
Pulsó la tecla "Pause" de su vídeo y permaneció frente a la pantalla, obserbando atentamente todos eso pixels que unidos entre sí formaban aquel rostro tan perfecto. Adoraba aquellos rasgos, tan duros y salvajes como dulces y hermosos. Ella los conocía bien.
Había visto la película cientos de veces, y siempre la paraba en el mismo fotograma, en la misma milésima de segundo para poder recrearse en aquellas facciones que tiempo atrás la hicieron perder la cabeza. "Es demasiado tarde, no se puede vivir de recuerdos", se decía ella día tras día. Pero por más que su cerebro intentaba dejar atrás el pasado y concentrarse en lo que todavía le quedaba por vivir, su corazón no se lo permitía. El corazón... ese maldito órgano que más de una vez le había traído de cabeza... A veces se ha sentido seriamente tentada a arrancárselo de cuajo. Lástima que ese "Pequeño bicho jodiente", como ella lo llamaba, sea tan importante para vivir.
Se miró el pecho. Todavía le quedaban cicatrices internas. El permanente recuerdo de los zarpazos del amor -o de algo parecido, ¿quién sabe?-
Buscó en los cajones de su memoria el diario que escribió en su cabeza, y lo pasó página por página hasta llegar al recuerdo elegido, aquel en el que por un instante su vida le pareció simplemente maravillosa. Por eso le añoraba tanto, porque él era el único que tenía la capacidad de hacerla sentir bien, sentirse en paz y harmonía consigo misma y con el resto del mundo, qué digo del mundo, ¡del universo! "Es increíble lo milagroso que puede resultar un buen polvo con la persona adecuada", pensó.
Se tumbó en el sofá, y sin apartar la vista de la pantalla, penetró por las grietas de su memoria hacia aquel recuerdo que no dejaba de perturbarla cada segundo de su vida.
2
Acababa de finallizar el rodaje de su última película y ella había ido a buscarle, como había sido costumbre en los últimos dos meses que duró la filmación. Sabía que ese era su último día, y quizás por eso le dió un vuelco el corazón cuando él entró en su caravana, donde ella esperaba impacientemente. ¡Estaba tan guapo! Era imposible soportarlo.
Se acercó a él lentamente, controlando sus pasos, impidiéndole al miedo salir a flote. Le miró, le acarició la cara y besó sus labios suavemente, con una ternura que les quemaba por dentro a los dos: a ella por sentirla y a él por recibirla.
Ella notó la calidez de su mano sobre su pecho izquierdo, y se estremeció. Era un calor húmedo, cargado de deseo, deseo que ella sentía dentro de sí misma, tan dentro, que era incapaz de distinguir si lo que deseaba era su cuerpo o su alma, o tal vez las dos cosas. Se limitó a sentir, y lo sintió todo: Sintió cómo sus manos se deslizaban por todo su cuerpo, indagando cada rincón de él y tomándose su tiempo. No había prisas, el tiempo se había parado, regalándoles la eternidad que todos los locos poseen cuando se aman ciegamente, y en ese instante de fugaz eternidad ellos se amaban como dos lunáticos.
Sintió sus carnosos labios sobre su piel erizada, como trozos de terciopelo, cubriendo cada poro con suavidad, llenando de dulzura el hueco de su ombligo.
Y sintió cómo esos labios de terciopelo se iban deslizando poco a poco hacia abajo, derritiéndole la piel a su paso, enredándose, perdiéndose en la inmensidad de su puvis, hasta llegar a su palpitante clítoris, dando paso a una lengua lasciva e inquieta, que con sus movimientos acompasados la trnsportaban a otra realidad virtual en la que sólo existía el placer.
3
Ella se revolvió en el sofá al acordarse. Volvió a ver el fuego en sus ojos, esa mirada llameante y penetrante que la hipnotizaba por completo, y volvió a sentirse atrapada en aquel cuerpo, la máquina de placer extremo, que por unos instantes puso en marcha de nuevo su mecanismo oxidado. Empezó a notar el calor subiéndole por el pecho, sofocándola de deseo. Se quitó la poca ropa que llevaba encima y se empezó a acariciar, con la mirada fija en la pantalla y la mente perdida en el pasado.
4
Ella susurró algo inaudible, él la envolvió entre sus brazos.
-¿Alguna vez has sentido tanto placer que has tenido la necesidad de llorar?
Ella no respondió; cuando no se sabe qué decir es mejor callar. Estaba tan acostumbrada a llorar de dolor y pena, que ya no recordaba si alguna vez había llorado por placer o alegría. De hecho, ni siquiera recordaba haber sentido placer antes. Simplemente esos momentos se habían borrado, así que tan buenos no pudieron haber sido para no recordarlos.
Le apretó fuertemente contra su pecho y le empezó a besar el cuello, a lamérselo, a morderle en la yugular, como si de una vampira se tratase y morderle le devolviera a la vida. Él se desvaneció en silencio, abandonó su cuerpo durante una milésima de segundo para coger aire, y regresó a él para sentir las destelladas de amor que ella le ofrecía a modo de caricias y besos.
5
La pausa del vídeo se saltó justo en el momento en el que más concentrada estaba. Ni siquiera se dió cuenta, a pesar de ser incapaz de quitar la vista de la televisión. Dejó el vídeo correr, al igual que su mente, y acomodó su mano derecha en su vagina.
6
Él penetró en su cuerpo, desgarrándola el alma, destrozando sus entrañas, jugando con ellas, arañándolas de puro deseo, llenándolas de vida, de sentimientos.
Ella gritó, gimió, lloró lágrimas de placer.
7
Se subió los pantalones, y miró por última vez el final de la película, con los ojos encharcados. Le regaló sus lágrimas una a una, los últimos pedacitos de placer que le quedaban, y se despidió de él para siempre. Sacó la cinta del vídeo, la rompió y la tiró a la basura. Ya era hora de mirar hacia adelante y de guardar los recuerdos como lo que son, recuerdos, nada más y nada menos.