El Hotel Torralta: 2-Todo camino tiene un primer paso.

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Cronos
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El Hotel Torralta: 2-Todo camino tiene un primer paso.

Mensajepor Cronos » Jue Ago 26, 2004 11:57 am

Todo camino tiene un primer paso.

La berlina azul de cristales tintados iba a demasiada velocidad. La carretera era estrecha y la pendiente pronunciada, pero sin duda quien conducía era un experto piloto. Subía y bajaba marchas como si fuese un profesional, y trazaba las curvas con una precisión extraordinaria. Los rugidos del potente motor cada vez que reducía una marcha o aceleraba de nuevo y el grito chirriante de los neumáticos al entrar en cada curva rompían el monótono silencio que solía cubrir el tranquilo valle, al que hacía ya muchos años que no acudían ni los habituales pastores trashumantes. Las laderas de las enormes moles de piedra que lo circundaban estaban cubiertas por un espeso bosque de abetos y pinos desde su parte más baja hasta cerca de sus cimas, que a pesar de estar ya empezada la primavera todavía estaban cubiertas por los últimos rastros de nieve. Aquella mañana hacía un sol espléndido, y el Hotel Torralta mostraba su mejor cara bajo los todavía tibios rayos del sol.
El hotel estaba situado en un lugar realmente privilegiado. Era prácticamente la única edificación en el hermoso valle, o al menos era la única que se seguía utilizando. La extensa finca en la que estaba la casa ocupaba casi la mitad de la hondonada, y llegaba hasta la ladera de la montaña que cerraba el valle por el norte. En la parte más baja de la propiedad habían construido un campo de golf de doce hoyos, y en la parte alta, en una amplia explanada, estaba el antiguo castillo rehabilitado. Tenía planta rectangular, reforzada en las esquinas por cuatro torres que aunque habían parecido bastante más altas antiguamente, ahora eran sólo adornos que sobresalían un par de metros por encima del nivel del tercer piso del caserón y servían a los visitantes para observar el paisaje relajadamente. Realmente la rehabilitación del castillo había tenido bastante poco de rehabilitación y mucho de reconstrucción. Únicamente se habían utilizado lo que sin duda eran las murallas exteriores del edificio, y el diseño de la única torre que quedaba en pie se había trasladado a las otras tres. Además, se había cubierto por completo el patio interior, convirtiendo el antiguo castillo en el actual caserón, y se había añadido un piso más, construido en madera, sobre la estructura de piedra. Ya desde la ladera de la montaña se podía ver que prácticamente todo el exterior del caserón estaba cubierto por hiedra, dándole un aspecto aún mejor, con los brillantes huecos de las numerosas ventanas, y el gris de la piedra y el blanco del encalado de la parte de madera asomando por entre el denso verde de las plantas trepadoras. En la parte trasera del hotel estaba el edificio de la piscina cubierta, de forma rectangular, con el techo inclinado hasta llegar al suelo en uno de los lados cortos, y con los lados largos cerrados por amplias cristaleras que brillaban bajo la luz del sol. A su alrededor también había varias pistas de deporte.
La berlina llegó a la verja exterior del hotel, que se abrió al momento, y avanzó lentamente por el camino de tierra que cruzaba el bellísimo y amplio jardín que cubría la parte frontal de la casa. El jardín había sido diseñado por el primer dueño del caserón, que era un experto en el tema, y había intentado recrear el estilo de los grandes palacios del barroco. Todo el jardín era un laberinto, y casi todo en él tenía un complejo motivo y un significado que sólo el ojo experto o bien aconsejado podían observar. En medio de las altas paredes vegetales, aquí y allá, había esculturas de estilo clásico. Cada una de ellas, como todo en aquel jardín, representaba algo, tanto por el lugar en el que estaban ubicadas, como por el propio significado de la escultura. Varios expertos habían intentado desentrañar todos los misterios del jardín, utilizando como guía las notas de su diseñador, pero todos habían concluido que, a pesar de haber avanzado y mejorado el trabajo de los anteriores expertos, aún faltaba mucho por descubrir y desentrañar, y que probablemente jamás se revelarían con absoluta certeza todos los mensajes que había ocultos en el jardín. Desde luego, a ojos de alguien inexperto, el jardín era un espectáculo en si mismo, y un lugar en el que perderse con tranquilidad y en el que cada día uno se encontraba con algo distinto.
La berlina giró por la plaza circular que estaba ante la fachada principal del hotel, y se detuvo frente al camino que conducía hasta la puerta principal. La puerta del conductor se abrió inmediatamente, y un hombre de pelo negro y cortado al uno, con gafas de sol, vestido con un pantalón de pinzas gris oscuro, y camisa gris claro bajó, abrió la puerta trasera del lado del acompañante, y esperó junto a ella, como si de una rutina se tratara. Su jefe era más joven que él, no debía de llegar a los treinta, y llevaba el pelo castaño oscuro engominado hacia atrás. Su rostro era delgado y de rasgos marcados, destacando sobre todo sus cejas finas y pronunciadas, sus ojos de color azul claro y una nariz recta, casi clásica, que en general le daban un aire de seriedad impropios de alguien de su edad. No era muy alto, no debía pasar del metro ochenta, y vestía un traje, sin duda muy caro, de color azul oscuro, y una camisa azul, aunque no llevaba corbata y llevaba el botón superior de la camisa desabrochado, lo cual le daba cierto aire informal. Miraba y se movía con una seguridad casi desconcertante, como alguien que está acostumbrado a que sus palabras y sus gestos sean observados casi con cautela.
Bajó del coche e indicó al conductor con una seña que bajase las maletas. Acto seguido comenzó a caminar hacia la entrada, donde ya le esperaba una figura alta, de pelo gris, y vestida con un traje gris muy oscuro con raya diplomática. No me gustan los mayordomos. Nunca sabes si mandan más o menos que sus jefes. El hombre esperó perfectamente inmóvil junto a la puerta hasta que el nuevo huésped llegó a la entrada.
-El señor Cervadas, imagino.- La voz del mayordomo era suave y contenida, y tenia un acento particular, neutral e inexpresivo. Su voz parecía la de una máquina en lugar de la de una persona.
-Así es, Miguel Cervadas.
-Le estábamos esperando.-El mayordomo hizo un ademán invitándole a entrar.- Adelante señor, no se arrepentirá de haber elegido nuestra casa.
Espero que no. El arrepentimiento no es más que una mala excusa.
El conductor esperó a que un botones saliese a por las maletas de su jefe, se volvió a subir a la berlina y, conduciendo con el mismo estilo con el que había venido, se fue.

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