Penumbra III

Poesía y relatos.
Karol
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Penumbra III

Mensajepor Karol » Vie Sep 02, 2005 8:11 am

Pétalos adornaban esa mesa, pétalos que al contrario que llenarla de vida la hacían catapultarse a un mundo de dilemas y de historias. Un mundo donde el único olor que se respiraba era a podrido y donde el único color que existía era el gris...

Sí, el gris, cada uno de sus tonos, cual más triste que el anterior, se veían reflejados en el jarrón que ya no portaba ni agua, y que apenas sostenía las flores que le quedaban.

Me levanté, demasiado rápido para mi poco sostenible cuerpo y casi pierdo el equilibrio, aún así llegué hasta el jarrón... caminando tan lentamente que me parecieron siglos dando pasos, y apenas fueron unos segundos.

Lo así, mirándolo, y lo estrellé contra la pared, gritando con el poco aliento que me quedaba - Por qué? -sonó con mi voz ronca mientras el jarrón se hacía añicos - Por qué me he encerrado aquí? en este lugar, donde hace muchos años tuve vida, donde ahora no tengo nada. Por qué? - me repetí sollozando.

Como respuesta solo obtuve el eco de mi propia voz, que ni siquiera reconocía.

Creía que ya era hora de salir de allí, pero no tenía a donde ir, o al menos eso quería pensar para poder retenerme un día más en aquella casa que me ahogaba, como quien se hunde en un charco de un agua que ha derramado uno mismo.

Al levantarme había tirado mi historia, mi libro, las únicas palabras que alguien me dirigía a lo largo del día, pero ni siquiera me había molestado en recogerlo, lo miré con desdén, mostrandome altiva y más poderosa que él, cuando apenas era yo misma, y eso significaba no ser nada.

Arrastré mis pies, pesados, cansados, haciendo un ruido que ni yo misma soportaba.

Busqué, rebusqué, y en un rincón de mi vida, y de mi armario, encontré lo que hacía tanto tiempo no quería ni ver. Recuerdos de tiempos vividos, olvidados ya. La abrí, la miré, pero no quería ver más allá de la nube blanca que me cubrió los ojos, cuando me di cuenta que una gota cálida rodaba ya por mi mejilla sin poderla detener.

Ví fotos, papeles que parecían cartas arrugadas de tanto leerlas. Y allí estaba ella, aquella chiquilla meciéndose en un caballo. Parada en el tiempo, como si su vida hubiese acabado cuando comenzó la vida de aquella foto.

Aquella niña me sonreía, pero yo ya no podía sonreirla a ella. Me miraba inquisitivamente, como si me reprochase hasta en la foto que llevase años sin llamarla, como si yo me hubiese muerto con él.

La misma que tenía mis mismos ojos, pero llenos de vida, de esa vida que da el tener interés por las cosas, esa vida que llena algo dentro que ni siquiera crees que tienes...

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