
Señales horarias de una veleta.
Jugando con cien peonzas,
como quien hace deporte
me pongo a poner en hora
la aguja de mi veleta,
la brújula de mi norte,
y los radios de mis ruedas.
Divergentes intenciones,
melodías descompuestas,
cacofónicos acordes,
que se juntan y se mezclan
en espirales viciosas,
que lloran cantando afrentas.
Y aprendo que no hay resorte,
que ajuste las horas muertas,
que no hay libros que respondan
las preguntas incorrectas,
y es que nunca estará el norte
en la punta de una flecha.