Siempre reluciente, ajena a todo lo que sucedÃa entorno a ella. Tal vez esa no fuera su casa ni tan siquiera su paÃs. ¿O no era mi casa, mi paÃs? Su piel resultaba adulterada, extraña. Ese color no podÃa ser un reflejo del clima de esta ciudad, no de este momento. ¿O quizás hace ya mucho tiempo que sólo vislumbro la suavidad acuciante de la proyección noctámbula de intrincadas fórmulas mitigadoras de este sufrimiento? No, hace mucho tiempo que habÃa dejado de sufrir. Tanto tiempo?
HacÃa calor en el vagón. Mis dedos sudorosos dudaban a la hora de pasar página. A veces de una en una, otras de dos en dos. Las finas hojas de papel iban suspirando ante el contacto con las yemas de mis dedos sin poder hacerlas sangrar, inocentes ante mi perdida afición de acariciar las paredes de cemento y granito. Una chaqueta de cuero marrón, raÃdo, coronaba mis rodillas mientras sus mangas caÃan a su lado deshilachando los puños a la altura de mis tobillos.
TodavÃa resonaba en mis oÃdos aquella tarde lluviosa en Verona. ¿2004? Tal vez, aunque realmente nunca estuve en Verona. Pequeñas desviaciones surgidas en medio de la inmortalidad de un escenario petreo, inmortal. ¿Estuvo ella en Verona? Sobre el suelo del vagón ella tamborileaba una melodÃa familiar sin importarle el ennegrecimiento de sus desnudos pies. ¿Acaso importaba? Su pie derecho percutÃa el suelo de manera constante. PodrÃa haber contado cada una de aquellas pisadas sin movimiento, cada aleteo de sus pestañas, cada instante en el que su estrecho diafragma era empujado suavemente hacia fuera.
Todo en la vida era música, ritmo. Números. Dos estaciones, un par. La extraña dualidad de la conjunción de elementos en base a un orden prestablecido, la disposición de manera regular de circunstancias del mismo, o parecido, signo. Maldición bastarda arrastrada desde que aprendimos a cruzar las calles de nuestra primera ciudad. ?No sueltes la mano de tu pareja? esgrimÃa la maestra cuando la viveza de los habitantes del asfalto distraÃa mi lento caminar. A continuación siguieron las pocas clases de piano, las menos de judo y, tal vez, demasiadas tardes de entrenamiento fÃsico en canchas y polideportivos. ?No pierdas el ritmo de tu compañero?. Creció en mà una extraña sensación, un gusto innato por las dependencias y las asociaciones basadas en la búsqueda de sombras que guÃen mi camino.
Última parada. ¿Dónde se habÃa bajado? Nunca hay nada que hacer en esta ciudad a esta maldita hora. Las cuatro de la tarde, las fatÃdicas cuatro de la tarde. Esperaba que algún dÃa pasase algo. Quizás fuera ya hora de romper algunos monólogos interiores, liberar las ataduras de la monotonÃa. ?MonotonÃa, monológo, monografÃa,? monolito?. SÃ, podrÃa ser un monolito olvidado en un recoveco olvidado de un pueblo pequeño o, directamente, la calle que doblaba la esquina antes de llegar a mi débil apartamento.
Eran sólo seis números, tres pares, una triple dualidad, aunque realmente sólo atisbaba un portal, mi portal. No conocÃa a mis vecinos, apenas recuerdo escucharlos más que contestando al estridente teléfono que no paraba de sonar. VivÃa en uno de los dos apartamentos del primer piso., uno habitado, el otro no. Giré la llave una sola vez y la puerta cedió.
- You?re still alive? - dije señalando al monigote que reina y ordena la subversión en el pasillo.
Tres ladridos brotaron de la oscuridad.
http://cucufate.wordpress.com/
vjkxbgjk
-
- Mensajes: 13918
- Registrado: Mar May 16, 2006 6:47 pm
- Ubicación: El Aaiún. Reivindicando el foro en alemán desde 2012.
- Contactar:
¿Quién está conectado?
Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 3 invitados