El sol ya caía; desde la ventana del salón, Josep podía ver, allá a lo lejos, los últimos tejados que aún quedaban iluminados, y cómo la noche se iba acercando hacia ellos. Se aproximó al ventanal y observó el cielo, que parecía una camiseta hippie mal teñida, y que estaba dividido por unas franjas moradas que se fundían con otras anaranjadas por allí, y con algunas rosacéas por allá. Movido por ese marco, salió a la terraza, y se quedó unos minutos inmóvil, disfrutando de ese atardecer urbano. Por un momento, dirigió la vista hacia la calle, prácticamente oscura de tan estrecha, por la que caminaban rápidamente mujeres y hombres, con prisa por llegar a sus hogares tras una jornada laboral que ya había acabado, y todos, todos estaban tan absortos en sus asuntos, que no parecían darse cuenta que una hermosa lucha de colores pendía sobre sus cabezas. Se preguntó si habría una sola persona en la ciudad que estuviera contemplando la escena, y de ser así, si ese alguien a su vez, se hacía la misma pregunta. Josep se dió cuenta de lo retorcido que era su pensamiento, y volvió la mirada al cielo, a tiempo para ver como el morado (un día más) ganaba la batalla, y como los colores cálidos huían deprisa, heridos, dejando tras ellos un pálido reguero de sangre. Como ya refrescaba, volvió a entrar en casa, dando la espalda a la creciente oscuridad, dejando que terminara su trabajo.
Quería compartirlo con vosotr@s...
El primer párrafo de mi primera novela...
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