ROJO
Rojo, se derrama la vida. El cuello abierto cual grieta de terremoto. Los gritos de sorpresa no pueden escapar de su boca. La mano asesina que esgrime el cuchillo de cocina ahora tiembla, nerviosa, criminal; en la nada. Cae con estrépito el cuerpo embadurnado de locura asesina mientras el ejecutor llora por la pérdida. ¡Demasiado tarde!. Se abraza al cuerpo de su mujercita. Su víctima. Va a por un vaso de agua y se lo da de beber al cuerpo todavía caliente, pero el agua de la vida sale por donde se le fue.
El asesino ha vuelto a encontrar serenidad en el silencio. Su esposa yace muerta y él es el culpable. Le da el adiós a su mujer con un beso, un abrazo apasionado y se marcha con la cabeza baja hacia el salón.
Enciende la televisión. En la tele hay un partido, pero su equipo favorito pierde, aunque esta vez le da lo mismo. Busca en un bolsillo la cajetilla de tabaco rubio que encuentra. No así el mechero. Vuelve a la cocina, embobado, sólo pensando en un mechero. Tropieza con el cadáver y cae. Se ha hecho daño. Recuerda lo sucedido. Sigue buscando el mechero que encuentra encima del microondas. Se enciende el cigarro y sale a la terraza a fumárselo. Aunque vuelve dentro porque no aguanta la tentación de tirarse desde el noveno piso.
Se le consume el cigarro entre los labios, se los quema y tira el cigarro, con tanta mala fortuna que cae en las cortinas.
El brutal asesino, el marido sin perdón lo mira, ahora en estado de shock. Ve impotente como las cortinas empiezan a arder, el cable de la televisión suelta un chasquido y un fogonazo. Siente mucho calor y no se puede mover. Cada vez más y más calor y mucha menos fuerza. Quiere gritar pero no puede; el recuerdo del cuello abierto de su esposa no se lo permite. Decide cerrar los ojos al fin. Espera que todo acabe cuanto antes...
ROJO
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