Quiero acunar un tiempo deforme
sobre mis labios vacíos
orinarme en un alba insomne
de quebrantes quejidos.
Quiero desollarme en fiebre
y febril abatirme en el viento
y batir mis alas de liebre
de un marrón terciopelo.
Quiero arañar sin uñas el cielo
y destaparte sobre la cama
cubriéndote con un velo
de aguijones esmeralda.
Esos ojos, bosque y turquesa,
esa suave y bella sonrisa
y una paz de luz cinérea
en lo oscuro de una brisa.
Y un revuelo de hollín blanco,
torbellino de jilgueras
que trinan en los barrancos
de las negras noches nuestras.
Aguijones esmeralda,
mágicos y profundos,
ausentes llamas de cera
que bailan sobre los humos,
aguijones esmeralda,
colgantes y campanillas
broches para estas almas
que tan abrazadas se miran.
Aguijones esmeralda,
lejanos a cortas presencias,
cercanos en largas miradas
y en las perpetuas ausencias,
aguijones esmeralda,
sosiegos de las mareas,
silencios de las baladas
y brillos de las estrellas.
Y sois aguijones esmeralda,
un invento de algún verso
o de una perdida mañana
o de un pintor bohemio,
quizás un par de pinceladas
o dos gotas sin cuerpo
sí, quizás sois inventadas,
pero a mí me alzáis el vello.
Sois de ella, sois ella,
como las bardas al campo,
el clamor de ciudadela
adormecida por el canto.
Aguijones Esmeralda
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