MONSTRUOS
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MONSTRUOS
MONSTRUOS
Hoy he despertado con el mismo sueño.
Estaba rodeado de monstruos.
Salgo a la calle. Me resulta harto complicado mirar hacia arriba y asimilar tanta luz. Cientos de desconocidos me rodean, concentrados en sus quehaceres cotidianos. Son personas que solo veo los domingos por la mañana. Únicamente entonces existen para mí.
Saludo al quiosquero que tiene dos cabezas. Parapetado con una gorra de ?El Mundo Deportivo? me da los buenos días. El proceso es el mismo de siempre. Rodeo el recinto, ojeó las revistas de cine y con mi mano derecha levanto el armatoste que protege los periódicos. Adquiero ?El País? y recibo el suplemento dominical. Corta charla sobre la bonanza climatológica y despedida y cierre.
En el paseo encuentro a niños centauro que ronronean a mi vera. Las mamás jirafas les regañan, pero ellos desertan de su labor de primogénitos y se lanzan a por mi tibia. Babean y en tono desenfadado me piden que invente un juego nuevo. Pero hoy es domingo, y me embarga una absurda tristeza. La que emana de la rutina más inmediata. Les regalo un hueso que extraigo de dentro mío. ¡Que fácil es contentar a un niño! .Sonrío y me despido de madres e hijos. Adiós amigos, adiós.
De regreso a casa esquivo fierecillas, tengo cientos de deja vus, edifico castillos en el aire, planeo vacaciones en la luna, paseo sobre el agua de las fuentes, riego las flores del descampado aledaño, ayudo a los abuelos en esa partida de ajedrez sin fin, paro en los pasos de cebra y me salto los semáforos, ruego al dios de la lluvia, también al del amor, cuido mi plantita de marihuana escondida entre peñascos y dogmas, marco cientos de goles, escribo un best seller de innumerables páginas, y tu me vuelves a querer.
Si, también tengo un segundo para acordarme de ti.
El panadero nunca me saluda. Rechoncho y huraño me ningunea con la mirada. Se trata de una pura contraprestación económica. Mano a mano, como en los mercados de la Edad Media. Dos barras de cuarto y una docena de crujientes croissants. Es mi adquisición. Aunque despierta mi instinto asesino vivirá, no me gustaría tener que cambiar de panadería.
Entre sinsabores de comida china, motos de telepizza y olor a pollo a l?Ast me aproximo al portal de mi casa. La llave gira dificultosa, recordándome su falta de engrase. Finalmente abro y me encuentro con el desconocido portero de tres piernas y falto de rostro. Le atizo rabiosamente con la barra de pan. Me salgo del guión y muero entre llantos automáticos y tradicionales.
Es solo otro domingo más. Aquí, rodeado de monstruos.
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