Dejo un poema más y acabo con el etéreo Campos públicamente.
Que lo disfrutéis.
Se cruzó conmigo Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)
* Baixas: la zona baja de Lisboa, lugar de comercio habitual.
Se cruzó conmigo, vino a mi encuentro en una calle de la Baixa,
aquel hombre mal vestido que lleva la profesión
de mendigo retratada en la cara,
que me es simpático y al que soy simpático;
y en reciprocidad, con gesto de largueza, desbordante,
le di cuanto tenía excepto, naturalmente, cuando tenía
en el bolsillo donde guardo más dinero:
no soy tonto ni novelista ruso en ejercicio,
y romanticismo, sí, pero poco a poco...
Siento simpatía por toda esa gente
sobre todo cuando no merece simpatía.
Sí, yo soy también vagabundo y mendigo,
y lo soy también por culpa mía.
Ser vagabundo y mendigo no es ser vagabundo y mendigo:
es estar a un lado en la escala social,
es no ser adaptable a las normas de la vida,
a las normas reales o sentimentales de la vida
--no ser juez del Supremo, empleado fijo, prostituta,
no ser pobre de verdad ni obrero explotado,
no ser enfermo de una enfermedad incurable,
no ser sediento de justicia o capitán de Caballería,
no ser, en fin, uno de esos personajes de los novelistas
que se hartan de letras cuando tienen razones para llorar lágrimas,
y se rebelan contra la vida social porque tienen
razones para suponer que así sucede.
No: ¡todo menos tener razón!
¡Todo menos que la humanidad me importe!
¡Todo menos ceder al humanitarismo!
¿De qué sirve una sensación si hay razón externa para ella?
Sí, ser vagabundo y mendigo como yo lo soy
no es ser vagabundo y mendigo, tan corriente:
es estar aislado en el alma, que esto sí es ser vagabundo,
es tener que pedirles a los días que pasen y nos dejen,
que esto sí es ser mendigo.
Todo lo demás es una estupidez digna de Dostoievski o de Gorki.
Todo lo demás es tener hambre o no tener qué vestir.
Y aunque eso ocurre, le ocurre a tanta gente
que ni vale la pena darse penas por la gente a la que ocurre.
Yo soy vagabundo y mendigo de verdad, esto es, en sentido figurado,
y me estoy refocilando en una gran caridad por mí mismo:
¡Pobre Álvaro de Campos,
tan aislado de la vida, tan depresivo en las sensaciones!
¡Pobre de él, ensartado en la butaca de su melancolía!
Pobre de él, que con lágrimas (auténticas) en los ojos
dio hoy, con un gesto de largueza liberal y moscovita,
todo cuanto llevaba en el bolsillo en que lleva poco a aquel
pobre que no es pobre, al de los ojos profesionalmente tristes.
¡Pobre Álvaro de Campos, que a nadie importa!
¡Pobre de él, que tanta pena tiene de sí mismo!
Pues sí: ¡pobre de él!
Más pobre de él que de muchos que son vagabundos y vagabundean,
que son mendigos y mendigan,
porque el alma humana sí que es un abismo.
Lo sé bien. ¡Pobre de él!
¡Ojalá pudiese rebelarme en un mitin dentro de mi alma!
Pero ni siquiera tonto soy.
Ni la defensa tengo de poder adoptar opiniones sociales.
No tengo, en verdad, defensa alguna: soy lúcido.
Repito: soy lúcido.
Nada de estéticas con corazón: soy lúcido.
¡Mierda!, soy lúcido.
Se cruzó conmigo - Álvaro de Campos (Pessoa)
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