Con piel de octubre
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Con piel de octubre
Sumergida en la maravillosa incertidumbre del qué vendrá, sigo tus pasos hacia una montaña de almohadas azules. A fuerza de anhelar retiro y clausura a tu lado, creo que he conseguido oxidar la cerradura que hemos dejado a nuestras espaldas. Tal vez si cierro los ojos y lo deseo con fuerza, consiga llenarte los bolsillos de nubes, o hacer que persigas mi risa en un laberinto de velas. De repente, me sorprendo a mi misma pretendiendo cosas tan extrañas? Como sentarnos sobre un tejado rojo y besarte en la mejilla, o llenarte de pintura en mis fantasías descompuestas. Ahora me avergüenzo de ser imperfecta, y aspiro a ser mejor, a ser buena, y ahogándome de angustia, sólo espero que me agujerees y me extraigas las mentiras de agua, las ideas mezquinas, y todo el rencor terrestre que tengo en el cuerpo, como único modo de convertirme en un alma merecedora de la tuya. Por toda respuesta, y como si me hubieses leído el pensamiento, te acomodas en mi, y me concedes tus suaves labios, elevándome en seda. Entonces olvido mi inquietud anterior, y sólo quiero abrir las piernas y acogerte, rasgarte hasta fundirme con tus huesos y los cimientos del mundo crujan. Sin embargo, todo cambia de nuevo, y me río porque de pronto me pareces comestible, y quiero morder tus hombros afrutados. Tal vez si me introduzco en ti pueda convertirme en tu hada para velar tus sueños y brotar de tus sienes por la noche, volátil y tenue, precedida de una espiral de campanas ligeras. Aunque no lo necesito. Me conformaría con ser un juguete, para que me cogieras en brazos y me depositaras en la esquina de una ventana, o en el rincón de tu habitación, y me dejases permanecer ahí siempre, como una muñeca de cera dedicada a observarte. A veces lo eterno se hunde, pero nosotros flotamos, y lo hacemos sin ayuda, como si nuestra mutua adaptación no hubiese sido más que una secuencia lógica y natural de acontecimientos, como si tú y yo hubiésemos nacido para flotar.
Mientras tanto, tú pareces ajeno a todo eso. Tu reflejo resbala por los azulejos de la cocina, convirtiendo incluso la preparación del café en una novela trepidante. Descubro entonces que puedo prescindir de ensoñaciones fabulosas: no hay nada más extraordinario que cosecharte y desayunarte cada mañana. Bajo la promesa de no sobrepasar la frontera de almohadas y sábanas, y el juramento solemne de que no te extinguirás tras la puerta, acato la misión divina de reavivarte recién levantado, de llevarte conmigo a un paraíso de tierra en el que abrazarte hasta que seamos silvestres, hasta que nos transformemos en un mismo árbol. A pesar de todo, mi estrella no es tan liviana: me agobio en el deseo repentino de transmitir a una descendencia infinitia la suerte de haberte conocido, con todos sus matices y detalles, en su dimensión correcta, que es una dimensión grande y magnífica, sublime, para que este cuento de hadas no sea engullido por el tiempo, dejando sólo ceniza y hojas secas.
Sí, lo confieso: fantaseo con inviernos eternos. Porque nosotros y nadie más descubrimos la nieve; porque no nos limitamos a morar en un paisaje glacial, sino que exploramos senderos congelados, rastreamos nuestras huellas, y todo para que al final de los tiempos me volviese loca por retroceder al principio, con el único fin de repetir una y mil veces todos los segundos que te tuve ante mi sin sospechar que nuestro destino era permanecer juntos hasta convertirnos en polvo. Y de repente, lloro porque mis anhelos trascendentales han cambiado, porque ahora que he acariciado tu espalda delante de un espejo podría morir tranquila, y no existiría en la Tierra espíritu más feliz que el mío. Y en este mes en que renazco, deseo recorrer de nuevo nuestros paraísos particulares, algunos evidentes, aquellos que no se mencionan pero que tú y yo conocemos y hemos convertido en secretos compartidos. Y cada vez que pretendo descifrarlos, un coro de un millón de definiciones hace eco, e incluso lo que me callo adquiere forma de silencio, ondeando a nuestro alrededor como un tesoro de aire.
Mientras tanto, tú pareces ajeno a todo eso. Tu reflejo resbala por los azulejos de la cocina, convirtiendo incluso la preparación del café en una novela trepidante. Descubro entonces que puedo prescindir de ensoñaciones fabulosas: no hay nada más extraordinario que cosecharte y desayunarte cada mañana. Bajo la promesa de no sobrepasar la frontera de almohadas y sábanas, y el juramento solemne de que no te extinguirás tras la puerta, acato la misión divina de reavivarte recién levantado, de llevarte conmigo a un paraíso de tierra en el que abrazarte hasta que seamos silvestres, hasta que nos transformemos en un mismo árbol. A pesar de todo, mi estrella no es tan liviana: me agobio en el deseo repentino de transmitir a una descendencia infinitia la suerte de haberte conocido, con todos sus matices y detalles, en su dimensión correcta, que es una dimensión grande y magnífica, sublime, para que este cuento de hadas no sea engullido por el tiempo, dejando sólo ceniza y hojas secas.
Sí, lo confieso: fantaseo con inviernos eternos. Porque nosotros y nadie más descubrimos la nieve; porque no nos limitamos a morar en un paisaje glacial, sino que exploramos senderos congelados, rastreamos nuestras huellas, y todo para que al final de los tiempos me volviese loca por retroceder al principio, con el único fin de repetir una y mil veces todos los segundos que te tuve ante mi sin sospechar que nuestro destino era permanecer juntos hasta convertirnos en polvo. Y de repente, lloro porque mis anhelos trascendentales han cambiado, porque ahora que he acariciado tu espalda delante de un espejo podría morir tranquila, y no existiría en la Tierra espíritu más feliz que el mío. Y en este mes en que renazco, deseo recorrer de nuevo nuestros paraísos particulares, algunos evidentes, aquellos que no se mencionan pero que tú y yo conocemos y hemos convertido en secretos compartidos. Y cada vez que pretendo descifrarlos, un coro de un millón de definiciones hace eco, e incluso lo que me callo adquiere forma de silencio, ondeando a nuestro alrededor como un tesoro de aire.
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