El Último Trayecto

[Ed Smith]

El Último Trayecto

Dedicado a Federico & Fuensanta


EL nieto de la mujer con alcuza
ha tenido un accidente.
Seis décadas después de caer el último baluarte de naipes
todos intuimos lo que sucede.

Vi sus voces tácitas como granero viejo
sucumbir hasta el preámbulo del silencio:
ahora me pregunto si aquel alarido fue un recuerdo
o algo que todos suponemos haber olvidado.

Vi un expreso con timón persuadido
acogiendo mi espíritu
y chocar contra el terraplén de balasto.

Ese día pareció decisivo.

Con llanto ferroviario y sabor ausente
ansiaba besar el crepúsculo
frente a un álamo serpenteándose.

Esperé a que partiera de nuevo
la razón por la que perdí mi tren postrer.

?Unos niños juegan a la rayuela delante de los raíles,
la tarde disfrazada de tragedia,
la estación destila los rumores de la parapsicología,
un cuzco vigila con tristísima cautela
los niños suicidas.?

Esos niños son las palabras que querían ser gaviotas
y acabaron siendo gorriones;
Esos niños somos nosotros, de cierta transición...
cada uno persigue su particular rumbo
y ninguno llega hacia lugar alguno.

Quién diría que el tránsito en el que residimos
es solo una circunstancia.

Por un instante,
he vuelto al pantógrafo pretérito
sintiendo los cuerpos enamorados,
he retrocedido culpablemente al día que juré
no perder más trenes ? no beber más vino.

La enjundia de tal tren ?lo dudareis?
yace allí donde
la rosa homicida de Rilke,
la cocina mortal de Plath,
los ecos catatónicos de Pessoa
y la lluvia cárdena de Hölderlin
decidieron nuestro azar
los noveles condenados a ser tizas del destino
[ y jugar obsesivamente a la rayuela. ]
Pero cada distancia tiene su silencio,
y evidentemente, como era de esperar,
aquellos vagones aptos para el sacrificio
no transportaban expresamente bohemia e indecisión,
sino el secreto que humanamente queremos confiar
y no supimos ?hasta qué punto? entender sin mentir.

Hoy mi amor, tan hondo, tan salvaje,
permite enmascarar, bajo una baba ferroviaria
la inmóvil y estricta verdad intrínseca:
yo era un cobarde por perder mi tren.

El cielo retenía la matriz de hierros
concebida por norma
como estacionamiento.

Los mozos facturaban las arenas del tiempo
en maletas azules hacia líneas azules.

Y, más próximo, de donde provenía
el olor a hueco podrido de diez mil muertes
y el infectado hálito del dolor apócrifo
retornaba un último convoy,
[ y esta vez de verdad ]
con el vacío ocasional propio de alguien
que acababa de suponer
las razones de un reciente lance.

Hombres de discordia, ¡qué extraña la llegada
cuando crucé pueblos, bosques, ríos
y más pueblos como siluetas de fotograma
plagados de mordazas,
ignorados!


***

[bakea]

Hoy mi amor, tan hondo, tan salvaje,
permite enmascarar, bajo una baba ferroviaria
la inmóvil y estricta verdad intrínseca:
yo era un cobarde por perder mi tren.

Esto me ha gustado mucho tío, muy grande como siempre

[Ed Smith]

Y sigo siéndolo, pero todos somos un poco cobarde a veces, y muy heroicos otras, depende del momento.