Qué cerca se reunen la belleza y la miseria. Dos muchachas de rasgos orientales, de cachas firmes y redondas y menudas y pechos gloriosos se hacen fotos posando a lo modelo, contorneándose como serpientes calientes. A tres metros detrás de ellas un negro de ojos rojos revuelve en las entrañas de un contenedor, o busca comida o ropa o su cordura perdida o. Y encuentra unas zapatillas de verano y sonríe tanto que toda su cara son labios gruesos y estirados y dientes blancos. Coge una en cada mano, las eleva por encima de su cabeza de pelo negro que es como una llama oscura con rizos y agita el aire con ellas y las palmea. Plas plas plas y sonríe aún más y baila alegre saltando con un pié de cada vez y enseña a todos los transeúntes su dicha. Los tres formaron un triángulo que se rellenó con un clik y la luz brillante del flash. Se deshace el triángulo y las muchachas de rasgos orientales se van calle abajo hacia el Hipercor y el negro baila y palmea las zapatillas a las puertas de la estación de trenes de Mendez Álvaro y aparece el guarda de seguridad que antes echó fuera al negro ayudado de un compañero igual de gilipollas de la Estación Sur de autobuses y le comenta sonriente que es posible que hoy sea luna llena porque el negro baila. Cuando echaron al danzante de la estación, por ser negro, supongo, pues estaba sentado al igual que yo en el suelo, se fue hablando solo, en tres idiomas: castellano, inglés y otro que fui incapaz de discernir. Sin duda la locura es políglota, habla con todos y él habló con las farolas y con una moto, con el suelo, con el cielo, y finalmente con unos contenedores discutió fervientemente hasta hallar el tesoro y, bailar. Pasaron unos minutos. Los de seguridad entraron otra vez en la estación de buses riendo sus chistes y el negro entró en la de trenes alegre y danzarín. De la belleza ya sólo queda el recuerdo, una pena. Cuando me enciendo otro cigarro sale el negro andando apresurado. Detrás suya un chico bien vestido de pelo corto engominado, y dos cuerpos menos que él, sale con su "chica" que le acaricia desde atrás el pecho y le dice tranquilízate y le besa el cuello. "¡Cabrón de mierda, hijoputa, te mato, te mato!" "¡Eh, chaval, tranquilízate! ¿Qué pasó?" dice un transeunte. "Ese hijoputa cogió a mi "chica" de la cintura y le pidió dame algo de dinero" dice y hace un gesto amanerado imitándolo. "Bueno, ya pasó, llama si tal a seguridad" "¡Me cago en su puta madre, lo mato, lo mato, cabrón de mierda!" y su chica le vuelve a besar el cuello y siguen las amenazas y bla bla bla balaba el chaval y el negro que vuelve a bailar. "¡Y encima me vacilas! ¡espérate ahí!" y vuelven las caricias y los besos en el cuello y se sumergen en la incertidumbre de tener que acabar algo una vez alardeado de ello entrando en la estación. Y baila y baila, es impresionante. Un minuto más tarde corriendo sale el chaval de Mendez Álvaro bote de Coca-cola en mano como si fuera una lanza dispuesta a matar, me levanto y le digo haber chaval llama a los seguratas que este tío está fatal de la olla y tampoco es pa'tanto. "¿La vés?" me dice señalando la lata con la otra mano y mirándome pero con la mirada ida y arroja la lanza directa a la presa. Falla, a dos metros suya. Va corriendo a recoger el arma y esta vez el negro enfurece y se le encara cuando el cazador mierdecilla vuelve a lanzar de nuevo el arma multinacional y le da en el pecho y echa a correr y corre acojonao y dice ¡te vas a enterar que voy a llamar a los de seguridad! -nota del autor de estas letras: este chaval bien merece unas hostias- el negro enfurecido con su pelo llama ardiente y ojos rojos coge la lata del suelo y la mira. La levanta en el aire. Y vuelve a sonreír tanto que me contagia la risa a mí y a unos chavales que también vieron la escena. Se nos afloja la tensión. Ahora aparece el segurata con el chaval y la "chica" diciendo cómo pudiste fallar, ya es que le apunte a la cabeza y claro jejeje y jejeje del otro y beso de la "chica" y jejeje mira ya se va, anda relájate que otra vez será. El negro se había abierto la lata y bebió caminando por donde la belleza dejó su rastro. Se van todos. Enciendo otro cigarro y me siento, pero al rato vuelve el negro y se sienta bebiendo de su lata-lanza en el mismo sitio de donde lo echaron. Pensé hoy duerme en comisaría arropado por una manta de hostias. Me levanté y bajé por la escalera mecánica al infierno-hormiguero de gentes y buses de la Estación Sur. El de seguridad subía. Cinco minutos después veo abajo al segurata mascando chicle muy nerviosamente. Entonces me vence la curiosidad y subo por las escaleras mecánicas y el negro ya no está. En su lugar queda un charquito de sangre en el que relucen fragmentos de diente blanco. Me asomo a la carretera y un coche de policía calle abajo, se aleja.
pd : anfibia, mírate el correo de iespana, que te mandé un mesajillo, ya me contarás... un saludo a todos...
un momento...
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chuky
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chuky
...
...jeje que vá, no molesta, es más ya me lo habían dicho antes por aquí, creo recordar... como no puedo editar, lo cuelgo otra vé:
Qué cerca se reunen la belleza y la miseria. Dos muchachas de rasgos orientales, de cachas firmes y redondas y menudas y pechos gloriosos se hacen fotos posando a lo modelo, contorneándose como serpientes calientes.
A tres metros detrás de ellas un negro de ojos rojos revuelve en las entrañas de un contenedor, o busca comida o ropa o su cordura perdida o. Y encuentra unas zapatillas de verano y sonríe tanto que toda su cara son labios gruesos y estirados y dientes blancos. Coge una en cada mano, las eleva por encima de su cabeza de pelo negro que es como una llama oscura con rizos y agita el aire con ellas y las palmea. Plas plas plas y sonríe aún más y baila alegre saltando con un pié de cada vez y enseña a todos los transeúntes su dicha.
Los tres formaron un triángulo que se rellenó con un clik y la luz brillante del flash. Se deshace el triángulo y las muchachas de rasgos orientales se van calle abajo hacia el Hipercor y el negro baila y palmea las zapatillas a las puertas de la estación de trenes de Mendez Álvaro y aparece el guarda de seguridad que antes echó fuera al negro ayudado de un compañero igual de gilipollas de la Estación Sur de autobuses y le comenta sonriente que es posible que hoy sea luna llena porque el negro baila.
Cuando echaron al danzante de la estación, por ser negro, supongo, pues estaba sentado al igual que yo en el suelo, se fue hablando solo, en tres idiomas: castellano, inglés y otro que fui incapaz de discernir. Sin duda la locura es políglota, habla con todos y él habló con las farolas y con una moto, con el suelo, con el cielo, y finalmente con unos contenedores discutió fervientemente hasta hallar el tesoro y, bailar.
Pasaron unos minutos. Los de seguridad entraron otra vez en la estación de buses riendo sus chistes y el negro entró en la de trenes alegre y danzarín. De la belleza ya sólo queda el recuerdo, una pena. Cuando me enciendo otro cigarro sale el negro andando apresurado. Detrás suya un chico bien vestido de pelo corto engominado, y dos cuerpos menos que él, sale con su "chica" que le acaricia desde atrás el pecho y le dice tranquilízate y le besa el cuello. "¡Cabrón de mierda, hijoputa, te mato, te mato!" "¡Eh, chaval, tranquilízate! ¿Qué pasó?" dice un transeunte. "Ese hijoputa cogió a mi "chica" de la cintura y le pidió dame algo de dinero" dice y hace un gesto amanerado imitándolo. "Bueno, ya pasó, llama si tal a seguridad" "¡Me cago en su puta madre, lo mato, lo mato, cabrón de mierda!" y su chica le vuelve a besar el cuello y siguen las amenazas y bla bla bla balaba el chaval y el negro que vuelve a bailar. "¡Y encima me vacilas! ¡espérate ahí!" y vuelven las caricias y los besos en el cuello y se sumergen en la incertidumbre de tener que acabar algo una vez alardeado de ello entrando en la estación.
Y baila y baila, es impresionante.
Un minuto más tarde corriendo sale el chaval de Mendez Álvaro bote de Coca-cola en mano como si fuera una lanza dispuesta a matar, me levanto y le digo haber chaval llama a los seguratas que este tío está fatal de la olla y tampoco es pa'tanto. "¿La vés?" me dice señalando la lata con la otra mano y mirándome pero con la mirada ida y arroja la lanza directa a la presa. Falla, a dos metros suya. Va corriendo a recoger el arma y esta vez el negro enfurece y se le encara cuando el cazador mierdecilla vuelve a lanzar de nuevo el arma multinacional y le da en el pecho y echa a correr y corre acojonao y dice ¡te vas a enterar que voy a llamar a los de seguridad! -nota del autor de estas letras: este chaval bien merece unas hostias- el negro enfurecido con su pelo llama ardiente y ojos rojos coge la lata del suelo y la mira.
La levanta en el aire.
Y vuelve a sonreír tanto que me contagia la risa a mí y a unos chavales que también vieron la escena. Se nos afloja la tensión. Ahora aparece el segurata con el chaval y la "chica" diciendo cómo pudiste fallar, ya es que le apunte a la cabeza y claro jejeje y jejeje del otro y beso de la "chica" y jejeje mira ya se va, anda relájate que otra vez será. El negro se había abierto la lata y bebió caminando por donde la belleza dejó su rastro. Se van todos.
Enciendo otro cigarro y me siento, pero al rato vuelve el negro y se sienta bebiendo de su lata-lanza en el mismo sitio de donde lo echaron. Pensé hoy duerme en comisaría arropado por una manta de hostias. Me levanté y bajé por la escalera mecánica al infierno-hormiguero de gentes y buses de la Estación Sur. El de seguridad subía. Cinco minutos después veo abajo al segurata mascando chicle muy nerviosamente. Entonces me vence la curiosidad y subo por las escaleras mecánicas y el negro ya no está. En su lugar queda un charquito de sangre en el que relucen fragmentos de diente blanco. Me asomo a la carretera y un coche de policía calle abajo, se aleja.
Qué cerca se reunen la belleza y la miseria. Dos muchachas de rasgos orientales, de cachas firmes y redondas y menudas y pechos gloriosos se hacen fotos posando a lo modelo, contorneándose como serpientes calientes.
A tres metros detrás de ellas un negro de ojos rojos revuelve en las entrañas de un contenedor, o busca comida o ropa o su cordura perdida o. Y encuentra unas zapatillas de verano y sonríe tanto que toda su cara son labios gruesos y estirados y dientes blancos. Coge una en cada mano, las eleva por encima de su cabeza de pelo negro que es como una llama oscura con rizos y agita el aire con ellas y las palmea. Plas plas plas y sonríe aún más y baila alegre saltando con un pié de cada vez y enseña a todos los transeúntes su dicha.
Los tres formaron un triángulo que se rellenó con un clik y la luz brillante del flash. Se deshace el triángulo y las muchachas de rasgos orientales se van calle abajo hacia el Hipercor y el negro baila y palmea las zapatillas a las puertas de la estación de trenes de Mendez Álvaro y aparece el guarda de seguridad que antes echó fuera al negro ayudado de un compañero igual de gilipollas de la Estación Sur de autobuses y le comenta sonriente que es posible que hoy sea luna llena porque el negro baila.
Cuando echaron al danzante de la estación, por ser negro, supongo, pues estaba sentado al igual que yo en el suelo, se fue hablando solo, en tres idiomas: castellano, inglés y otro que fui incapaz de discernir. Sin duda la locura es políglota, habla con todos y él habló con las farolas y con una moto, con el suelo, con el cielo, y finalmente con unos contenedores discutió fervientemente hasta hallar el tesoro y, bailar.
Pasaron unos minutos. Los de seguridad entraron otra vez en la estación de buses riendo sus chistes y el negro entró en la de trenes alegre y danzarín. De la belleza ya sólo queda el recuerdo, una pena. Cuando me enciendo otro cigarro sale el negro andando apresurado. Detrás suya un chico bien vestido de pelo corto engominado, y dos cuerpos menos que él, sale con su "chica" que le acaricia desde atrás el pecho y le dice tranquilízate y le besa el cuello. "¡Cabrón de mierda, hijoputa, te mato, te mato!" "¡Eh, chaval, tranquilízate! ¿Qué pasó?" dice un transeunte. "Ese hijoputa cogió a mi "chica" de la cintura y le pidió dame algo de dinero" dice y hace un gesto amanerado imitándolo. "Bueno, ya pasó, llama si tal a seguridad" "¡Me cago en su puta madre, lo mato, lo mato, cabrón de mierda!" y su chica le vuelve a besar el cuello y siguen las amenazas y bla bla bla balaba el chaval y el negro que vuelve a bailar. "¡Y encima me vacilas! ¡espérate ahí!" y vuelven las caricias y los besos en el cuello y se sumergen en la incertidumbre de tener que acabar algo una vez alardeado de ello entrando en la estación.
Y baila y baila, es impresionante.
Un minuto más tarde corriendo sale el chaval de Mendez Álvaro bote de Coca-cola en mano como si fuera una lanza dispuesta a matar, me levanto y le digo haber chaval llama a los seguratas que este tío está fatal de la olla y tampoco es pa'tanto. "¿La vés?" me dice señalando la lata con la otra mano y mirándome pero con la mirada ida y arroja la lanza directa a la presa. Falla, a dos metros suya. Va corriendo a recoger el arma y esta vez el negro enfurece y se le encara cuando el cazador mierdecilla vuelve a lanzar de nuevo el arma multinacional y le da en el pecho y echa a correr y corre acojonao y dice ¡te vas a enterar que voy a llamar a los de seguridad! -nota del autor de estas letras: este chaval bien merece unas hostias- el negro enfurecido con su pelo llama ardiente y ojos rojos coge la lata del suelo y la mira.
La levanta en el aire.
Y vuelve a sonreír tanto que me contagia la risa a mí y a unos chavales que también vieron la escena. Se nos afloja la tensión. Ahora aparece el segurata con el chaval y la "chica" diciendo cómo pudiste fallar, ya es que le apunte a la cabeza y claro jejeje y jejeje del otro y beso de la "chica" y jejeje mira ya se va, anda relájate que otra vez será. El negro se había abierto la lata y bebió caminando por donde la belleza dejó su rastro. Se van todos.
Enciendo otro cigarro y me siento, pero al rato vuelve el negro y se sienta bebiendo de su lata-lanza en el mismo sitio de donde lo echaron. Pensé hoy duerme en comisaría arropado por una manta de hostias. Me levanté y bajé por la escalera mecánica al infierno-hormiguero de gentes y buses de la Estación Sur. El de seguridad subía. Cinco minutos después veo abajo al segurata mascando chicle muy nerviosamente. Entonces me vence la curiosidad y subo por las escaleras mecánicas y el negro ya no está. En su lugar queda un charquito de sangre en el que relucen fragmentos de diente blanco. Me asomo a la carretera y un coche de policía calle abajo, se aleja.
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