antena de humo de avión por la noche

[Lunera]

Una cuna color piel abanica momentos
desordenados por el vaivén de su brisita entumecida;
mis nanas, los quejidos de alguien que no quiere
oír hablar de dulces encuentros,
y se me agrietan los dedos de hacer jirones cualquier rastro de muecas de quizás
y de promesas de ayeres empañados por los nunca más,
como muñecas sucias y semidesnudas que yacen mancas
por el suelo de una habitación con olor a saliva
y trenecitos de color azul.
Y la cabeza más alta que las chimeneas amamantadas
por trocitos de luna de marfil, hace nido en las noches horror vacui,
y se le hace el estómago un puño apretado
cuando le cae por debajo el vértigo de atardeceres sin besos
acurrucados en la comisura de las bocas,
de te necesito sin querer,
y esa cabeza que respira un poco más baja que las estrellas
teme ser tormento de caída sin fondo desde el reloj de la estación de tren,
aquélla que es la meta de mi muerte, mi ida y las vueltas, mis ganas y mi angustia
de no saber
cómo correr hacia otro lugar,
donde no haya piedras que me partan los labios.
Cómo encontrar mi cuna, si hay días que la luna,
vestida de nadie y con los pechos recogidos,
no quiere aparecer por mi balcón,
y me deja malherida soñando con su piel caliente
moviéndose dormida bajo el firmamento negro de Madrid.

[Cronos]

Aplausos, si.