-¿Estás loco?.
-Sí, loco por terminar cuanto antes.
Aquel hombre tenía los ojos inyectados en sangre. Con ambas manos sostenía una garrafa repleta de gasolina. No sentía ninguna lástima. Tenía que matarles y lo haría.
Abrió el botellón y vació su contenido sobre las víctimas. Acto seguido, encendió un cigarrillo.
-No me miréis así. Os dejaré parte de él, ja,ja,ja,ja.
Un terrible silencio se apoderó de ellos. No había posibilidad alguna de escapar a una muerte segura. Entonces, sin nada que perder, alguien preguntó.
-¿Por qué?. ¿Acaso disfrutas con esto?.
-¿Disfrutar?. Ja,ja,ja,ja. Sois el único escollo para hacerme rico y nada ni nadie lo impedirá. ¿Entendéis?.
-Con nuestra muerte sólo conseguirás destruirte a ti mismo.
-¿A mí mismo?, ¿a mí mismo?. ¡Por favor!. Me vas a hacer llorar.
De nuevo, volvió el silencio.
-Muy bien, es la hora.
Y tras aspirar una última calada, les arrojó el pitillo encendido.
-¡Ahí tenéis!. ¡Hasta nunca!.
El combustible prendió al instante. El asesino sintió cómo se le erizaba el vello corporal. El humo cada vez era más denso. Las llamas subían más y más. El crepitar del fuego se confundía con los gritos angustiados. Aquel hombre se montó en su coche y se alejó de allí a toda prisa. Segundos después, dejaron de oírse voces. Todo había terminado.
Pasaron los años.
Una calurosa tarde de verano, un chico joven, de unos dieciocho años, daba un paseo por el monte. Iba muy a menudo. Cuando tenía problemas se refugiaba entre encinas y alcornoques. Ahí encontraba la paz necesaria para poder meditar con tranquilidad. Tras superar una enorme roca, descubrió a una chica sentada en su sombra, con el rostro escondido entre sus manos. Lloraba desconsoladamente.
-Ho?Hola. Me llamo Gabriel. Perdona. ¿Estás bien?. ¿Te puedo ayudar?.
La muchacha retiró sus manos y le miró fijamente. A Gabriel le dio un vuelco el corazón. Ante sí, tenía el rostro más hermoso que jamás había contemplado. Tenía los ojos verdes. En ellos se veía la hierba fresca en primavera. Sus labios eran carnosos, redondeados, cerezas recién cogidas. El cabello, largo, espeso, miel vertiéndose en una hogaza de pan recién tostado.
-¿ Ayudar?. ¿Quieres ayudarme?.
-Cla? claro, respondió Gabriel.
-¡Ven, ven a mí entonces!.
El joven obedeció al instante. Se arrodilló ante ella y sus brazos la rodearon.
-Hace tiempo mis hijos fueron asesinados. Éste, es el único lugar donde mi alma vuelve a encontrar la fuerza suficiente para poder seguir adelante. A solas con el mundo, para que él me transmita su energía.
Gabriel escuchó su dulce voz. Aquellas palabras envolvieron su oído y recorrieron su cuello. Se perdieron finalmente en su nuca, haciéndole cosquillas. ¿Quién sería aquella misteriosa dama?.
- Sin duda, te estarás preguntando quién soy, ¿verdad?.
- ¿Cómo lo había adivinado?, se preguntó Gabriel.
-No importa. Te lo diré después. Antes, necesito que me beses. Bésame. Dame todo tu amor. Necesito que alguien me devuelva lo que me arrebataron hace tanto tiempo. Sólo a través de él podré curar mi tristeza.
Y dicho esto, ambos se fundieron en un largo y apasionado beso.
Tras separarse, un estremecimiento recorrió todo el cuerpo de Gabriel. Los temblores fueron aumentando su ritmo. ¿Qué le estaba pasando?. Las sacudidas eran tan violentas que le tiraron al suelo. Gabriel la miró. Aquella joven permanecía a su lado, serena, sin pronunciar palabra.
-¿Qué?... ¡Dios mío!, ¿Qué me sucede?.
-Tranquilo. En pocos segundos habrá pasado.
-Pero?pero. ¿Qué me has hecho?. ¡Por favor!, ¿qué me está pasando?.
Gabriel intentó incorporarse pero le fue imposible. Las convulsiones se habían vuelto más violentas. De repente, contempló con horror cómo sus manos desaparecían ante sus ojos.
-¡Noooooo!.
Sus brazos fueron haciéndose más y más pesados. Se alargaron. La piel comenzó a transformarse. De ella brotaron unas pocas ramas con hojas jóvenes al final.
Gabriel gritó aterrorizado. Sus piernas se unieron para no volver a separarse. Quedaron clavadas a la tierra y echaron raíces. Su torso y su rostro desaparecieron bajo una mortaja de corteza. Se había transformado en árbol.
- No puede ser, no puede ser. ¡Socorro!.
-Guarda tu voz, nadie puede oírte.
-Pero?pero. ¿Por qué yo?. ¿Qué es lo que he hecho para terminar así?.
-Dentro de siete días, durante el crepúsculo, conocerás la respuesta.
Dicho esto, ella se transformó en un gorrión y voló, lejos de allí.
Durante la siguiente semana, la familia y los amigos de Gabriel organizaron partidas de búsqueda. Pasaron una y mil veces delante. Gabriel por más que gritaba y gritaba, se desgañitaba en vano.
Por fin, al atardecer del séptimo día, un hombre se acercó hasta él. En su mano derecha, sostenía una lata de carburante. El joven no podía creer lo que veía.
-Este parece ser un buen sitio. Si Gabriel se perdió por aquí, arderá esta parte de la maldita sierra. Se pueden construir unos bonitos chalets y al menos, me pagarán bien por esto.
-¡Papá!. ¡No!, ¡no lo hagas!. ¡No lo hagas, por favor!. ¡Estoy aquí!.
Su padre no podía escucharle. Cogió el combustible y roció entero a su propio hijo. Agarró su mechero y despertó su ira. Se disponía ya a tirarlo cuando un pájaro se posó en uno de sus hombros.
- Si lo lanzas, tu hijo habrá muerto de verdad.
- ¿Se puede saber quién demonios ha dicho eso?. ¿Eh?.
- He sido yo, respondió el animal.
En aquel momento, el pardal descendió hasta el suelo. Ante él, se alzó convertido en una hermosa mujer.
- Soy la guardiana de estos bosques, la misma Madre Naturaleza de la que tanto habláis.
El padre de Gabriel no podía creer lo que sus ojos veían.
-¡Padre, nooooooo!.
Esta vez, sí reconoció la voz de Gabriel. Buscó alrededor y no vio a nadie.
-Aquí tienes a tu hijo, miserable. A punto de ser pasto de la misma fogata que hace tantos años consumió a los míos. Tú mataste a mis árboles. Te advirtieron que su muerte llevaría a tu desgracia pero no, no hiciste caso. Ahora, ni todo tu poder ni todo tu dinero te sirven para salvar a Gabriel.
Aquel hombre no sabía qué decir. Con lágrimas en los ojos, se acercó hasta la chaparra en la que se había transformado su hijo y la acarició.
-Perdóname, Gabriel. Perdóname.
-¿Por qué padre?. ¿Por qué?. ¿Por dinero?. ¿Y qué harás con él cuando la tierra sea un desierto?. ¿No lo entiendes?. No tendríamos agua que beber. No tendríamos animales ni frutos que comer. ¡No tendríamos nada!. Sin ellos, no podemos subsistir.
El padre no pudo articular palabra. Su congoja no se lo permitía.
-¿Hay solución?, preguntó.
-¿Quieres decir si hay alguna manera de liberar a Gabriel de esta maldición?.
-Sí, así es.
-Bien. Cierra los ojos y abraza a tu hijo.
Gabriel sintió el cuerpo de su padre apretándose contra él. En ese momento, el chico percibió movimiento. Las ramas desaparecieron. Las raíces encogieron. Veía sus manos, sus piernas. Su caparazón se desprendió. Era de nuevo un ser humano. Sin embargo, algo no marchaba bien. Delante de él, ya no estaba su padre. Un árbol tan gris como su corazón ocupaba ese espacio. La impresión le bloqueaba la garganta.
-No te aflijas, Gabriel. Lo que ves es el reflejo de su alma. Al menos, te ha salvado. Eso, ha hecho que no muera del todo. Mira, aún conserva algunos brotes. Hay esperanza para él aunque depende de ti. Su amor para contigo te ha liberado. Tu amor por él será lo que le haga renacer. Así es como se crea la vida.
-Sí, la vida?
Y desde aquel instante, Gabriel invirtió su herencia en proteger y conservar el medio ambiente. Ahora trabaja en un cuerpo de guardabosques. Le ha devuelto a la Tierra lo que antes le habían robado. Por él, por su padre. Por todos nosotros.
La leyenda del Guardabosques
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Bueno a mis hijas les encanto.
Mami(yo ) sigo pensando que es precioso.
como me gusta que hayas vuelto y leerte y poder decirte esto.
Precioso relato.
Cuentame otro cuento que no puedo dormir. Meceme en las alas de las palabras.
dejame dormir mil veces en ellas
para poder seguir leyendote mañana.
Bravo!.Osito!Bravo!.
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