El sol que amenazaba con retirarse
con el rabo entre las piernas
iluminó hasta el último pelo
de nuestras cabezas,
mientras el viento nos propinaba
bofetones y caricias.
Mirábamos con gesto insólito
aquél momento en el que las ideas
eran tartamudas
y los labios querían parecerse a las palabras
para no ser mero transporte.
Las piedras de la plaza parecían montañas,
en un lugar donde todo éramos sombríos y rápidos,
donde el hedor conspiraba en las esquinas
y los cuchicheos no eran sino ráfagas breves
e insensibles.
El tic de mirar tu reflejo en el vagón,
el inaudible grito del cariño desnutrido,
el espíritu de las manos frías y la garganta ardiente;
mi hombro y tu cara
la misma tesela,
mientras, Madrid, tan cerca,
nos protegía sin mirarnos.
.
¿Quién está conectado?
Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 3 invitados