Entonces sucedió. Pasó sin yo quererlo. Lo prometo. Que momentazo. Por la pantalla apareció una señorita joven, de buen talle, de prietas carnes, muy jugosa. Poco a poco se fue desnudando con toda naturalidad. Yo dejé de sonreir. Estiré mi cuello y abrí los ojos todo lo que pude. Mi boca se entreabrió y quedó muda de estupefacción. Una mujer desnuda contoneándose en la televisión. Mi corazón empezó a latir con más fuerza. Yo apenas pestañeaba. Algo dentro de mí se estaba levantando. El corazón no paraba de bombear y aquello no dejaba de subir. Dios, me puse totalmente colorado. Allí estaba yo, con toda la familia delante y con aquello en posición de firmes. Miré a mis padres y por sus rostros noté como no se habían dado cuenta. Disimuladamente, intenté cruzar las piernas pero no pude. Podría dar a mi hermana. Estaba demasiado cerca. Instantáneamente, bajé las manos. Ella se dio cuenta y me miró sorprendida. Yo estaba ya sudando y la pobre, que era más pequeña que yo, me preguntó en su inocencia y su candor:
- ¿Por qué te has puesto colorado?.
Yo le rogué que bajara la voz. La pobre no entendía por qué, así que le faltó tiempo para llamar a mi madre.
- ¡Mamá!, ¡Mamá!, ¡mira mi hermano!.
Al instante mis padres giraron la cabeza y descubrieron mi repentino rubor. Yo, totalmente callado. Mi padre miró disimuladamente hacia donde tenía que mirar y sonrió. Dios, ¡que vergüenza!, ¡que vergüenza!. Noté como el mundo entero se estrechaba en torno a mi alrededor y me miraba. No sabía como ponerme. Entonces mi madre, con gran acierto, se levantó y cambió de canal. Nadie dijo nada. Afortunadamente, al poco tiempo aquello fue recuperando su estado normal. Mi hermana, al verme más tranquilo, dejó de preguntar. Nadie comentó nada.
Hoy, han pasado ya 20 años y cuando coincide una película de aquellas, mi madre, si estoy yo delante, usa el mando a distancia.... por si acaso.
