SustraÃda,
la verdad,
de una palabra,
el sentido del verso se desvanece
y la incógnita se asienta
a esperar que el cenicero lo capte
a expensas del poeta
que no lo reconoce
y lo ignora
mientras la estrofa se construye
engañándole
para que no se dé cuenta
de que cuando llegue al final
de la obra inconclusa
el fantasma,
habitante en el blanquecino color
de las paredes,
habrá ganado la partida
y cada cual
que lo tome a su gusto.
Excusa
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