Son las seis de la mañana. Hora de levartarse y el maldito despertador no para de sonar. Desconecto la alarma a la vez que le advierto - te la estas jugando, un día de estos perecerás estrellado contra la pared.- Me estiro despacio, al igual que lo haría un gato y poco a poco salgo de la cama medio arrastras, tanteando la pared en busca de la ventana; levanto la persiana y cierro los ojos durante unos segundos tratando de acomodarme a la claridad. Acto seguido me dirijo hacia la minúscula cocina del apartamento. ¡Genial!, -exclamo al percatarme de tan desoladora estampa - anoche olvidé recoger y ahora no hay tiempo.
Con la voluntad con que lo haría un autómata, me preparo un café y lo dejo en el fuego mientras voy al aseo.- Creo que esta mañana hará falta algo más que una ducha para poder despejarme- me digo al tiempo que bostezo.
Abro el grifo del lavabo y con las manos a modo de palangana, recojo agua para refrescarme el rostro. A renglón seguido agarro la toalla y me la restriego por la cara como si quisiera arrancarme la piel, por si se escondiese nueva vida bajo ella.
Levanto la vista hasta quedar a la altura del espejo y ahogo un pequeño grito, producido por el impacto de ver reflejadas las profundas y oscuras ojeras que adornan mi cara.
-Qué...- en ese instante siento que todo se mueve a mi alrrededor, apenas puedo mantenerme en pie. Me sudan las manos y un escalofrío me recorre el cuerpo al tiempo que noto un estraño hormigueo; se me dispara el pulso y el costante bombeo del corazón resuena en mis oídos.
Tratando de no caer al suelo, me aferro a la puerta con todas mis fuerzas y abro los ojos, despacio, en un intento por controlar el mareo. Para mi sorpresa, no hay mareo ni malestar alguno, ni dolor, tampoco sueño, sólo calma y silencio.
No sé donde estoy, pero... me siento tan bién, que ni siquiera me atrevo a cuestionarmelo por miedo a que desaparezca esta sensación de bienestar que me atrapa. Y me dejo atrapar..
- Hola-
- ¿Hola?, ¿...quién eres?
- Tu espejo, quién sino.
- Mi espejo, claro, y ¿desde cuando hablan los espejos?
- Desde siempre, sólo que tú nunca me escuchas.
- A la gente normal no le hablan los espejos y no sé que demonios hago yo hablando contigo.
- No lo estropees ahora que por fín te dignas a escucharme.
- ¡Vaya! si encima tendré que escusarme por no querer volverme loca.
- No estás loca por hablar conmigo, estás loca por hacer siempre el contrario de lo que deseas.
- ¡Ya! y según tú, mi iluminado espejo, ¿qué se supone que deseo?
- ¿Ser tú misma y seguir tus propias pautas?
- Yo no marco las pautas, es la vida quién se encarga de repartir las cartas, y uno no puede saltarse las normas y andar por ahí disculpandose a cada paso.
- No tienes por qué disculparte por hacer lo que te apetece, no tienes que pedir disculpas a nadie por sentir lo que sientes pero.., si no lo haces, acabarás pidiendotelas a tí misma.
- Según lo dices parece fácil, pero te aseguro que no lo es.
- Lo sé, tienes que volver ahí fuera y cambiar muchas cosas, de lo contrario acabarás arrepentida de no haberlo hecho.
Transcurrido un tiempo que parece un sueño, suena el timbre del portero automático y vuelvo repentinamente a la realidad.
- ¿Quién llama?
- ¿Estás tonta o qué te pasa?, quién va a llamar.. ¿es que hoy no piensas ir a trabajar? Es tarde y tengo el coche mal aparcado, date prisa, ¿ok?
- ...Si claro, ahora mismo bajo..
De dos zancadas vuelvo a presentarme en el baño dispuesta a maquillarme, y camuflar un poco el desordenado aspecto que presento esta mañana.
Cual pintor, con su paleta de colores en la mano y el lienzo en blanco de mi cara, levanto la mirada hacia el espejo y tras meditar un instante.., dejo caer los utensilios de maquillaje contra el suelo. Después de un largo suspiro acompañado de una amplia sonrrisa, lanzo un guiño al espejo y grito: ¡Que se jodan, hoy salgo a la calle sin taparme las heridas!
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