Donde no existen los nombres
y los besos se mueren de hambre
a mitad de camino
quiero ver pasar la vida
con un lápiz afilado entre los dedos,
con pensamientos rotos remendando
la nada que se pasea en cueros
por las manos que sólo saben hurtar
en un lugar al ladito de la incertidumbre.
Intentaré enhebrar las muecas del insatisfecho,
del que esperaba ser menos,
me torceré la esperanza en cualquier piedra
para esperar dolorida el principio de mi desdicha,
para poder ser el humo que se libera
de unos labios dictadores.
Moriré con lo obsceno maniatado
a mis costumbres,
con las ganas de querer describir la vida entera
en una sola frase.
“La herencia de una frase”
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