error y reír satisfecho en el rostro de la ignorancia, admirando su ideología en la contrariedad de su persona, deduciendo que ni ellos mismos pueden descubrir su verdad por miedo a quedar fuera de las calles sin esquinas.