Por la ventana, la luna seguía brillando tras el cielo color naranja. Al entrar él al cine, le vi. Alto, infinito. Ese sí que era un cuerpo por el que no me importaba perderme y dar mi vida, mis vidas.
Llegaba tarde y venía solo? quedaban sólo 5 minutos para el comienzo de los trailers y él aún vagabundeaba alrededor. ¿Me habría visto? ¿Estaría dudando si acercarse a mí? ¿Luciría yo lo suficientemente apetecible aquella noche? Pronto saldría de dudas.
Fue como un estallido, como si de repente supiese que me necesitaba, que me deseaba. Visto y no visto. Cuando quise darme cuenta ya estaba de su mano, en dirección al patio de butacas
Oh, aquellas alfombras rojas, aquel murmullo inicial, estar junto a él. Era un sueño, y tanto que lo era.
La gente se levantaba de sus asientos para dejarnos paso. Miró su entrada. Aquí es. Nos sentamos. Los trailers previos a una película de terror saben a gloria, son el último barco con luz en un océano de sombras.
Ya estábamos sentados y yo estaba muy nerviosa, sentía cómo me crujía todo. No veía el momento de acariciar sus manos inmensas, dejarme caer, rozar sus labios, sentir el tacto de su lengua envolviéndome.
Las luces se apagaron y un susurro de impaciencia recorrió la sala. Caras sonrientes, revolver de bolsas y paquetes. Todos éramos un solo espectador. Y yo disfrutaba de mi compañero como si aquella noche fuese mi última noche. Bueno, bien sabemos que ciertamente lo era y por ello tanto deseaba vivirla intensamente, poco a poco, una a una.
El sonido de un móvil justo al comienzo del primer trailer trajo a la memoria de todos la necesidad de silenciar los suyos propios. Cremalleras, velcros, trajinar de abrigos y bolsillos. Un caos delicioso.
Uno a uno, los estrenos de la temporada pasaron raudos. La Navidad andaba cerca y la pesada oferta infantil parecía ofender a quienes creen que ser niños es una enfermedad que ya han superado. Ser adulto, en mi mundo, consiste en afrontar una película de terror sin despeinarse, sin acalorarse, o al menos, sin que nadie se percate de ello. Mucho apretar los dientes y clavar las uñas en los brazos de las butacas. Venir al cine a sufrir es cosa de hombres.
Y mientras, yo seguía en mágica tensión. Mi gran momento había llegado. Los créditos acabaron de introducir nombres conocidos por todos y era el perfecto instante de echarse encima de mí. Y así lo hizo.
Guitarra, piano, baloncesto y caricias. Eso leí en el tacto de la piel del interior de sus manos. El segundo paso, su boca. A estas alturas, en un sublime golpe de originalidad de la pieza cinematográfica, ya andaba una chica poco vestida por una enorme casa a oscuras, no sé muy bien si buscando a su asesino o huyendo de él.
Su boca me supo a miel, yo a él supongo que también. Tanto me entretuve entre sus fluidos, tanto se entretuvo él conmigo, que no supo tragarme a la vez que trataba de digerir el despunte colosal del volumen de la música, el encontronazo de la chica con el encapuchado y el estremecimiento del público en general. Su garganta se cerró.
Agonizante, luchó por librarse de mí. Silencioso, a pesar de todo. Tenía los ojos en blanco, aunque nadie pudo dar fe de ello. Sus fosas nasales estaban obstruidas, todo él estaba lleno de pedacitos de mí. No sé si era normal no sentir compasión pero yo estaba disfrutando de aquellos segundos, de su lento proceder, de su frenético latir. La película parecía acompañarnos en una continua sucesión de gritos ahogados, músicas chirriantes, luces y sombras desconcertantes.
En pocos segundos, volvió la calma. La gente se incorporó en sus asientos, suspirando aliviados. La chica yacía aparentemente inconsciente en el suelo de una cocina blanquísima, junto a un exagerado charco encarnado.
A mi lado seguía él. Pálido, frío, inerte. Estaba despeinado y con la barbilla hundida en el pecho. Ya no sufría, aunque parte de mí seguía con él. No pretendía acabar así, desparramada a medias por el suelo y con un bonito rostro eternizado. Yo sólo quería recorrer sus entrañas, sentir su calor. No era mi intención ahogarle hasta la muerte.
Yo, yo no era la mala de la película, tan sólo era una bolsa de palomitas.
Lo siento. Demasiado cutre para prescindir del anonimato.
Gracias por las frases entremedias, gracias por ser el cuerpo insiración.
Gracias por despejar el cielo para mí por las noches.
Memorias desde el suelo de un cine
inkredibol
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