Tenía la mirada perdida en el horizonte, un azul cristalino que te sometía a sus pies, las palabras resbalaban de sus labios, balbuceaba a ratos sin apenas sentido y, solo a veces, en un gesto de extrema confianza, clavaba sus ojos contra los mios y sonreía. Despues volvía a perderse, a contar historias que nunca fueron verdad pero de las que enseñaba cicatrices, se alegraba al pensar que combatia contra el silencio y cuando regresaba, seiscientas miradas le aplaudían sin decir nada.
Después de tantas heridas aprendió a estar en soledad, a observar como los gritos y las carcajadas pasaban a su alrededor y cada amanecer un beso calido e inocente rozaba su mejilla. Escondía en su memoria todas las arrugas de su piel, y el rechinar de sus huesos cuando intentaba caminar no le hacía justicia a su corazón. Caminaba a paso lento, ya había vivido demasiado deprisa, y algunas noches solía llorar en silencio observando una foto.
Perdió el sentido y la vista, y alimentaba su realidad de recuerdos que no hacian daño. A veces, con su mano temblorosa, buscaba a tientas mi rostro para comprobar que seguía siendo una niña y sonreía a ningun lugar.
Rezó miles de batallas sentado en aquel sillón y cuando se encontraba vencido por la vejez libraba la última lucha adjudicada por el tiempo. Vivir.
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.G.
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