Vestida de plata para la ocasión apareció sobre la inmensa tranquilidad de la mar. Sobre su traje crespones blancos y ribetes sinuosos. Su nacimiento infecundo habÃa sido bautizado hacia poniente mientras una bella diosa, nacida de la inmensidad azul, iniciaba su peregrinaje nocturno hacia las estrellas. Pronto, la nueva criatura, rivalizarÃa con la bella deidad aunque su duelo nunca fuera desenmascarado. En el vacÃo del silencio resonó el eco de su primer susurro. Incomprensible sonido que sólo el palpitar de un corazón sumergido pudiera captar. Consejos y virtudes cada estrella le dio: ?mansa y serena será tu condena?, ?fuerte y vigoroso haz tu corazón?; aún no habÃa concluido la sesión cuando la primera luz apareció. Su tez, suave y pálida, cobraba matices sin cesar. Con el tiempo en su mirada se forjo esa extraña sensación que oculta algo con temor. Los vientos mesaron su cabello mientras el sol variaba sus tonalidades y brillo. Vagaba entre espuma y sal sin tomar el pulso de su andar, unas veces inmóvil y pesado y otras revoltoso y juguetón. Por fin, el tiempo cobró forma ? ya que antes no existÃa ? y ella contrajo su destino. Nuevos despertares vinieron y con ellos desconcertantes viajeros. No recuerda cuando comenzó, pero a medida que el tiempo transcurrÃa las huellas de su alma ahondaban su pesar. TodavÃa hoy sueña con canoas de los mares australes que surcaban su lomo con miedo a nadar. ¡Qué tiempos aquellos! Con el paso de los años esos seres salvajes la pretendieron dominar. Engalanados con varios mástiles y velas sin igual su atención algunos lograron captar. Llena de ilusión en su ruta los guió. Era feliz navegando entre veleros. Muchos conoció: ?Santa Clara? con sus graciosos frailes; ?Rhotia? de alegres comerciantes fenicios; o ?La Perla? un navÃo bucanero en toda regla. A muchos observó, pero con pocos gozarÃa de la travesÃa. Algunos la intentaron llevar hacia la costa, a tierra firme, dónde su energÃa se desvanecerÃa. Asustada muchas veces abandonarÃa su ritmo conjunto; otras, en vista de su poder, harÃa zozobrar hundiendo asà todo su mal.
Apesadumbraba, regresó a dónde los vientos han de nacer, el lugar dónde la nada descansa del tumulto del silencio. Allà se atrevió por fin a esperar un nuevo anochecer. El murmullo empezó a crecer a su alrededor. Las estrellas repetÃan sin cesar las palabras que escuchó cuándo por primeras vez las vio alumbrar. Triste y confusa buscó a la reina de los selenitas. Ni rastro de su ceniza corona. En su búsqueda topó con algo inusual. Una estrella habÃa dejado de brillas: Casiopea.
Con su último haz de luz la extinta constelación gritaba: ?juntos haremos el camino y gritaremos??. ?¿Qué gritaremos?? sollozaba entre lamentos cuando el alba la sorprendió. A partir de entonces en oscura criatura se transformó ya que sólo por las noches encontraba sosiego a su dolor. Largos años pasarÃa sin dormir grabando en su corazón aquel extraño enigma por descifrar. Con el paso del tiempo nuevamente se hizo a la mar. Al principio tan solo a la luz de sus estrellas, más tarde con las luces del sol y toda una marabunta de embarcaciones que ya siempre quiso evitar.
Vagabunda de imaginación rondarÃa océanos sin cesar, su rumbo ya ni los vientos marcaban. Cansada de tanto hastÃo un dÃa puso rumbo a una playa y sus acantilados. De pronto de su corazón brotó como un rugido: ?juntos haremos el camino y gritaremos??. Comprendió todo de repente. Recordó la tenue luz de Casiopea antes de morir, abrazo su estela con su alma y puso fin a su vida sobre la arena cálida gritando?libertad.
004 / Neigor
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