Voy a ir desnutriéndome sobre la hueca mirada de las estáticas manecillas del reloj, voy a ir partiendo el látigo de piel sobre la colina nevada, voy a dar un alud a cada campo sin vida, a cada matojo de hierba, a cada cardo seco. Voy a hundir el valle enfangado de la indiferencia mientras mi raquítico bolígrafo baila una canción con mis desérticas y aun frías y desnudas palabras.
Y en toda esta envoltura de paisaje, en todo este ambiente de polvo, voy a empezar a clavar espinas una a una, con mucho miramiento, en cada sentido, en el dulce, en el tacto, en el calor, en la fresa, en las pupilas, en el corazón y en las comprensiones del sinsentido y en la cordura de la sinrazón.
Vestido de traje, entre las alturas negras del teatro, entre sus cuerdas y bolsas de arena, pero sin máscara, voy a dibujarme a navaja desnudo sobre esos puentes de madera y allí, con cada espinita anteriormente clavada por estrofa, voy a quedarme estructurado como un sinfin de párrafos que son lagunas, de lágrimas, de sudor y de zumo de cereza del cerezo del diario Fantasia.
Y voy por sus ramas colgando en pareja
como las lunas cuando eran de tela
como el dibujo que en nuestra tierra
quedó calcado de estarnos tan cerca.
Bailando entre el bosque alejados
de los cantos y la fiesta
girando tu cuerpo en mis manos
crepitando lejanas hogueras.
Que no escapaban los besos ni las sonrisas
ni los silencios de diez-miradas
que nos dejábamos comer sin prisas
lentos caminos por piel dorada.
Y estallaron los fuegos en los cielos
de colores nos confundimos
mis manos besaron tu pelo
y en tus brazos me hiciste sitio.
Y así, eco de noche apacible,
tranquilo arroyo su boca
deformándonos como el mimbre
de la demencia de las horas,
pasó el Teatro Escondite
y yo pajarita en mano
con el esmoquin todo inservible
tan sereno y tan borracho
que mis besos, fueron miles.
Y corté creo recordar, con la espina de la única rosa que dejó antes de marchar, una de esas cuerdas que sujetaban las bolsas de arena y como por arte de magia, el telón de carmín aireado, cayó contra el escenario, de igual manera que como hacía un momento, habían caído sus labios contra mis ojos y tuve que defenderme ciego durante el espesor de los segundos en que el telón anduvo como pluma, balanceándose por la corta pero musical caida de clavel. Finalmente, los pasos dejaron lugar al silencio y el silencio, solo supo presentarme al cada vez más ausente perfume. Yo, en un ataque de desesperación, sólo pude sacar ese inútil pañuelo blanco del bolsillo de la chaqueta y englobar con él esa poca presencia que me quedaría para dibujarla otra vez en mi mente, su olor.
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Mojado -Quayle- HDS
Teatro Escondite -Autorretrato en el Diario Fantasia-
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