Buenas, mi nombre es Sergio y soy un escritor aficionado que está a punto de publicar su primer libro. Su nombre es Tikkún y antes de invertir parte de mi dinero en el libro me gustaría conocer vuestra opinión sobre el primer capítulo. Para mi sería importante sondear si gusta o no el estilo del libro. Me encanta la música y por eso lo dejo en este foro. Muchas gracias por vuestras ideas, opiniones y sugerencias.
1. EL PENSAMIENTO Roberto ?Preacher? G. Smith
Mi padre, D. Luca ?Trust? Giovanni, siempre se presentaba a sus futuras víctimas con la misma sentencia, que más tarde yo haría mía: ?el pensamiento es una barrera que nos impide ver la verdad, y la mejor manera de romper esa barrera es el dolor. Dentro de poco, me revelarás toda la verdad?.
Los buenos recuerdos que conservo de mi paso por esta vida están ligados a mi ciudad de origen, Nueva York. Allí transcurrió mi niñez y parte de mi adolescencia, y allí saboreé los últimos meses junto a vosotras, los meses más felices de mi vida.
Mis padres y yo vivíamos en un barrio de Manhattan, Little Italy, en la calle Mulberry. En sus orígenes este barrio estaba poblado por una gran cantidad de inmigrantes italianos, entre los que se encontraban mis abuelos paternos. Desembarcaron en Nueva York a finales del siglo XIX huyendo de Nápoles, donde reinaba la pobreza, el paro y la criminalidad. La Camorra sembraba el terror y prácticamente gobernaban la ciudad. Al poco de establecerse en Nueva York, mi abuelo comenzó a trabajar entregando pedidos de una tienda de comestibles y mi padre lo acompañaba cuando no tenía clases. Así conoció a mi madre, Mónica, que ayudaba a su familia en una tienda situada en un barrio cercano, el Soho. Ambos eran muy jóvenes e inmediatamente surgió el amor. Ella había nacido en Nueva York y a su familia les costó aceptar a mi padre, hijo de un inmigrante italiano. Pero mi padre era una persona muy especial. Todo en él inspiraba confianza, su mirada, su conversación, sus gestos, su actitud ante la vida, siempre positiva. Mi madre quedó prendada de su personalidad, y mi abuelo, ante la evidente felicidad de su hija, acabó aceptando a mi padre como un miembro más de la familia. Se casaron en 1914 y según se dice fue una de las pocas ocasiones en que todos los vecinos de los barrios cercanos olvidaron sus diferencias económicas, personales, étnicas y celebraron la boda junto a mis padres con total felicidad.
Fueron durante mucho tiempo el ideal de pareja perfecta. Mi padre era alto para la estatura media de la época, de complexión débil en apariencia. Su altura y delgadez invitaban a sus enemigos a enfrentarse con él, seguros de salir victoriosos. Recuerdo una noche, ya muy tarde, mi padre y yo volvíamos a casa tras un duro día de ?trabajo? y atajamos por un frío y oscuro callejón. De repente, de las sombras emergió una corpulenta figura que, a paso decidido, se dirigió hacia nosotros, con la intención de robarnos o matarnos. Doblaba a mi padre en tamaño.
-Papá, por favor, estamos a tiempo, huyamos. Es mucho más fuerte que tú, no podrás con él - le grité, mientras intentaba salir corriendo.
Mi padre me agarró el brazo con fuerza y al girarme, su mirada me petrificó. Comprendí que no íbamos a huir.
- Hijo mío, ¿es que no has aprendido nada de lo que he intentado enseñarte? ¿Crees que es la casualidad la que nos ha arrastrado a este callejón? Nuestro Destino está escrito y si hemos de morir esta noche, yo lo haré luchando. No te debe preocupar si su fuerza es superior a la mía o si sus puños golpean con más dureza que los míos. ¿Acaso puede un poderoso huracán romper un débil junco? Aquí, en este mundo, debemos ser como ese frágil junco, fáciles de doblar pero extremadamente difíciles de romper.
Mi padre siempre fue motivo de envidia por parte de las amigas de mi madre. Su figura resaltaba allá donde acudieran. Las fotografías que mi madre guardaba de nuestra vida en Nueva York, en las que aparece un joven Luca, así lo demuestran. Su pelo moreno peinado hacia un lado, sus ojos negros, brillantes, que parecían desarmar a sus enemigos, su elegante forma de vestir, que le proporcionaba un aspecto superior a su condición social... Durante nuestra estancia en Nápoles hubo pocos momentos que merezcan ser recordados. Mi madre se pasaba horas y horas observando las escasas fotografías que había realizado, acariciándolas con la yema de los dedos, mientras lloraba.
- ¿Qué te ocurre mamá, por qué lloras? - le pregunté un día al llegar a casa y encontrarla en el sentada en el sofá del salón, con la cabeza entre las manos, sollozando y gimiendo como una niña desconsolada, a la que le han roto su juguete preferido. Sobre la mesa había una fotografía.
- ¿A quién ves en esta fotografía, Roberto? -. Sus dedos, totalmente crispados me mostraron un retrato de mi padre. No entendí la pregunta. Mi madre retiró el pelo de su rostro y al verla quedé sobrecogido. La mujer luchadora que yo había conocido se había esfumado y la locura comenzaba a hacer mella en su figura. Su bella melena pelirroja era ahora una maraña sucia y despeinada, abría los ojos de forma desmesurada, y mantenía la mirada perdida en algún punto de la habitación, pasaba de una risa nerviosa a un llanto amargo, ambos sin motivo, balbuceada y susurraba palabras y frases sin sentido. Se ponía en pie, caminaba en círculos hablando consigo misma, se detenía y volvía a sentarse. Así, una y otra vez. Sentí una puñalada en el corazón. Mi madre se había rendido y yo tenía la culpa.
- Es Luca, mi padre. Tu marido, mamá. Recuerdo bien cuando nos hicimos esa fotografía. Fue la noche que llegamos aquí, a Nápoles. Papá nos convenció y salimos a cenar. Durante el brindis nos prometió que siempre permaneceríamos unidos.
- Yo ya no veo al hombre del que me enamoré. No es la misma persona aunque su aspecto sea idéntico. Sus ojos, con los que soñaba y en los que me sumergía cada noche, ahora delatan y reflejan la suciedad y el odio que contemplan cada día, se han convertido en cortinas de sus pecados y testigos mudos de la muerte. Las facciones de su cara, que desgasté con mis besos, se han vuelto afiladas, como las herramientas que utiliza para matar. Sus manos suaves y firmes, que acariciaron y dibujaron el mapa de mi cuerpo, ahora son excelentes armas a la hora de golpear. Sus dedos finos y alargados, expertos en erizar mi pulso, impregnan de pavor a sus víctimas. Su dulce voz, ha transformado sueños en pesadillas y esperanzas en decepciones. No, Roberto, este no es tu padre.
TIKKÚN
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Esta bastante chulo. Bien construido...
Asi, en una primera lectura me llamo un poco la atencion el exceso de conversacion en una situacion estresante como la que narras cuando el hombre corpulento va a por ellos. Quizá la escena quedase mejor si primero narrases los hechos y despues planteases la conversacion... lo que no me "encaja" es que se larguen esas peroratas cuando hay un tio que los quiere matar yendo hacia ellos...
Eso, espero que no te moleste el comentartio, solo pretendo ser constructivo...
Asi, en una primera lectura me llamo un poco la atencion el exceso de conversacion en una situacion estresante como la que narras cuando el hombre corpulento va a por ellos. Quizá la escena quedase mejor si primero narrases los hechos y despues planteases la conversacion... lo que no me "encaja" es que se larguen esas peroratas cuando hay un tio que los quiere matar yendo hacia ellos...
Eso, espero que no te moleste el comentartio, solo pretendo ser constructivo...

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Está bastante bien este primer capítulo. La presentación y las descripciones están bien. Solo decir que al igual que comenta Cronos, en una situación como la del callejón creo que habría poco tiempo para la charla, el enemigo no esperaría.
Pero mi primera impresión es satisfactoria, a ver que tal te queda. Un saludo
Pero mi primera impresión es satisfactoria, a ver que tal te queda. Un saludo
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Yo opino lo mismo que los demas, he leido esta tarde el capitulo, y pienso lo mismo, esta muy entretenido, si el libro es todo asi, promete. Pero pienso lo mismo que Vilches y Cronos, que en la parte de la pelea, no deberian hablar tanto, si te esta esperando el enemigo, por lo demas creo que no tiene ninguna pega.
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