Me senté a mirar el techo. Blanco. Blanco como la muerte, porque la muerte es blanca en todos lados menos aquí. Sabía lo que me esperaba si observaba durante mucho tiempo el granulado añejo, harto de apuntar siempre a los que pasamos tranquilamente por debajo sin a penas darnos cuenta de que nos vigilan. Hay tantos minirelieves amenazantes que me cuesta controlarlos todos para esquivar el primero dispuesto a atacar. Pero todos caen sobre tu pecho, que es el mío y me pesan, y me oprimen... es posible que hayas sido tú el que dio la orden de bajar.
Jamás me encargué de leer la letra pequeña del contrato, jamás creí que pudiera hacer falta y ahora me arrepiento de no haberlo hecho, quizás me hubiera evitado esta posición de cristo sin magulladuras, sin clavos, sin sangre, de brazos perpendiculares a un cuerpo que es el mío y que ansía otro, probablemente el tuyo... en otra ocasión. Ahora me conformo con un ser humano cualquiera.
Siento que te pesen a ti también pero es lo que acordamos. Pienso en lo que me decías cuando estaba mal, en flores, la playa, un río, quizás la última de Disney... puedo sentirme mejor pero extiendo mi mano y no encuentro nada, esta vacío, solo el frío suelo se compadece de mí y sube su temperatura para no helarme.
Ahora quiero morirme de frío y que los granitos atraviesen cada uno de mis poros.
BLANCO
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