Resides en los fosos de una hoja
en el respiro vespertino de la noche
en la bruma que truena en silencio
y con alma de dedos me recorre.
Vives, niña de cuento, grande y mujer,
en el anochecer ocre y en el crepúsculo
y en las copas de los árboles de ayer
como un vago y pobre recuerdo intruso.
Y yo busco y te sueño erguida y libre
con el viento vistiéndote de blanco
allá en lo alto donde el sol embiste
y las llanuras viven adornadas por tu canto.
Encuentro en ellas aquellos labios,
encuentro el síndrome que no me deja
el desacuerdo con mi cuerpo dado
a tí, mi ninfa de desgarro y presa.
Y aún te miro desde mi balcón de sombra,
recordando las batallas en el lecho
y las mañanas con olor a aromas
destilados en los valles de tu cuerpo.
Así me iré, con los ojos cerrados para verte en sueños, con las manos vacías para llenarlas con tu carne, y aún sonando a sangre mis palabras, serán mis besos los que convertirán la carne en piel, mis caricias serán encargadas de amaestras a los rasguños y los arañazos se verán obligados a abandonar tu espalda para dejar paso a mi respiración.
Los sueños, aunque sueños son, serán una vez más nuestra excusa, nuestros complices y beberán junto a nosotros, acostándose, muertos de cansancio, a la par de nuestros plácidos susurros, y junto al romper de las olas, anclaremos nuestro fin de noche, uniéndonos también al tenue y meloso vaivén del mar.
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Feliz -Quayle- HDS
Vaivén del Mar
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