El jardín de los sueños.
Teresa caminaba sin rumbo por el enorme jardín que estaba en la parte frontal de la casa. El hombre que había diseñado el curioso complejo era, sin duda, alguien docto y con profundos conocimientos en muchas materias. Política, filosofía, arte, religión. Todo eso estaba indicado en cada sutileza y en cada detalle. Casi todo el espacio estaba ocupado por densos muros de seto, de unos dos metros y medio de alto, y algo más de un metro de ancho, que formaban una gran cantidad de pasillos que comunicaban espacios más amplios, donde se concentraban las riquezas botánicas del jardín. En aquella época del año la mayoría de las plantas no mostraban todavía sus flores, pero era indudable que en el momento en el que estas florecieran el espectáculo sería incluso mejor. Por todo el complejo, aunque más concentradas en los espacios abiertos, había esculturas de muchos tipos, aunque casi todas parecían sacadas de la Grecia o la Roma antiguas. Realmente el jardín era casi un laberinto de sorpresas. Cada vez que lo había recorrido había descubierto algún espacio nuevo, algún detalle distinto, o alguna escultura que no había admirado antes.
Teresa iba vestida con una chaqueta de punto de color beige, una sencilla falda lisa que le cubría hasta los tobillos y una blusa blanca, cerrada hasta el cuello. Tenía el pelo negro y largo, recogido en una coleta, y su piel era clara, incluso pálida, lo cual le había creado no pocos problemas en sus estancias en África y Centroamérica a causa del sol. Tenia una eterna expresión de serenidad, como si nunca se hubiese enfadado ni exaltado por nada. Sus facciones no eran especialmente bellas, puesto que su rostro era excesivamente ancho, aunque sus ojos, de color verde, llamaban mucho la atención. Bajo su brazo llevaba un grueso volumen forrado en cuero, una copia de El Capital, de Karl Marx. Se sentó en uno de los claros del jardín, apoyada en uno de los recios setos, y buscó el lugar donde había dejado su lectura la última vez.
-Extraña lectura para una monja.- La voz de Vanesa sobresaltó a Teresa, que dio un respingo.-Perdona si te asusté, aquí todo es tan silencioso que...
-No te preocupes.-Teresa sonrió. Me sobresalto con demasiada facilidad desde...- Y sobre la lectura, soy de las que pienso que hay que conocer todos los puntos de vista, incluso los que no compartes del todo.
-¿Del todo? No se mucho de política, pero ¿Marx no decía aquello de que la religión es el opio del pueblo?-¿Una monja roja? Cosas extrañas hay en este mundo.
-Si, y si observamos la época en la que vivió Marx, no le faltaba razón. Cada vez somos mas los que dentro de la iglesia pensamos que a lo mejor podríamos haber hecho nuestro trabajo mucho mejor. Hoy hay otros opios.
-¿La tele?
-Es un buen ejemplo. La tele, el consumismo, el afán de posesión de bienes materiales... yo pienso que la mejor manera de servir a Dios es ayudando a los demás. Ni te puedes imaginar la cantidad de gente que hay en el mundo que no tiene ni lo mínimo para vivir con dignidad.
-Lo supongo.-Siempre con la moralina cargada, parece que los problemas que tenemos los de aquí son menos importantes.- Habrás visto de todo, me imagino.
-De todo y más, tenlo por seguro.-Y viéndote, más de lo que puedes llegar a imaginar, diría.- No me gusta entrar en ciertos detalles, pero te aseguro que la vida en el tercer mundo es algo que no se puede uno imaginar. Hay que verlo para creerlo. Ni con todas las campañas publicitarias del mundo se puede imaginar la cara de una madre que tiene que elegir entre alimentarse ella o alimentar a sus hijos.
-Realmente debe ser horrible.-Siempre igual. Parece que tienes que sentirte culpable por tener comida en el plato.-No se cómo pudiste soportar vivir allí.
-Supongo que porque tengo la vocación de ayudar. Podría haber elegido una vida cómoda aquí, pero tenía inquietudes que necesitaba resolver.
-¿Y lo has hecho?
-Algunas de mis inquietudes anteriores si están satisfechas. Pero ahora hay otras. Supongo que es ley de vida.
-¿Y porque lo dejaste?
-No lo deje exactamente. Pero... bueno, eso quizá te lo cuente más adelante, y con más calma. Es una historia complicada, y casi es hora de comer.
-Por eso vine hasta aquí, a buscarte para avisarte de la comida. Y de paso, a dar un paseo.
-Vayamos entonces al hotel. Empiezo a tener hambre.
Teresa cerró su libro, se incorporó y comenzó a caminar junto a Vanesa, a ritmo lento y cadencioso.
Tras ellas, en el centro del claro, una estatua de mármol blanco que representaba una mujer sosteniendo una balanza en su mano derecha parecería observar sus pasos si no fuese porque le faltaba la cabeza.
El Hotel Torralta: 5-El jardín de los sueños.
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