La viste escrita en la pared amarillenta de aquel baño,
ahí estaba reluciente aquella aplastante verdad.
Apareció desangrada, escupiendo vergüenza
sabiendo que ella formaba parte de lo más crudo,
de la cruel verdad más verdadera.
El dolor de lo cierto en tu retina,
el bochorno de saber que también es tú culpa,
la impotencia de que nadie, absolutamente nadie
tiene las muñecas separadas, libres.
Aunque crea que cada día hace la maratón
ni siquiera consiguió despegar sus tobillos.
La miraste inmóvil
digiriéndola un momento
y pensaste:
¿Por qué tardaste tanto en darte cuenta?
¿Y si no te lo llega a decir la pared?
Sabías que no era de quien la escribió,
sólo salió de su rotulador para molestar
y una vez fuera cobró vida propia.
Ya no era suya.
Nunca fue suya.
Te distrajo un momento el goteo del grifo
y justo después la olvidaste pero eso fue más
de lo que había hecho el centenar que desfiló
esa noche delante de ella quitándose la suciedad
(o eso creían ellos) y matándose los piojos
sin tan siquiera verla. Mucho menos leerla.
Te atreviste a salir de allí después de un rato
pasando de nuevo al mundo real,
el de las mentiras,
algo molesto aún pero sin recordar del todo
aquel azulejo que enmarcaba lo más crudo,
la aplastante y cruel verdad más verdadera.
Pocos se atreven ya a escribirlas
para que se fijen cinco personas de cada cien,
la lea una y no la entienda ninguna
pero de vez en cuando vuelven a aparecer
como hongos después de la lluvia
y todas dicen lo mismo:
?Las paredes hablan lo que la gente se calla?
LAS PAREDES HABLAN LO QUE LA GENTE SE CALLA
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