El Hotel Torralta - Todo juntito, ke se lee mejor.

Poesía y relatos.
Cronos
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El Hotel Torralta - Todo juntito, ke se lee mejor.

Mensajepor Cronos » Vie Sep 03, 2004 8:06 am

Mirando al pozo.

Miguel.
Cada noche... cada noche vuelven las pesadillas. Cada noche la misma escena repetida una y otra vez en las profundidades de mi mente hasta el punto de hacerme temer al sueño. Todas y cada una de mis noches desde entonces me llevan de nuevo al mismo lugar, a la misma situación, al mismo momento. Nunca te perdonaré lo que hiciste, y nunca olvidaré tu pecado. Me robaste mi imagen, lo que yo quería ser. Me robaste lo que más quería y nunca podré perdonártelo. Espero que te pudras en la cárcel y que nunca salgas de allí.
Desde aquel día no sé vivir, no tengo fuerzas, no tengo voluntad y no tengo motivos para seguir. Desde que me lo robaste nada tiene sentido. Continúo viviendo solo para demostrarte que no podías destruirme a mi destruyéndole a el. No podrás… al contrario, seguiré queriéndole y recordándole, y seguirá siendo mi modelo a seguir. Púdrete, maldita, púdrete y sufre porque eso es lo que yo he tenido desde entonces. No tenías derecho… no lo tenías… maldita…me robaste mi infancia y mi juventud… me robaste mis sueños y mis deseos… me robaste mi vida… no puedo perdonarte, porque no puedo olvidar…


Vanesa.
Odio los espejos. Los odio. Nada miente más que ellos. Nada es más cruel y más despiadado. Nada ni nadie más perverso. Todavía me cuesta enfrentarme a uno. Mi vida ha girado en torno a ellos hasta convertirse en una cruel broma de mal gusto. Espejos, cámaras, imágenes. Quien dice que la belleza es algo interior miente, y lo hace de manera cruel. Nadie sabe eso como yo. Nadie puede imaginarse lo asquerosamente cruel que es la gente ante la fealdad. Nadie.
Nunca he dejado de sentirme fea. Ahora ya sé que pertenezco a una especie hipócrita y falsa que miente cada vez que habla. Los que dicen valorar el sentimiento, la inteligencia o la cultura por encima de la imagen mienten. Todos y cada uno de ellos son hipócritas que se intentan convencer a si mismos de que su corazón y su cabeza gobiernan sobre sus ojos, cuando saben que es mentira. Cuando eres feo, nadie te respeta. Cuando eres distinto, nadie se acerca. Odio a los seres humanos. Me odio a mi.


Carlos.
El fuego. Es tan hermoso. Tan bello. Tanto que podría decirse que, a simple vista parece inofensivo. Cuando uno fija sus ojos en la danza de las llamas es imposible no sentirse hipnotizado. Su movimiento caótico, a la vez repetitivo y desordenado, a la vez rítmico y cambiante. Podría estar mirando una hoguera durante horas. Viendo como evoluciona, como cambia, como poco a poco gana y pierde fuerza, como se alimenta de su combustible. Me fascina.
Nunca he dejado de recordarte, Luis. Cada vez que veo el fuego. Nunca he dejado de desear entrar en él y desaparecer en él como tú. Nunca he dejado de sentir que en cada fuego estás tú… de nuevo vivo, de nuevo entre las llamas… como yo te recuerdo. Adoro el fuego… nunca puedo dejar de mirarlo ni de pensar en el… porque tú te lo mereces. Nunca morirás mientras pueda verte entre las llamas…


Teresa.
Oh, señor… has hecho tan borroso mi camino… me has hecho dudar tanto… que ahora la duda no se va. Me he preguntado tantas veces el porqué… el porqué de lo que sucedió aquel día, el porqué de mi pena, el porqué de mi error… mi error… pero… ¿Cómo no iba a cometerlo? ¿Cómo podía amar algo que no era fruto del amor sino de un acto horrendo? No podía. Entonces mis sueños se veían inundados por las caras de los siervos del diablo, con lo que había sucedido aquel día… y ahora… ahora en mis sueños puedo ver a aquel al que no le permití vivir… ¿Cómo puedo continuar con mi vida?¿Cómo puedo redimir mi pecado? ¿Cómo puedo devolver el daño que he hecho? Señor… necesito que me ilumines porque hoy ya no sé nada… hoy ya no se si soy digna siquiera de rezarte, de dirigirme a ti…

Zoran.
Sigo viendo caras. No siempre son las mismas. No siempre son iguales. Hombres, mujeres, ancianos, niños…Y siempre con la misma expresión. Siempre la misma, exactamente la misma. Y siempre siento lo mismo. La misma sensación de poder absoluto. La sensación de ser dueño de alguien hasta el punto de decidir sobre su vida y su muerte, sobre la cantidad de dolor que va a sentir antes de morir… la capacidad de decidir el momento y la forma del fin de una vida humana. Y ellos me imploran. Al principio. Después, acaban pidiéndome que los mate a ellos. Siempre es igual. Siempre fue lo mismo. Siempre igual de sencillo. Una familia. Dos familias. Cien familias. Que más da. Yo sólo hacía mi trabajo. Y mi trabajo era matar. Y lo hacía bien. Son tantas las caras que acuden… tantos los momentos. Solo hacía mi trabajo. Solo cumplía con mi deber. Otro lo hubiera hecho si yo no lo hiciese. Quizá me lo hubiese hecho a mí.
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Mensajepor Cronos » Vie Sep 03, 2004 8:07 am

Todo camino tiene un primer paso.

La berlina azul de cristales tintados iba a demasiada velocidad. La carretera era estrecha y la pendiente pronunciada, pero sin duda quien conducía era un experto piloto. Subía y bajaba marchas como si fuese un profesional, y trazaba las curvas con una precisión extraordinaria. Los rugidos del potente motor cada vez que reducía una marcha o aceleraba de nuevo y el grito chirriante de los neumáticos al entrar en cada curva rompían el monótono silencio que solía cubrir el tranquilo valle, al que hacía ya muchos años que no acudían ni los habituales pastores trashumantes. Las laderas de las enormes moles de piedra que lo circundaban estaban cubiertas por un espeso bosque de abetos y pinos desde su parte más baja hasta cerca de sus cimas, que a pesar de estar ya empezada la primavera todavía estaban cubiertas por los últimos rastros de nieve. Aquella mañana hacía un sol espléndido, y el Hotel Torralta mostraba su mejor cara bajo los todavía tibios rayos del sol.
El hotel estaba situado en un lugar realmente privilegiado. Era prácticamente la única edificación en el hermoso valle, o al menos era la única que se seguía utilizando. La extensa finca en la que estaba la casa ocupaba casi la mitad de la hondonada, y llegaba hasta la ladera de la montaña que cerraba el valle por el norte. En la parte más baja de la propiedad habían construido un campo de golf de doce hoyos, y en la parte alta, en una amplia explanada, estaba el antiguo castillo rehabilitado. Tenía planta rectangular, reforzada en las esquinas por cuatro torres que aunque habían parecido bastante más altas antiguamente, ahora eran sólo adornos que sobresalían un par de metros por encima del nivel del tercer piso del caserón y servían a los visitantes para observar el paisaje relajadamente. Realmente la rehabilitación del castillo había tenido bastante poco de rehabilitación y mucho de reconstrucción. Únicamente se habían utilizado lo que sin duda eran las murallas exteriores del edificio, y el diseño de la única torre que quedaba en pie se había trasladado a las otras tres. Además, se había cubierto por completo el patio interior, convirtiendo el antiguo castillo en el actual caserón, y se había añadido un piso más, construido en madera, sobre la estructura de piedra. Ya desde la ladera de la montaña se podía ver que prácticamente todo el exterior del caserón estaba cubierto por hiedra, dándole un aspecto aún mejor, con los brillantes huecos de las numerosas ventanas, y el gris de la piedra y el blanco del encalado de la parte de madera asomando por entre el denso verde de las plantas trepadoras. En la parte trasera del hotel estaba el edificio de la piscina cubierta, de forma rectangular, con el techo inclinado hasta llegar al suelo en uno de los lados cortos, y con los lados largos cerrados por amplias cristaleras que brillaban bajo la luz del sol. A su alrededor también había varias pistas de deporte.
La berlina llegó a la verja exterior del hotel, que se abrió al momento, y avanzó lentamente por el camino de tierra que cruzaba el bellísimo y amplio jardín que cubría la parte frontal de la casa. El jardín había sido diseñado por el primer dueño del caserón, que era un experto en el tema, y había intentado recrear el estilo de los grandes palacios del barroco. Todo el jardín era un laberinto, y casi todo en él tenía un complejo motivo y un significado que sólo el ojo experto o bien aconsejado podían observar. En medio de las altas paredes vegetales, aquí y allá, había esculturas de estilo clásico. Cada una de ellas, como todo en aquel jardín, representaba algo, tanto por el lugar en el que estaban ubicadas, como por el propio significado de la escultura. Varios expertos habían intentado desentrañar todos los misterios del jardín, utilizando como guía las notas de su diseñador, pero todos habían concluido que, a pesar de haber avanzado y mejorado el trabajo de los anteriores expertos, aún faltaba mucho por descubrir y desentrañar, y que probablemente jamás se revelarían con absoluta certeza todos los mensajes que había ocultos en el jardín. Desde luego, a ojos de alguien inexperto, el jardín era un espectáculo en si mismo, y un lugar en el que perderse con tranquilidad y en el que cada día uno se encontraba con algo distinto.
La berlina giró por la plaza circular que estaba ante la fachada principal del hotel, y se detuvo frente al camino que conducía hasta la puerta principal. La puerta del conductor se abrió inmediatamente, y un hombre de pelo negro y cortado al uno, con gafas de sol, vestido con un pantalón de pinzas gris oscuro, y camisa gris claro bajó, abrió la puerta trasera del lado del acompañante, y esperó junto a ella, como si de una rutina se tratara. Su jefe era más joven que él, no debía de llegar a los treinta, y llevaba el pelo castaño oscuro engominado hacia atrás. Su rostro era delgado y de rasgos marcados, destacando sobre todo sus cejas finas y pronunciadas, sus ojos de color azul claro y una nariz recta, casi clásica, que en general le daban un aire de seriedad impropios de alguien de su edad. No era muy alto, no debía pasar del metro ochenta, y vestía un traje, sin duda muy caro, de color azul oscuro, y una camisa azul, aunque no llevaba corbata y llevaba el botón superior de la camisa desabrochado, lo cual le daba cierto aire informal. Miraba y se movía con una seguridad casi desconcertante, como alguien que está acostumbrado a que sus palabras y sus gestos sean observados casi con cautela.
Bajó del coche e indicó al conductor con una seña que bajase las maletas. Acto seguido comenzó a caminar hacia la entrada, donde ya le esperaba una figura alta, de pelo gris, y vestida con un traje gris muy oscuro con raya diplomática. No me gustan los mayordomos. Nunca sabes si mandan más o menos que sus jefes. El hombre esperó perfectamente inmóvil junto a la puerta hasta que el nuevo huésped llegó a la entrada.
-El señor Cervadas, imagino.- La voz del mayordomo era suave y contenida, y tenia un acento particular, neutral e inexpresivo. Su voz parecía la de una máquina en lugar de la de una persona.
-Así es, Miguel Cervadas.
-Le estábamos esperando.-El mayordomo hizo un ademán invitándole a entrar.- Adelante señor, no se arrepentirá de haber elegido nuestra casa.
Espero que no. El arrepentimiento no es más que una mala excusa.
El conductor esperó a que un botones saliese a por las maletas de su jefe, se volvió a subir a la berlina y, conduciendo con el mismo estilo con el que había venido, se fue.
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Mensajepor Cronos » Vie Sep 03, 2004 8:08 am

Egos.
La Sinfonía del Nuevo Mundo sonaba en el hilo musical, creando una atmósfera extraña en la lujosa sala de estar. Las paredes interiores estaban recubiertas de madera, mientras que las exteriores, que daban a la parte baja del valle, eran de piedra gris y tenían dos ventanas amplias y cubiertas con cortinas ocres. El suelo de parqué estaba cubierto por ricas alfombras con motivos medievales, y buena parte de las paredes también estaban cubiertas por bellos y probablemente caros tapices en los que se podían ver desde retratos hasta escenas de batallas. Una gran lámpara metálica colgaba del alto techo, aumentando aún más la sensación de fastuosidad y el aire medieval, más reforzado todavía por las dos armaduras completas que estaban a ambos lados de la puerta del vestíbulo. Lo único que rompía en parte la sensación de antigüedad de todo era una mesa de billar que estaba situada cerca de la esquina formada por las partes de piedra de la pared. En el centro del cuarto había una mesa, un tresillo y varias butacas de refinado gusto renacentista.
Sentada en una de las butacas, leyendo una revista de moda con aspecto aburrido, había una mujer. Aunque no debía sobrepasar los treinta y cinco, iba demasiado maquillada, dándole un aspecto quizá mas maduro del que tendría sin maquillaje. Su pelo era liso y negro, perfectamente cuidado, y le llegaba hasta algo más abajo de los hombros, enmarcando sus bellas facciones. De piel clara, sus ojos achinados aunque grandes y de un hermoso tono verde azulado le daban a su mirada un gran aspecto de seguridad y serenidad. Su nariz, levemente respingona, labios gruesos y expresivos, pómulos levemente marcados y su afinada mandíbula la hacían una verdadera belleza, con un aire misterioso y medio oriental. Su cuerpo, sin duda escultural y con medidas de modelo, aunque no excesivamente voluptuoso, hacía aumentar más si cabe la singular belleza de la mujer. Vestía con un holgado jersey gris de lana, de cuello vuelto, que no acababa de ocultar su espléndida figura y unos pantalones vaqueros que le sentaban como un guante. La mujer oyó la voz de Alfredo, el mayordomo, y de su acompañante. Antes ya había oído el sonido del coche que llegaba, y por la ventana del fondo había podido ver cómo aquel chofer con ansias suicidas hacía el trayecto de bajada al valle. Espero que el nuevo huésped sea un poco más interesante que el novelista o ese yugoslavo. Esto hasta ahora es bastante aburrido.
Miguel entró en la sala de estar tras el mayordomo. Echó un detenido vistazo de arriba abajo a la escultural mujer. Me suena de algo. Está buenísima. Ella le devolvió la mirada por un momento, y en seguida bajó la vista. Parece que le hubiera molestado. Estando tan buena debería estar acostumbrada a que la miren. ¿Por qué irá tan maquillada?
-Señorita Brockland, el Señor Cervadas, se hospedará aquí unos días.
Miguel se acercó a la mujer. Vanesa Brockland. Ahora recuerdo. Modelo, y muy famosa. Ella se puso en pie, le dio la mano y intercambiaron dos besos.
-Encantada.
-Lo mismo digo, llámame Miguel.-¿También lleva las manos maquilladas?
Vanesa se sentó de nuevo en la butaca. Pijo, sin duda. Y mucho. Ese traje vale más que todo el vestuario de muchos. Cerró la revista y la puso sobre la mesa.
-Siéntate, por favor.- Miguel hizo caso a su requerimiento.-Yo me llamo Vanesa.
-Lo sabía. Su aspecto es difícil de olvidar. Sobre todo para alguien que fue un adolescente a finales de los ochenta.
-Gracias.-La voz de Vanesa fue seca, casi dura. ¿Qué mi aspecto es difícil de olvidar? Será mamón.-Me siento halagada.
-Supongo que estará acostumbrada. A estas alturas debería estarlo.- Vaya mirada. Si matasen, estaría camino de la autopsia.
-Nunca acaba uno de acostumbrarse. Además, llevo tiempo retirada. –Será mamón. ¿Me esta tirando los tejos?
-Es una lástima, estoy seguro de que con su imagen actual podría seguir trabajando perfectamente. ¿Ha cambiado de profesión?- Mejor cambiar un poco de tema, o pensará que le estoy tirando los tejos. ¿Lo estoy haciendo?
-No... no exactamente. Simplemente, las agencias no están de acuerdo con usted. Ya sabe, ahora están de moda las niñas esqueléticas, y no encajo en la imagen que buscan...- Otra vez el puñetero aspecto. Merecería que le cayesen los ojos al suelo, por usarlos demasiado.- Y además he invertido el dinero que gané y no lo necesito.
-Eso siempre es bueno. Es usted inteligente, además de bella. Una verdadera excepción al mito de la guapa tonta.-Mierda, efectivamente se los estoy tirando. Aunque cualquiera no lo haría. Rica, lista, y un bollazo.
-Me halaga de nuevo, señor Cervadas.-¿Por qué los pijos se comportan siempre como si todas las mujeres fuesen suyas?- Como siga así voy a terminar por ponerme colorada.- Vanesa puso sonrisa de foto.
-Oh, no por favor. –Aunque se pusiese colorada creo que nadie se enteraria con todo ese maquillaje.-Solo pretendía subrayar lo evidente.
Alfredo había estado cerca de la puerta, esperando. Los dos parecían ignorarle hasta que habló con su particular tono de voz totalmente falto de matices.
-Señor Cervadas, si me permite le recomendaría que pasase por su cuarto antes de la hora de comer. Se está haciendo tarde. Tendrán tiempo más que suficiente para hablar estos días, estoy seguro.
-Por supuesto. Necesito darme una ducha y deshacerme de este incómodo traje. Parece que hubiera venido a trabajar y no a descansar.-Miguel dirigió su mirada hacia Vanesa.- Nos veremos después, supongo.-No me cansaría de mirar en mucho tiempo.
-Cómo no, no somos demasiados huéspedes, seguro que tendremos tiempo de charlar. –Sobre todo si usas tu cabeza para hablar y no para determinar que talla de sujetador uso.
-Acompáñeme, entonces.-El mayordomo, sin abandonar su postura estirada hasta rondar la comicidad, se dirigió de nuevo al vestíbulo. Miguel le siguió.
En el hilo musical seguía sonando la Sinfonía del Nuevo Mundo.
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Mensajepor Cronos » Vie Sep 03, 2004 1:40 pm

Caras y cruces.
El partido estaba siendo muy disputado. Aunque Carlos era técnicamente superior a Zoran, el serbio estaba en un estado físico más que envidiable, lo cual, a la larga, le estaba dando la ventaja suficiente como para ganar el partido. Aunque Carlos se había llevado el primer set, sus golpes habían comenzado a perder fuerza y precisión, mientras que Zoran seguía golpeando la bola y corriendo cada punto como si la vida de sus hijos dependiese de ello. Era un competidor nato, era evidente, y muestra de ello era que había ganado el segundo set en la muerte súbita, y habían decidido jugar un tercero, para desempatar. A pesar de que la temperatura era más bien fresca, ambos estaban sudando, tomándose el partido mucho más en serio de lo que cabía esperar. Carlos también era un competidor nato, aunque quizá su voluntad fuese menor que la de Zoran.
El yugoslavo era un hombre de gran tamaño, musculoso, aunque sin llegar a parecer un culturista, medía cerca del metro noventa y podía pesar cien kilos, si no más. Llevaba el cabello fino y de color trigueño casi rapado, muy probablemente para evitar que su incipiente calva se notase mucho más. Su piel clara estaba ahora bastante enrojecida por el efecto del sol y del esfuerzo, y sus ojos grandes y marrones, enmarcados por tupidas cejas, estaban totalmente centrados en el juego. Tenía la nariz chata, pómulos marcados y una mandíbula ancha y fuerte, con barba de dos dias, y un hoyuelo en el centro que le daba cierto atractivo. Vestía con una camiseta negra y lisa y con un pantalón de deporte que le llegaba hasta la rodilla, del mismo color. Manejaba la raqueta como si fuese una pluma, y sus golpes eran fuertes, aunque no muy precisos. Uno de esos golpes superó con claridad la subida a la red de Carlos y botó cerca de la línea, en el interior del campo.

-Esto hace un 6-5 a mi favor. Y yo saco.-El acento yugoslavo de Zoran, aunque se manejaba bien el español, era fuertísimo. Ya te tengo en el bote, listillo.

-En mi pueblo decimos que hasta que no pasa el último cura no se termina la procesión... y aun no ha pasado.- Carlos sonreía. Dios, este mulo no se cansa nunca... me va a machacar con su saque.

-Sigue soñando, la esperanza es lo último que se pierde.-Nunca entenderé la manía de los españoles por los refranes, pero se pasan la vida soltándolos.

Carlos era un hombre de unos treinta y pico, no alcanzaba el metro ochenta, de complexión delgada y no demasiado fuerte. Su piel era morena, y su pelo negro azabache, lo llevaba muy corto y peinado hacia delante, dándole cierto aspecto de haber salido de la antigüedad clásica. Sus ojos, de un extraño color gris oscuro y azulado, estaban fijamente clavados en su rival, esperando a que este sacara para iniciar el nuevo juego. Su expresión, en general, así como sus ademanes, expresaban inteligencia y seriedad, aunque la perilla bien cortada que llevaba daban un aspecto algo más desenfadado. Vestía con pantalones de deporte blancos y una camiseta negra con una gran hoja de marihuana de color verde serigrafiada en el pecho. Esto, desde luego, acentuaba aún más su aire informal y desenfadado.
El juego transcurrió con intensidad. Zoran ganó los dos primeros puntos con facilidad, pero Carlos, con dos buenos golpes, había dejado de nuevo el marcador en igualdad. Zoran sacó de nuevo, y, con un golpe fulminante, metió el 40-30 a su favor con un ace. Carlos no salía de su asombro. Menuda potra, dios, no metería otro saque así ni en diez años que lo intentase.

-Match ball para el caballero.-Carlos jadeaba más de lo normal.- Casi estoy deseando que lo metas para acabar de una vez. Es hora de comer y tengo hambre.

-Eso suena a excusa.-Zoran parecía muy seguro de si mismo. Aha. Te ves perdido y quieres poner pomada, gitanillo.- Aunque tanto tenis me está abriendo el apetito también a mi. No entiendo porque en este país se come tan tarde.

-Lo mejor de este deporte es que nunca puedes estar seguro de quien va a ganar hasta que se acaba el partido.-Eso, eso, confíate y a ver que pasa.

-Pues entonces, comprobémoslo.

El primer match ball del partido fue rápido. Zoran sacó bastante mal, y Carlos, con un buen revés, mandó la bola a un punto del campo que el serbio no pudo alcanzar. Sin mediar palabra, Zoran se dispuso a sacar de nuevo. Exactamente la misma película. Carlos estaba ahora a un solo punto de mandar el partido a la muerte súbita. Zoran parecía bastante enfadado. Su rostro estaba tenso, serio, ymiraba casi con furia a la pelota que estaba botando en el suelo. Que puñeteras son las cosas. Lo tenía y se me fue. Siempre pasa esto con los gitanos y con los moros, tengo que tranquilizarme o me ganará.

Carlos parecía mucho más tranquilo, sonreía, como si le divirtiese que a Zoran le afectase tanto un simple partido de tenis. Aunque a mi me importe lo mismo, yo se disimular un poco mejor. Menudas agujetas voy a tener mañana.

Zoran sacó. Carlos le devolvió el resto con un buen drive y corrió hacia la red. Zoran intentó hacerle un passing shot, pero con una buena volea, Carlos se anotó el punto.
La raqueta de Zoran voló por los aires después de rebotar en el suelo, y golpeó en varios sitios antes de quedar quieta. Estaba inutilizada para seguir jugando. Zoran no dejaba de escupir frases chapurreadas en serbio mezcladas con palabras malsonantes en castellano, mientras Carlos le miraba sin saber muy bien que decir.
-¡Mierda!-Zoran gritaba a pleno pulmón.- ¡Mierda, mierda y mas mierda!

-Tranqui, tio.-Carlos seguía cerca de su linea de fondo, mirando asombrado a Zoran. Vaya jamao. Tendré que tener cuidado de no ganarle al ajedrez.-Es sólo un juego.

-Si, si...-Zoran parecía tranquilizarse poco a poco. Se acercó a la raqueta para ver como estaba.-Tienes razón, perdóname. A veces no me controlo.-Mierda, me cargué la raqueta... ahora no podré ganarle a este gitano de mierda.- Creo que la raqueta está... jodida.

-Eso parece.-Que buena excusa.- Creo que lo vamos a tener crudo para seguir jugando. ¿lo dejamos en un empate técnico?

-No hay mucho más remedio, y además tengo hambre y me gustaría darme unos largos antes de ir al comedor. Creo que hoy hay un huésped nuevo.

-Vi el coche antes, seguro que alguien más ha venido. No es que no me guste tu compañía, pero esto estaba un poco aburrido hasta ahora.

-Se supone que uno viene aquí a relajarse y a dejar atrás el estrés... no te extrañes de aburrirte.

-Si, lo se. Pero estoy en mi derecho de quejarme, ¿no? Siempre digo que es necesario tener siempre algo de que quejarse.-Y tu pareces tener siempre una colección enorme de quejas.

-Lo difícil es no tenerlo. Eso es lo difícil.- Y menos estando aislado con un gitano que se cree listo y con una modelo que cree tener cerebro.

Ambos hombres se dirigieron al edificio de la piscina con la intención de darse un chapuzón.
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Mensajepor Cronos » Jue Oct 14, 2004 10:47 am

El jardín de los sueños.

Teresa caminaba sin rumbo por el enorme jardín que estaba en la parte frontal de la casa. El hombre que había diseñado el curioso complejo era, sin duda, alguien docto y con profundos conocimientos en muchas materias. Política, filosofía, arte, religión. Todo eso estaba indicado en cada sutileza y en cada detalle. Casi todo el espacio estaba ocupado por densos muros de seto, de unos dos metros y medio de alto, y algo más de un metro de ancho, que formaban una gran cantidad de pasillos que comunicaban espacios más amplios, donde se concentraban las riquezas botánicas del jardín. En aquella época del año la mayoría de las plantas no mostraban todavía sus flores, pero era indudable que en el momento en el que estas florecieran el espectáculo sería incluso mejor. Por todo el complejo, aunque más concentradas en los espacios abiertos, había esculturas de muchos tipos, aunque casi todas parecían sacadas de la Grecia o la Roma antiguas. Realmente el jardín era casi un laberinto de sorpresas. Cada vez que lo había recorrido había descubierto algún espacio nuevo, algún detalle distinto, o alguna escultura que no había admirado antes.
Teresa iba vestida con una chaqueta de punto de color beige, una sencilla falda lisa que le cubría hasta los tobillos y una blusa blanca, cerrada hasta el cuello. Tenía el pelo negro y largo, recogido en una coleta, y su piel era clara, incluso pálida, lo cual le había creado no pocos problemas en sus estancias en África y Centroamérica a causa del sol. Tenia una eterna expresión de serenidad, como si nunca se hubiese enfadado ni exaltado por nada. Sus facciones no eran especialmente bellas, puesto que su rostro era excesivamente ancho, aunque sus ojos, de color verde, llamaban mucho la atención. Bajo su brazo llevaba un grueso volumen forrado en cuero, una copia de El Capital, de Karl Marx. Se sentó en uno de los claros del jardín, apoyada en uno de los recios setos, y buscó el lugar donde había dejado su lectura la última vez.

-Extraña lectura para una monja.- La voz de Vanesa sobresaltó a Teresa, que dio un respingo.-Perdona si te asusté, aquí todo es tan silencioso que...
-No te preocupes.-Teresa sonrió. Me sobresalto con demasiada facilidad desde...- Y sobre la lectura, soy de las que pienso que hay que conocer todos los puntos de vista, incluso los que no compartes del todo.
-¿Del todo? No se mucho de política, pero ¿Marx no decía aquello de que la religión es el opio del pueblo?-¿Una monja roja? Cosas extrañas hay en este mundo.
-Si, y si observamos la época en la que vivió Marx, no le faltaba razón. Cada vez somos mas los que dentro de la iglesia pensamos que a lo mejor podríamos haber hecho nuestro trabajo mucho mejor. Hoy hay otros opios.
-¿La tele?
-Es un buen ejemplo. La tele, el consumismo, el afán de posesión de bienes materiales... yo pienso que la mejor manera de servir a Dios es ayudando a los demás. Ni te puedes imaginar la cantidad de gente que hay en el mundo que no tiene ni lo mínimo para vivir con dignidad.
-Lo supongo.-Siempre con la moralina cargada, parece que los problemas que tenemos los de aquí son menos importantes.- Habrás visto de todo, me imagino.
-De todo y más, tenlo por seguro.-Y viéndote, más de lo que puedes llegar a imaginar, diría.- No me gusta entrar en ciertos detalles, pero te aseguro que la vida en el tercer mundo es algo que no se puede uno imaginar. Hay que verlo para creerlo. Ni con todas las campañas publicitarias del mundo se puede imaginar la cara de una madre que tiene que elegir entre alimentarse ella o alimentar a sus hijos.
-Realmente debe ser horrible.-Siempre igual. Parece que tienes que sentirte culpable por tener comida en el plato.-No se cómo pudiste soportar vivir allí.
-Supongo que porque tengo la vocación de ayudar. Podría haber elegido una vida cómoda aquí, pero tenía inquietudes que necesitaba resolver.
-¿Y lo has hecho?
-Algunas de mis inquietudes anteriores si están satisfechas. Pero ahora hay otras. Supongo que es ley de vida.
-¿Y porque lo dejaste?
-No lo deje exactamente. Pero... bueno, eso quizá te lo cuente más adelante, y con más calma. Es una historia complicada, y casi es hora de comer.
-Por eso vine hasta aquí, a buscarte para avisarte de la comida. Y de paso, a dar un paseo.
-Vayamos entonces al hotel. Empiezo a tener hambre.
Teresa cerró su libro, se incorporó y comenzó a caminar junto a Vanesa, a ritmo lento y cadencioso.
Tras ellas, en el centro del claro, una estatua de mármol blanco que representaba una mujer sosteniendo una balanza en su mano derecha parecería observar sus pasos si no fuese porque le faltaba la cabeza.

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