
Tenía los ojos abiertos. No veía nada. Oscuridad por todos lados. Intenté levantarme pero no pude. ¿Dónde demonios estaba?. Quise girar la cabeza. Imposible. Quise mover los brazos. Nada. Mover las piernas tal vez. Tampoco. Oía voces a mi alrededor, llantos desconsolados, murmullos de conversaciones a lo lejos.
- ¿Cuándo lo llevan al cementerio?, decían.
¿El entierro?. ¡Dios mío!. Me dio un vuelco el corazón. ¿El entierro?. ¿Qué entierro?. ¿De quien?. ¿Dónde ostias estoy?.
Comencé a respirar agitadamente. Una sensación de miedo atroz fue apoderándose de mí. Intenté tranquilizarme y pensar, pensar: los lamentos, la gente, mi inmovilidad? No puede ser me repetía a mí mismo. No puede ser. ¿No sería este?mi entierro?. ¿No estaría yo dentro de un ataud?.
-Pobrecito, con lo buena persona que era. Y tenía toda la vida por delante. Tan joven?.
De nuevo aquellos comentarios del exterior.
- ¡Ehhhhh!, ¡joooooder!, ¡que estoy aquí!, ¡que sigo vivo!, ¡Ehhhhh!, ¡sacadme de aquí!, gritaba yo.
Era inútil. Nadie me escuchaba. Tenía la garganta paralizada al igual que el resto del cuerpo. No podía mover nada. Pero ¿por qué?. Ya no lo recordaba.
- ¿Cómo ha ocurrido?, preguntaban fuera.
- Fue mala suerte. Iba conduciendo, de regreso a casa, un borracho se saltó la mediana, invadió su carril y se empotró con él de frente. Murió en el acto, explicaba alguien.
-¿Morir?, ¡coño, que no estoy muerto! ¡Por Dios!, ¡que no estoy muerto!. ¡¡¡¡Socorro!!!, ¡¡¡SOCORRO!!!.
Gritaba, gritaba y seguía gritando con todas las fuerzas de las que era capaz. Sólo me oía a mí mismo. Gritaba por desesperación. En aquel momento, noté como el féretro se inclinaba hacia arriba.
-¡Arriba con él!, ¡a la de tres!.
Entre familiares y amigos me cogieron y me llevaron al nicho donde me iban a dejar? para siempre.
La sensación de terror era total. Tenía ganas de llorar, de vomitar. Notaba como el aire ya estaba escaseando dentro del ataud. La angustia era insoportable. Me depositaron en el suelo y todos comenzaron a rezar, dedicándome un último responso. Abrieron la portezuela que dejaba ver mi rostro. Se iban a despedir una última vez.
Comenzaron a desfilar delante de mis ojos mis padres, mis hermanos, mis amigos, mis primos?
Yo intentaba llorar, gritar, mover los párpados para llamar su atención. Nada. Nada. Todos pasaron con los ojos arrasados en lágrimas hasta que finalmente mi novia fue la última en despedirse.
- ¡Cariño, cariño?..amor mío!, me decía ella acariciando el cristal. ¡Tú estarás vivo siempre, en mi corazón!. ¡Te quiero?.te quiero!, me susurraba.
Aquellas palabras me hicieron volar por unos instantes. El día que nos besamos por primera vez?
Como olvidarlo. Aquella noche estaba espléndida. Muy sensual. Era verano. Tuvimos una cena romántica y luego fuimos a pasear descalzos por la playa. Nos detuvimos tras recorrer un largo trecho y nos apoyamos sobre una roca, en una cala algo escondida. Nos miramos intensamente. En silencio. Y en silencio comenzamos a besarnos. Mis manos fueron recorriendo sus curvas por todo el cuerpo con suaves movimientos. Nos besábamos apasionadamente. Sus manos fueron bajando hasta mi cintura, lentamente, recorriendo mi torso ya desnudo. Poco a poco fue desabrochándome el pantalón. Palpaba por debajo de él. Sonreía. Mi pene estaba erecto como nunca.
- ¡Te voy a follar, te voy a follar como nunca te han follado!, me susurraba?.
De repente se oyó un golpe seco. Ténue. Mi novia se sobresaltó y se apartó rápidamente muy pálida.
-¿Qué ha sido eso?, preguntaba. ¿Habeis oido algo vosotros?.
Todo quedó en silencio. Sonó otro golpe de nuevo. Procedía de?. ¡Sí, procedía dentro del féretro!.
En ese instante, entre el miedo y la incredulidad procedieron a levantar la tapa. Cuando la abrieron del todo se encontraron a un servidor en posición de firmes. El ataud era bastante estrecho y la naturaleza luchaba por salir. De ahí los golpecitos. Aquello fue lo que me salvó de una muerte segura. Mi arma letal se había vuelto a portar como debía, acudiendo rauda a la llamada en los momentos más acuciantes.
En ese momento oí a mi madre?
- ¡Vamos niño, que es la hora!. Y acto seguido me levantó la sábana comprobando como aquello se había despertado unos minutos antes que yo. Me miró, se calló y se marchó a hacerme el desayuno. Siempre me tienen que despertar en el mejor momento. Todos los días igual.





