
HASTÍO
Me voy a volver loco. He perdido la sensación de velocidad. Los días pasan tan iguales, unos de otros, que ahora no soy capaz de concretar cuándo terminó el primero... Cuándo comenzó el presente.
Me voy a volver loco. No hago nada. Mis horas se alargan como una goma demasiado extendida. Se tensan y dan paso a un posterior estado de languidez insana, de absurda relajación muscular. Los tendones de mi tiempo están reblandecidos, pastosos, cuajados.
Me voy a volver loco. Las preocupaciones me han hinchado la cabeza, me han resquebrajado el intelecto. Han dilatado tanto el cajón de mi propio estrés que ahora ya no me queda nada, salvo un tenue dolor de cabeza y el recuerdo punzante, de cuando en cuando, representante de ese: "...tal día tengo que hacer tal cosa...".
Estrés. Las responsabilidades me vienen grandes. Me piso las perneras del compromiso y me tropiezo una y otra vez. No quiero pensar en los problemas que me pinchan el culo cada cierto tiempo. No quiero pensar en los quehaceres, en los ratos de asueto convertidos en obligación, en la obligación convertida en pura y dura epopeya épica, terrible. No quiero pensar en ellos pero los llevo tatuados bajo los párpados. Cuando cierro los ojos aparece ahí la calavera espantosa, desencajada, del recordatorio.
Estrés. Los malos recuerdos ayudan también al diablillo informe, viscoso y cornudo del malestar síquico general. Esa aguja que se me clava regularmente entre pulmón y pulmón, devolviéndome al pasado en el que metí la pata, en el que la cagué del todo... En el que perdí un trabajo, en el que perdí una oportunidad, en el que perdí a un amigo, en el que te perdí a ti... ¿Qué más da? Todo es perder...
...también es hacer. Hacer las cosas mal. La aguja está para eso, para reavivar el fuego de mis propios fracasos. Recordarme lo que hice mal, lo que hice mal enterrándome con ello en lodo, en fango, en mierda.
Me estoy volviendo loco. Todas estas rayadas mentales, pensamientos lógicos y necesarios, me han consumido el cerebro. Mejor dicho: me lo han aguado. Lo han convertido en una vibrante gelatina de menta que se arrastra lentamente, que discierne con torpeza, que no da una a derechas. Lo han convertido en un trasto que no hace nada, y que no obstante sigue ronroneando como un motor viejo; avanzando por esta carretera secundaria que es mi propio olvido, mi propia derrota. Mi cerebro está colapsado, inutilizado, vencido, ralentizado...
...como un cuerpo joven bajo un sol abrasador, neutralizado por un calor demasiado asfixiante. Lento, sudado, pesado. Inútil.
Me estoy volviendo loco...
septiembre de 2007