Hoy vi un ángel. Es más, me atreví a mirarla. Me saludó, sin hablar, sólo con su mirada y un leve movimiento de sus párpados. ¡Me saludó sin hablar! Acaso, ¿Qué otro ser podría hacer eso sin recurrir al vulgar uso de las palabras?
Me miró y me saludó y me obligó a quedarme mirando su mirada verde (¿eran, acaso, verdes sus ojos que brillaban?). ¿Era natural ese brillo en sus ojos, de sus ojos? ¿ O era el brillar del amor ( ¿¡Amor!? Que cursi) que golpea a las puertas de tus ojos? ¿O el pasar del tiempo sin darte cuenta (¿sin darme cuenta o conscientemente?) mirándola, sin atreverte a hablar?
¿No te ha pasado nunca? Eso de hablar, sabiendo que una sola palabra, un sonido, un movimiento de sus labios arruinaría el momento.
Sentí el temido momento (¿¡temido?! ¿Por qué temido?) en el cual te das cuenta que nos podés hablar y que cualquier cosa que pienses ella lo sabrá. ¡Es raro sentirlo! ¡Da miedo sentirlo!
Hoy vi un ángel y me atreví a mirarla. Me saludó y lloré (¿Por qué lloré? ¿ Qué fue lo que me hizo llegar a eso? Una actitud tan humana, de debilidad.) Mi corazón lloró, no mi mente. ¿ De alegría? ¿ De tristeza? Quizás la superficialidad del momento (¿fue un sueño?) el saber que todo es mentira, que aquel ángel solo vive en mi corazón y sueños, en mis ganas de que exista, en mi vana fe. Todo aquello me hizo llorar. Todo o quizás nada de eso.
Lloré por que su mirada se apagó y no la vi más.
Hoy vi un ángel y supe que no amaría nunca.
Hoy vi un ángel
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