Inabarcable mujer (recuerdo)
A Tijana;
"La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias, se quedan allí"
Silvio Rodríguez
Paisaje,
Fuera, la noche se cierne sobre medio mundo. Pero no me importa, el recuerdo sigue vivo en la memoria.
¿Por cuánto?
No lo se, no tengo las respuestas.
Manifiesto,
Hace tiempo hubiera escrito algunos versos sencillos y tiernos, rebosantes de dulce excitación juvenil, y hubiera clamado a un cielo sordo por el bálsamo para cerrar la herida. Huir hacia delante, de mi miedo a tropezar, correr sin rumbo fijo, rumbo al mañana, rumbo al ya vendrá.
Hoy en cambio no escribo para olvidar, hoy, no huyo del quizá. Sigo clamando, si. A un cielo sordo, si. Pero ya no quiero el olvido, ya no temo a la memoria. Hoy quiero recordar. Pálido homenaje. Extraño filtro al que someteré su luz. Escribo no para ahuyentar, sino para retener, para encadenar la caprichosa memoria a los limites de estas líneas, que se alzaran desafiantes como una burla al reloj.
Boceto,
Ella no es aun una mujer, pero no es ya una niña. Ubicada en la onírica frontera entre inocencia y madurez, alumbra con su alma radiosa sus ojos como dos faros de azul fatalidad.
Su hermosa cabeza de factura entre serena y curiosa, encarna en su hechura un fascinación antigua, una pregunta sin respuesta, un silencio milenario. Coronada por un halo de espigas de centeno, que se arremolinan revoltosas sobre un lecho de piel de fruta madura. Sus ojos, ocultos tras unas pestañas de metal liquido, se abren a la mañana como dos luceros de agua inquieta, paseándose sin prisas por un mundo ansioso de entregar a esa bella mirada toda su majestad.
Con una gravedad de plomo, pueden caer en un pozo de dolorosa perdición, o sumirse en un océano de llantos de plata amarga, pero también saben reír con una risa sonora al tacto que encarnan los senderos de agua que quedan al pasar, las marcas de humedad que dejan como rastros de cariño sobre mi piel de camino cansado.
Su cuerpo de diosa impúdica, semeja en sus formas una pieza de la más selecta y hermosa orfebrería carnal. Colgante de nácar y perlas, vísceras, músculos y hueso. Voluptuosa en su sencillez, orgullosa de ser quien es, sin miedo a afrontar la desnudez consciente de sus sentimientos. Que extiende al sol y al viento, a lo largo de su piel de azúcar.
Alegre y repartida como el pan de los pobres, con el cariño siempre en la punta de los dedos, capaz de calmar mi mundo solo con su abrazo. Abanderada de la delegación de la ternura que respiran todos mis poros en su compañía. Una palabra, un gesto, quizá un descuido intencionado y todo vuelve a su sitio, sin miedos, sin fisuras. Perfecto otra vez. Como siempre, como nunca.
Cuando sus brazos te rodean sientes la respiración pausada de sus pulmones de suave tela alveolar, sientes la esencia ligera de aquella colonia lejana, el paso tranquilo de su corazón a tu pecho, sus manos recorriendo como impulsos encadenados los limites de tu espalda, la presión cercana y humana de sus brazos, su cara refugiándose confiada en las cavernas de tu cuello y sus labios posándose como diminutas mariposas en tus mejillas desprevenidas.
Asi es ella, consciente solo de su propia inconsciencia, capaz de darte todo por nada y sentirse satisfecha. Telúrica y liviana, frágil y sólida. Hermosa y humana para bien y para mal.
Paisajes ocultos,
Sus enormes ojos de agua oscura, ocultan una profundidad de termino remoto. Me miran fijamente desde detrás de esas enormes pestañas que parecen abrirse como fauces dúctiles fagocitando mi cuerpo hecho luz en sus pupilas. Me introduzco ingrávido entre unas olas de liquido espeso y solemne que parecen envolver el todo con sus alas de azul metal.
Sigo navegando arrastrado por una corriente de tormentos del pasado ocultos tras una patina de rutina, que se resquebraja al contacto con mi piel.
Me siento absorbido hacia el centro de un oscuro remolino que me atrapa y cae la noche, y una luna en ciernes de majestad se desprende de un encaje de estrellas y alumbra con su reflejo vanidoso un prado de agua roja, en el centro del cual, solitario revierte un cisne negro. Que orgulloso en su singularidad, mira tranquilo el aire espeso que rodea su mundo. Aire cargado. Aire de hierro. Soportando en su peso una vida y mil vidas, una historia y mil cuentos.
Vago perdido, por un mundo desierto nubes de arenisca cubren mi pelo. Allá a lo lejos lo grande es pequeño. No se de donde vengo, ni que es lo que hecho. Cae una gota de acero impagable, y golpea mi rostro. Y veo como mis manos se difuminan en la lluvia y poco a poco resbalo por debajo y mas allá de tu mirada.
A flor de piel,
Y recupero el control de mi cuerpo. Todo vuelve a ser. Mi mano se dirige decidida entre los campos magnéticos de tu respiración. Y captura en su caída una lagrima traidora, que precipitada abandona el fuerte desesperada, tras el largo asedio del dolor.
Una vez detenido y a buen recaudo ese resto de recuerdo. La mano se dirige sin prisas hacia tus bucles dorados y se pasea entretenida entre los ligeros nudos y enredos de tu pelo de sol de verano. Tu cabeza reposa confiada, perdida entre mi pecho demasiado grande, perdida en una nube de mañanas que no acaban de llegar.
Epilogo,
No se hasta cuando resistirán mis palabras el asedio del tiempo que implacable se cierne entre su cuerpo y mi recuerdo, pero mientras alguien sea capaz de emocionarse con el gesto de ternura más humano y sencillo, seguirán mis versos golpeando algún pecho.
Y quien sabe quizá algún día a fuerza de golpes, fuertes, vuelvan a hacerme feliz como tantas veces. Como tanta gente.
Fin
Inabarcable mujer (recuerdo)
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