Duende tráeme la seda,
ensucia de carmín el aire,
escóndete entre la madera
de la estaca que me clava al mirarme,
y déjame que le acaricie el pelo,
que me venda a su respirar,
y que se sienta el mio receloso
de ser brisa en su soñar.
Que fue en el hueco de un árbol
sin hojas y desprotegido
donde encallé mi cariñosa mano,
que era apétala por su destino,
porque no quería que una flor
se inventara alguna historia,
de mentiras y de rencor,
ausente de mi memoria.
Yo solo quería,
dibujar bocetos en su piel,
y que mis manos sin tinta,
fueran brocha y pincel,
que mis labios fueran nubes,
para completar su cielo,
que silencioso y solito la cubren
con bocanadas de aire fresco.
Y yo, escondido tras el Sol,
darte un poco de calor,
y andarte a veces embarrado,
como puto y fiel ladrón,
que te roba las sonrisas,
y te las da de dos en dos,
y otras veces con las prisas,
se le olvidan,
en tu mágica prisión.
Sus barrotes, tus labios,
su ventana, tu voz,
los reos, tus besos,
y su carcelero, yo.
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Y entre barrote y barrote,
posar tu mirada,
por donde se escapa,
mijilla a mijilla,
tu "dame un beso",
que mi mirada brilla.
El Carcelero
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