Acuosa,
ella era de papel de fumar
y acuosa,
tan ELLA
que prescindía de nombre
y de existencia,
tan de lágrimas que la tierra
se resentía con cada huella suya.
No se movió de aquel lugar,
donde un faro tartamudo
pintaba con blancos y brillos nocturnos
las olas en coma de un mar insulso.
No se movió,
y tampoco las cartas de amor sobre la cama,
confundidas entre las sábanas blancas
y con la mísera soledad de la habitación.
Acuosa,
ELLA era acuosa
y fuerte como el vacío que mata
sinsentidos, instantes
y mariposas...
Mirando un Mediterráneo
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