Llegué a una urbe grande y gris donde las personas caminan muy deprisa y apenas se conocen, una ciudad llena de gente y de vida pero me sentía solo en pleno desierto sin tí.
Te hice señales de humo y acudiste a mi llamada; estabas cerca, casi podía verte, casi podía tocarte, casi podía besarte, casi podía amarte...
Al fin te vi, apareciste como un arcoiris en una noche sin estrellas, me miraste y sentía como mi alma quería escapar y abrazarte, sentí como mi cansado corazón volvía a latir de alegría como cuando era niño y el mundo podía ser mágico y yo sentirme feliz.
No sabía reaccionar, no sabía pensar, no sabía caminar, no sabía respirar, pero tu me ayudaste haciéndolo por mi, dando ese primer paso que tan tontamente nos cuesta dar quizá por miedo al rechazo, quizá por miedo a enamorarnos.
Me dejaste acariciarte, me dejaste besarte, me dejaste quererte y me hiciste reir, abrazado a ti bajo el sonido de la lluvia, preferiendo morir a separarme de ti.
Pero tenías que irte y yo volver a sufrir lejos de ti; te acompañé al enorme gusano que te llevaría a casa y le odié con todas mis fuerzas pero le pedí que te cuidara con lágrimas en los ojos y en el corazón.
Ahora vuelvo a tenerte lejos y no dejo de pensar en tí. Te dejé mi corazón y mi alma para que los cuidaras ya que tú eres la que los hace vivir.
Ojalá todos los dias fuesen ese dia, ni siquiera puedo soñar con otro igual, pero lo que más deseo es olvidarlo, pasando mejores dias junto a ti.
(Si ese día fue un sueño no querría despertar del coma. Gracias por existir mi Martuki
