“El viaje”

[Lunera]

Comenzó siendo un lloriqueo sin sentido,
por la ausencia y por el desvío,
más tarde creció hasta ser sollozos
enrabietados y melancólicos,
ronroneando y gimiendo en voz baja,
con el rostro helado y las manos escondidas.
Su alrededor no era más que un simple escenario
adornado por un tendedero que limitaba su austera estatura
y por unas luces de fondo que se curvaban
dando paso a los caminos.
Cerró los ojos y extendió sus brazos
imitando al mártir que jamás idolatró,
soñó por un instante que su cuerpo se confundía con el viento,
mencionó sin palabras la pena y la falta de calor
que arropaba su izquierda,
y, de nuevo, encendió el brillo que iluminaba sus mejillas
enjuagadas por lágrimas amorfas y se elevó sobre el tejado
al mismo tiempo que fenecía la estrella más brillante.
Voló hacia su meta durante toda la madrugada
y por fin la encontró en su atmósfera tibia y olorosa,
medio desnuda e inocente.
Se inmutaba su cuerpo con la propia respiración acompasada
que no reconocía el sobresalto.
Sus enormes ojos corrientes descansaban
y sus labios entreabiertos susurraban pequeños gritos inaudibles.
Cada parte de su estructura estaba en el sitio perfecto,
en un momento de tiempo loco donde el minutero
giraba sin sentido y las horas avanzaban y retrocedían
como potros indomables que tiraban de su lomo a cualquiera
que impusiera serenidad.
Las caricias le parecieron un lenguaje demasiado común
para aquella mujer tan especial, por ello,
lanzó un "te quiero" sin mover la lengua.
Lo repitió hasta la saciedad que no saciaba,
y al caer rendida su moral
la princesa de calle despertó,
viendo cómo el alba peinaba sus pestañas a contrapelo,
sintiendo el frío de la ventana abierta
y la bendita ignorancia a flor de piel.