...aviso a navegantes: es un relato raro y extraño y confuso, unos porrillos de regalo pa'quien lo entienda:
No recuerdo ni dónde ni cómo ni cuándo ni por qué. Sólo sé que había luz allá y que decidí entrar por la ranura-circular que asomaba con fulgor entre tanta oscuridad.
Justo antes, cada uno de mis huesos pesaba como la derrota y mis labios eran sapos muertos bajo el sol. Los ojos flotaban en sus cuencas de barro fluido sin rumbo. Mi cabeza era polvo ya, muy denso. Y mi cuerpo delgado, se negaba a existir. Magullado. Desnudo. Entré, entré, entré y todo, comenzó a ser.
Durante años sentí esa sensación y durante años dejó de acorralarme, se iba y regresaba como un mal sueño, pero éste: duraba años y entraba y salía de mí violando cada uno de mis pensamientos, volviendo cada vez más atroz. Volviéndome cada vez más violento, más violento. Regresaba y entonces me rompía los nudillos contra las paredes para espantarlo y gritaba y temblando caía arrodillado, después el silencio de una tumba se hacía presente y me deslizaba hasta estar acostado en el suelo, luego me dormía por el agotamiento de los golpes. Dormía varios días y al despertar emergía de nuevo el temblor y la violación, para dar paso al viaje.
Vestimenta: un pantalón vaquero azul roto en ambas rodillas y nada más, más que piel recorriendo todo mi cuerpo y sangre en mis manos.
Todas las caras durante los años de violación eran la mía . Todos los cuerpos con sus andares eran el mío (un saludo, Pessoa). Todos los gestos. Todo sin excepción me recordaba a mí, es más: era yo. Todo lo muerto, todo lo vivo. Todos eran yo menos yo. Todo era yo sin mí. Todo existía en mi figura fuera de mí pero dentro sólo había viento inmenso y loco y noche.
Y llegó nuevamente, sin saber que sería la última, para poseerme, después de unos segundos de consciencia tras abrir los ojos en el suelo.
La paloma descendía como una gota, con su dorso, por mi pecho desnudo y frío. La paloma blanca mía y el pecho blanco mío y la sangre oscura mía, en aquel poste eterno. Y ella cálida dejaba su cabeza caer hacia atrás en mi pecho y su alas abiertas y mis brazos abiertos y mi figura sostenida en lo alto de un poste eterno con fin y sin principio con la cabeza al cielo; y sus ojos fijados nimiamente en mi cuello centrándose más en mi cabello. Desde éste resbalaba una rama de sangre morada encerrando lo blanco animal en víscera oscura hasta mi vientre y dibujando desde el ombligo una línea hasta mis genitales. La paloma blanca finalmente se desmenuzó en el suelo del poste, entre mis pies y como por la erosión del tiempo un templo antiguo, se consumía. Antes de ser polvo totalmente la pateé hasta el abismo y el poste desvaneció y, silencio.
La caída fue caída o bien pudo ser subida a la nada, o al todo. ¡Qué empezara el viaje!, nada importaba ya:
Me vi rodeado de hormigas y de coches derruidos como viejas y me pensé lleno de arrugas metidas hasta en la yema de los dedos mientras, poniendo cimientos en la hoguera de los sueños para evitar el miedo, pensaba quién tapará el silencio de los rincones de esta ciudad de mi pecho roto, qué hormigas y qué araña y qué hombre llevará a cabo tal labor de relleno y consuelo.
Bajo mi piel, que no veía, sólo un silencio de viento como remolinos secos y sensaciones y pensamientos confusos. Sobre ella: el mundo, un mundo en el que ya no estaba pero que era mi mundo, o así lo reconocía y catalogaba. Todo estaba en relación a mí. No había nada nuevo, todo era conocido de tiempo atrás. Desde mi piso no sé cómo había bajado hasta la calle y estaba sentado en una acera entre dos carriles, los coches-vieja de un lado a otro pasaban por delante y por detrás mía, aún no distinguía personas en esa maraña de aire y calles y coches y hormigas rodeándome, intuía que llevaba el mismo pantalón roto, pero no podía verme. La ciudad se desarrollaba y respiraba ahí delante, sé que estaba allí, en esa acera sentado y temblando, pero la ciudad y la vida estaban sin mí.
Los otros viajes fueron como éste. Éste fue el cuarto viaje. Todos empezaban con la imagen de la paloma y el abismo. Un paloma sobrevolando un abismo, del que era yo centro, que llega y va muriendo y resbalando en mi pecho y cae a mis pies entre sangre y polvo. Y a continuación, no era capaz de distinguir el paso del tiempo. Pasado, presente, futuro: uno. Realidad e imaginación: uno. Todo: en el mismo instante, que duraba años, de uno a tres, cada vez un año más. Menos el último vuelo. Solía tener unas cuantas interrupciones en las que me hallaba tirado en mi casa, sangrando y completamente agotado y hambriento, el aturdimiento era absoluto, me duchaba para limpiarme la sangre y sanar las heridas después, comía algo e intentaba recapitular... Cuando sin tiempo a más: volvía y, la paloma...
Y entonces, me sentía mudo como una roca. Extraño y mudo en mi propia piel. Un roble sin hojas. Una caricia en el aire. Una bota sucia. Un tablero roto. Un ciego sordo. Una crema amarga. Un billete de tren sin vuelta. Una nube como siempre, solitaria. Una pantera muerta. Un bote lleno de truenos. Un humo espeso. Una sábana tirada. Un reloj tic tac sin cuerda. Una pared. Un grito ahogado. Una noche de niebla. Un suelo sucio y, pisoteado. Un polvo a medias. Una vida entera, desperdiciada. Una soledad eterna. Un amanecer nublado. Un plato quebrado. Un ronquido más. Un descenso bajo tierra. Una partida perdida. Un vómito en la acera. Una correa abandonada. Una cerveza robada. La salida de un camión. Ceniza. Un siglo bajo el Sol. Sin vendas.
Me sentía mudo como una roca. Extraño y mudo en mi propia piel.
Un edificio viejo. Una vieja hastiada. Una arruga profunda. Una espera en balde. Una puerta cerrada. Una sonrisa podrida. Una lágrima en el mar. Un enfermo por curar. Un amor que se acaba. Más ceniza. Y esa llama que se apaga. Una esperanza enterrada. Una escalera sin fin. Una farola doblada. Una calle negra. Un corazón helado. Unos labios por besar. Un escritor frustrado. Una vena reventada. Una primavera yerma. Una playa desolada. Una tristeza alargada. Una mancha. Una historia equivocada. Una herida mal curada. Me sentía mudo como una roca. Extraño y mudo en mi propia piel. Me sentía mudo como una roca. Como una roca.
Una roca.
Una roca que se hace piel y las hormigas ascendían por ella y de repente personas avanzaban por la calle que temblaba y se desquebrajaba y los coches-vieja se derretían y se colaban en sus grietas. Todo temblaba. La vida se concentraba y yo empezaba a correr entre los dedos de mis pies subiendo por los muslos, trepando por la polla hasta el abdomen dejándome caer por el ombligo en el cual me hundí.
Pude agarrar con las manos las palabras y voltearlas, darles forma de guadaña y mecerme en ellas hasta sangrar. Estaba bajo mi piel tan dentro que agobiaba y empecé a crear un túnel rascando con las uñas a través de montañas de pensamientos tan siniestros como dulces. Comenzó una alucinación en la que sólo tenía sentido la vida misma. La vida misma. La vida. Mi vida. Mi vida de niebla.
Luego tras la niebla, ya del otro lado de la pupila, comprendí y: me puse a escribir...
viaje al principio de la escritura
...
...ey deltoya, sin explicación no hay porros eh jeje saludos a usted poeta de pocas palabras en sus versos, pero aun así, intensos...
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