Lo inhumano del despertar madrugador
y la mordida sin veneno de la ensalivada incansable,
son tan sólo dos matices del principio
de cualquier historia,
de cualquier cuento para no dormir y sudar
admirando la noche iluminada, mientras piensas
en gatear hacia el tejado.
La esencia de la prohibición
se enredan en las frágiles muñecas,
en el ?¡llaman a la puerta!? del machista,
mientras el sabor de la saliva
se abre paso en la mirada perdida
de los que desean sin descanso,
en la belleza informal de la calle vacía
y a la vez tan rebosante de vida.
Se abre paso el vistazo atrevido de unos ojos mentirosos,
verdes cuando lloran, color miel cuando
el huracán de pensamientos conmueve otro
momento desperdiciado con la rabieta diaria,
la queja insaciable de una prisión con ventanales.
¡Que tan sólo somos presos impacientes!,
¡somos ángeles con las alas que sufren de alopecia!,
¡somos la imperfección del universo!,
exigiendo no estar equivocados
en el aluvión de los fenómenos que nos abrazan con ternura
maldiciendo el día en el que nacieron las preguntas.
“La imperfección del universo”
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