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Luter. El tiempo crea prisiones en el ser humano

5 de diciembre de 2016. Por África Egido

Tras una renovación vital y musical, Eduardo García Martín, "Luter", ha vuelto. Después de cuatro años recorriendo un complicado viaje personal, el madrileño ha apostado por la luz en "333", su disco más disco luminoso, delicado, sencillo y a la vez más rico en paisajes sonoros. En su cuarto álbum en solitario (noveno ya de su carrera musical), ha estado acompañado de Eduardo Martínez (Silverbacks) a la guitarra, Mirko Vidoz (antes Apocalipsis) al bajo y Roberto Aracil (antes Leiva, Pereza y BNR) a la batería.

Luter nos ha invitado a hacer un recorrido por su vida y su mensaje, por su poesía y sus miedos, por lo terrenal y lo espiritual. Desde ahí hemos podido desgranar el disco en el que más dice haberse desnudado. Sin máscaras, como él mismo advierte, y harto de Madrid, el de Lacoma nos ha regalado dos horas de conversación en las que Makinavaja, las jaulas del tiempo, Kutxi Romero, Whatsapp o el dolor fueron los improvisados protagonistas de sus reflexiones.

Luter

Con este nuevo disco has hablado de resurrección vital y personal, y de una larga travesía hacia la sencillez. ¿Cómo ha sido este viaje?

Sí, eso ha sido exactamente. Recuerdo una conversación que tuve con Kolibrí sobre ello, sobre que me estoy despojando del surrealismo con el que escribía antes. Ahora los textos están más limpios, pero ha sido complicado llegar a eso. Es difícil llegar a la simplicidad. Es más fácil escribir un poema surrealista que escribir un poema costumbrista.

¿Y eso tiene que ver con un cambio en lo personal? Hace tiempo cantabas algo así como "todo me sienta mejor desde que pienso sencillo".

Sí, es un poco eso. Se trata de ir quitándote capas hasta quedarte desnudo. Alguna vez seré Eduardo García Martín.

Quizá en el próximo disco desaparezca Luter y aparezca Eduardo...

A lo mejor. Y luego acabaré siendo Edu, y luego Ed. Pero sí, en la vida te vas quitando capas, todo lo que sea esconderte tras máscaras, tarde o temprano te pesa, así que te vas quitando lastre. A mí me pasa, igual a otros no y viven felices con sus máscaras.

Siempre te ha gustado la complejidad en las letras. Has reconocido que lo primero que te inspiró para hacer canciones fue escuchar Como La Cabeza Al Sombrero de El Último de la Fila, y Manolo García y él es un artista que tira de surrealismo...

Sí, es verdad. También es un poeta muy campestre, muy lírico, muy... como Cervantes, como de novela pastoril. Escribe al campo, a la naturaleza.

No como tú, que has preferido la ciudad. ¡Eres uno de los músicos que más ha cantado a Madrid!

Sí, yo soy más de ciudad. Igual un día me pongo místico y escribo a los dioses, al campo y a todo eso, no lo sé. Últimamente paso más tiempo en el campo. Antes cerraba todos los bares y ahora no. Las grandes ciudades como Madrid ya me agobian, me aburre salir a los bares, porque ya no sabes si vas a tomar una copa o te van a servir una cupcake, y eso me aburre. Me gustaban los bares cuando pasaban cosas.

¿Es que ahora no pasa nada en los bares?

Exacto, no pasa nada. Las cosas pasan en las pantallas de los móviles, no en los bares.

¿Te irías de Madrid?

Sí, si pudiera me iría fuera de Madrid a vivir una temporada.

Kutxi Romero (Marea) en alguna ocasión dijo de ti que eras algo así como una imagen de Madrid, una referencia en esta ciudad...

Es verdad, eso lo dice Kutxi. También me dice últimamente que Rosendo ya se ha ido de Madrid a Burgos, y que si me voy yo ya se ha acabado, ya no va a quedar nadie que cuente las cosas que ocurren en esta ciudad. Esta ciudad es insoportable y a mí me machaca. Te vas a tomar una cerveza y se sienta en frente una pareja que se dedica a observarte [sonríe mientras señala a una pareja que lleva un rato en silencio, entre sus pantallas y nuestra conversación].

¿Vivir en Madrid ha determinado tu música?

Sí, absolutamente. Si no hubiera vivido en Madrid no habría escrito esas canciones. Mis canciones hablan de esta ciudad y de su entorno conmigo dentro.

Y ahora Madrid está muerto...

Para mí sí.

¿Quién lo ha matado?

Whatsapp.

¿Qué ha hecho Whatsapp para matarlo?

Ha hecho que las cosas pasen ahí, en las pantallas y no fuera de ellas. En Madrid ocurrían cosas en los bares, no sabías lo que iba a pasar. Esa era la gracia de esta ciudad, por eso venían los extranjeros. Ahora ya no, porque los bares que tiene Madrid son iguales que los que tienen en su casa en Estocolmo, son idénticos.

¿Crees que eso cambiará?

Todo va cambiando, y estamos al final de un ciclo. Creo que las sociedades se dividen en tres "D": dictaduras, democracias y demagogias. Es circular. Cuando acaba la dictadura, empieza la democracia, y cuando ésta acaba, empieza la demagogia, que es el momento en el que estamos ahora.

¿Vamos camino de una dictadura, entonces?

Sí. Se acabará la demagogia y llegaremos a la dictadura de nuevo. Luego vendrá la democracia, que es lo bueno.

¿Hay víctimas de este ciclo que dices que atravesamos?

Hay muchas víctimas. Ya hace cinco o seis años les decía a mis amigos que se había caído el telón y que vivíamos una época de guerra psicológica. No hay muertos reales pero están los muertos mentales, que es lo que ocurre. El Prozac y todos sus derivados han subido en ventas una barbaridad en los últimos cinco años. La gente está mal de la cabeza, eso se llama guerra psicológica. Ahora no hay muertos físicos, pero muertos mentales hay muchos.

¿Tú has sido uno de ellos?

Sí, también he sido víctima de la demagogia. Cuando no hay realidad, ¿qué ocurre? La ficción está muy bien, pero tienes que adaptarte a ella. Se cae el telón. Pero no solo para mí, se cayó para todo el mundo. El mundo se acabó en 2010. Lo primero es que España ganó el Mundial de fútbol, que es acojonante, eso quiere decir que algo grave va a pasar. Es como cuando va a llover y las hormigas se ponen nerviosas [risas].

¿Qué tienen las hormigas que las mencionas a menudo?

Son más avanzadas e inteligentes que los seres humanos, porque tienen todo construido con un orden perfecto, y en el orden está la sabiduría. Las hormigas no son ociosas, salen de su agujero, recogen su comida y la guardan.

¿Te identificas con ellas?

Yo he sido una hormiga perdida. Salí del agujero y me perdí.

¿Y cómo has vuelto a encontrar el camino a casa?

Con intuición. Al final, el agujero te busca a ti. Ayer vi un documental sobre la escritora de Mary Poppins, Pamela L. Travers, y ella decía que hay ideas por el mundo que le escogen a uno. Esto es un poco igual, el agujero te escoge a ti, no tú al agujero. Hay cosas que no las buscas y te escogen. Decía Flaubert, ¡échale la culpa a la fatalidad!

¿Entonces no hay libertad?

Creo que hay un destino que está por encima de nosotros. Hay cosas que están determinadas por el universo, no puedes elegirlas.

Ese es un concepto muy espiritual.

Yo soy una persona muy espiritual. Desde siempre.

¿Crees que hay algo por encima de nosotros moviendo los hilos?

Sí.

¿Un dios?

Hay quien lo llama Dios, otros naturaleza, y yo... Atlético de Madrid [suelta una carcajada]. En realidad no le he puesto nombre nunca, pero sé que existe y está ahí.

Has estado un tiempo alejado de la música, de los medios, casi de la gente... Quien sea que mueva tus hilos ¿no te lo ha puesto difícil?

Tiene que ser así. Lo bueno de eso es saber que tiene que ocurrir y que todo tiene un proceso. Que no puedes dominarlo, sólo aguantarte o aguantarte, no puedes luchar. Un día estaba viendo un escarabajo que pasó por una hilera de hormigas. Las hormigas empezaron a devorarlo. El escarabajo en vez de luchar se hizo una bola y se hizo el muerto. Supongo que el escarabajo pensó: tengo que hacer que no pase nada. Se quedó quieto, dejó que las hormigas pensaran que estaba muerto, pasó la tormenta, las hormigas se cansaron y él fue poco a poco saliendo de ahí y se salvó.

¿Tú has estado como el escarabajo?

Sí. Es que no hay otra opción cuando uno está hundido y tan tocado psicológicamente como he estado yo.

¿Y has podido abrirte ya para seguir tu camino?

Poco a poco.

¿Para qué te ha servido este tiempo? ("¿De qué te sirvió tanto llorar...?", dice una de tus canciones).

Para muchas cosas. Cuando te quitas todas las máscaras, está muy bien, no partes desde cero.

¿Cuál era tu máscara?

Muchas. Todos tenemos máscaras. Supongo que la de vividor, la de golfo, la de que la vida no importa nada, la de no hay futuro... Un concepto muy punk: no existe el futuro. Pero el futuro sí existe.

Luter
“Tenemos un lado muy oscuro y tétrico, y uno muy abierto a la vida, lo que pasa es que todo este lado oscuro vende más”

Cuando hablas de cine, literatura, fotografía mencionas autores (Ingmar Bergman, Woody Allen, Nietzsche...) que tienen cierta querencia por la reflexión, lo triste, lo oscuro... ¿Te atrae esa cara de la vida?

Ahora ya no leo tanto ciertas cosas... Eso es una máscara también. Pero eso me hizo aprender la parte más oscura del ser humano, la más sensible también, porque el ser humano es muy sensible. En el fondo somos dos caras de una moneda. Tenemos un lado muy oscuro y tétrico y uno muy abierto a la vida, lo que pasa es que todo este lado oscuro vende más. Siempre vende más una canción triste, un pintor triste, una película triste, que una historia feliz. Hacer reír es muy difícil, hacer llorar es fácil. Aprendí mucho de todo eso. Es un refugio. Cuando uno se siente flojo, débil o no se sabe adaptar al mundo, lo que inmediatamente busca es la tristeza y preguntarse: ¿qué sentido tiene todo esto? Ahí uno no dice: ¡Qué maravilla, hace un día de luz precioso!

¿Por qué crees que el arte arrincona la alegría?

Porque ese estado no se ha desarrollado tanto en el hombre.

¿Qué es la felicidad?

Ahora mismo, por ejemplo. Hace un día precioso y estamos tomando una cerveza muy a gusto. Eso es la felicidad.

Durante mucho tiempo la música también fue felicidad para ti, pero terminaste tu trilogía con "Orilla" en 2012, según dijiste, "a duras penas". Después dejaste de hacer entrevistas, cerraste la gira y cuentas que te quedaste sin fuerzas para componer... ¿Cómo viviste aquel momento?

Mal. La música era el centro de mi vida y decidí dejarlo. Decidí dejar todo.

¿Culpaste a la música?

No, he tocado con gente que se tomaban la música como un deporte, desde otro lugar. Yo vivía otra parte. Pero no se puede culpabilizar a nadie ni a nada. Estaba dentro de mí. Exprimí la vida, pero si exprimes la vida se agota. Hay que saber dosificarla. Aunque, eso sí, cada uno vive la vida como le da la gana. Muchos criticaban a Antonio Vega... pero creo que el tipo era feliz, porque vivió la vida como quería. En realidad todos tenemos un miedo atroz a vivir la vida de verdad, hasta las últimas consecuencias. Defiendo la capacidad de autodestruirse si a uno le da la gana.

¿Tú has querido autodestruirte?

Sí. Quería morirme, pero la vida tenía otros planes para mí.

¿Cómo lo supiste?

Por las señales. He tenido muchas ocasiones para acabar mal, muy mal, pero la vida me ha dado señales de "por aquí no". Lo que tienes que hacer es verlas. Por ejemplo, yo a los veinte años tuve una etapa muy suicida. Hacía canciones, me emborrachaba y hacía tonterías como tirarme a los pasos de cebra, me tiraba de los coches en marcha y no me mataba.

¿Tardaste en dejar esa etapa?

Sí, porque soy un poco bruto. Te empeñas y te empeñas y te empañas hasta que dices "se ha acabado".

Un tiempo después de la publicación de Orilla, empezaste a reponerte y a trabajar con Edu Martínez, un guitarrista que antes estuvo a punto de entrar en la banda, y que empieza a ayudarte a sacar la cabeza.

Sí, nos reencontramos y me dio mucho apoyo porque empiezo a trabajar desde abajo, con dos guitarras y mucho aguante, porque cuando no tienes la cabeza centrada, no es fácil. Él aguantó mucho. Montamos muchas canciones, y luego igual que las montábamos las desechábamos. Me abrió mucho la mente musicalmente también, porque Edu es un tío que tiene una gran sabiduría musical, me enseñaba otros caminos armónicos...

Un día en la playa me acordé de un amigo del instituto, Carlos Rioboo. Con él hice el primer concierto de mi vida. No sé por qué, pero le llamé. Él tenía un proyecto personal experimental. Charlamos, y me habló de Rober y de Mirko. Rober acababa de tocar con Leiva y antes con Pereza y Buenas Noches Rose, y Mirko había sido guitarrista de una banda de heavy en Argentina, Apocalipsis. Ellos eran un equipo. Me pareció maravilloso que además fueran amigos, y de forma natural empezamos a jugar y a hacer música.

Y así estuvisteis más de dos años...

Sí, fue todo muy despacio, tuvieron mucha paciencia. Por eso he hecho con ellos lo que no he hecho nunca en mi vida, que es darles derechos de autor porque se involucraron cien por cien, también en la composición. Me aguantaron días malos de sentarme delante de un micrófono y no saber qué hacer.

Luter
“La música era el centro de mi vida y decidí dejarlo. Decidí dejar todo”

¿Cuándo os planteasteis grabar un disco?

Antes grabamos una maqueta en el estudio de Rober. Se la enseñé a poca gente... No había nada ahí aún, me quedé con un tema de cuatro. Aún no era yo cantando ni escribiendo, y ahí se quedó.

Pero empezaron a nacer canciones, y volviste a pensar en Kolibrí Díaz para la producción, una elección peculiar pues los temas habían virado a una atmósfera más de raíz, que poco tiene que ver con las producciones del guitarrista de Marea... ¿La elección fue más personal que musical?

Si tienes un lazo con alguien que va más allá de lo musical te puede entender mejor. Kolibrí y yo, antes de hablar de canciones, hablamos de estados emocionales: cómo estaba yo, cómo estaba él, cómo estaba el mundo... Tuvimos una charla de amigos. Antes de sentarme a decirle "esto es lo que tengo", le conté primero cómo me encontraba. Para mí eso fue buenísimo. Siempre pienso que las personas que no escuchan lo tienen muy mal en la vida. Los que te preguntan cómo estás y te cuentan su vida, no saben ponerse en el lugar del otro. Kolibrí me preguntó cómo estaba y se puso a escucharme. Y yo a quien me escucha le cuento las cosas. Desde ahí pudimos partir. Ya sé que luego está la música detrás, y que mi concepto musical ahora era distinto, y eso también se lo conté. Le dije: "quiero ir ahí". Él no lo había hecho nunca, porque su manera de producir es otra, pero decidimos ver qué salía y hacer un viaje entre dos, entre más gente en realidad. Eso es muy bonito.

En el arte parece que la línea entre lo personal y lo profesional es tan fina que a veces se diluye, ¿no crees?

Claro, todo tiene que ver. Para mí no tiene sentido sentarme ahora con un productor que no conozco de nada y explicarle qué me pasa, de dónde vengo y a dónde voy. Kolibrí sabe de dónde vengo y hacia dónde voy.

Y juntos fuisteis hacia 333, un disco más americano que lo que habías hecho hasta ahora y con más colores. Aunque quedan aromas de tu rock urbano, están más difuminados, ahora el acento está en el blues, en el rock de los 70... ¿De dónde nace este cambio?

Todo parte de muchas conversaciones. Yo quería hacer un disco doble, con uno más eléctrico y otro más acústico, pero Kolibrí me dijo que si regalaba el acústico a la gente, no iba a tener sentido. Pero yo tenía canciones de todos los colores, así que todo empezó poco a poco a tomar forma, tras conversaciones con Kolibrí, con Edu, con Mirko, para tomar una dirección. Rober un día me da la pista adecuada, me dijo al sitio al que parecía que debíamos ir y fuimos a eso. Tenía una serie de canciones que tenían mucho aire a todo el rock como bien dices más americano de los años 70, incluso también de ahora. Fuimos ahí, a buscar en ese sonido. Eso sí, por encima de eso están siempre las canciones.

¿Necesitas que venga alguien a ponerte un poco de estructura y orden al caos creativo? ¿De ahí esas conversaciones?

Justo, eso es. Esas pistas me las dan mis músicos y Kolibrí. Pero sobre todo me marca una conversación con Kolibrí y otra con Rober, que me hacen tirar hacia un sitio, el que está en el disco. Una colección de 10 canciones con una misma identidad, una misma esencia.

Viajas a Navarra y tras una grabación accidentada (catarros, alergias...) llega el momento de poner nombre al disco. Abandonas las palabras para optar por los números: 333. ¿Qué simbología encierra?

Son muchas cosas. El 3 siempre ha sido un número muy místico. En las culturas orientales el 3 es el fin y el principio de las cosas: el 1 crea el 2 y el 2 crea el 3, y ya está, no hay más. Todos son múltiplos de eso. El 3 es el fin y el principio de algo. Además, el 333 aparece mucho en mi vida años atrás y empiezo a fijarme. Me despierto a las 3:33h., me doy cuenta de que mi fecha de nacimiento suma 33, la de mi madre y la de mi padre también. Grabando Orilla tuve un accidente con el coche que es el día 12 del 12 del 12. Cuando estaba haciendo el diseño del disco, propuse al diseñador un tipo de rojo que me gustaba y me dijo que era el 333A... Empiezo a darme cuenta de que el 3 anda pululando mucho por mi vida, y siempre aparece para bien. Para mí este disco es un punto de partida, es una búsqueda hacia algo, es la primera ficha. Es la cuadratura del círculo.

Hablas de acontecimientos positivos unidos al número 3. En tu anterior trilogía, en cambio, ponías títulos con connotaciones tristes: Añicos, Ignora... ¿Este disco es como un viaje hacia la luz?

Sí, todo tiene que ver. Además, no quería usar palabras, quería dejarlo a la imaginación.

Encargas la portada a Raúl Bellette y creo que entráis en una larga búsqueda de la portada adecuada, también cargada de simbolismo. ¿Qué encierra ese círculo?

Es un proceso larguísimo, de meses de conversaciones largas, que con otra persona no hubiera podido tener. Mi primera idea eran tres mujeres como la esencia de la vida, de ahí fuimos investigando y llegamos a los triángulos y otros símbolos. En todo este proceso, buscando el 3 en las cosas, Raúl me enseña un día el símbolo que aparece en la portada, que es el ensô, un símbolo japonés que es como un cero, un círculo que representa todo esto, el principio, el fin de las cosas, el vacío, el universo. El ênso era perfecto, resumía todas nuestras conversaciones.

La primera portada que se hace va dentro, está en el disco. Son tres ensôs, pero quedaba todo muy vacío y empezamos a trabajar sobre eso. Raúl le dio vueltas y mezclamos eso con la idea de la triqueta, que también me gusta mucho. Y al final, la triqueta, si la llevas a un punto más moderno es un cohete, así que aparece un cohete que despega dentro de unos ensôs... Son un montón de símbolos. También hay tres hormigas, y tres treses del despertador que me despertaba.

Y en esta portada ya no hay logotipo, porque el nombre es tu propia firma, de tu puño y letra.

Sí, no me apetecía buscar un logo ni una tipografía. Un día pensé: si la propia letra que tengo soy yo. Y como es el principio de todo, pues aparece mi nombre firmando tu obra. De hecho, está en la parte inferior derecha, que es donde la gente firma cuando realiza una obra.

Vamos a entrar en el disco. El primer corte, 'Hagamos que pase', es una puerta abierta que conecta tu pasado musical y tu presente. Además, arranca con esa luminosidad que mencionabas.

Es la intención. El orden lo eligió Kutxi, he de decirlo. Yo me volví un poco loco y me dijo: "¡Qué mal eliges siempre los órdenes, en Orilla pusiste todas las buenas al final!" [ríe]. ¡Hagamos que pase' es la canción más Luter de la época anterior. Era un punto de conexión. También es una declaración de intenciones, un "venga, vamos a hacer que las cosas funcionen, que las cosas vayan". Esa canción tiene un punto muy mágico, muy de refugio. Cuando la escribí, lo único que pretendía era que si alguien se encontraba en la misma situación que yo alguna vez pudiera tener una canción en la que refugiarse o esconderse. Un mundo mágico donde estar un ratito, tres minutos.

¿Cuáles son tus refugios?

Los de una persona inquieta. El arte, la literatura, la música. También la vida sencilla. Sentarme a tomar unas croquetas, una cerveza, pasear, charlar.

Dices en esta canción: "Escribiré para salvarnos del tic-tac de los relojes". ¿Por qué esa obsesión con el tiempo en tus letras?

Yo no me fijo nunca en el tiempo, me fijo en el valor que tiene el tiempo. Jamás he dicho "no tengo tiempo". Me parece una expresión horrorosa. Me parece que el tiempo, para empezar, no existe. El concepto del tiempo no existe, me parece absurda. El tiempo no es más que la convención, pero está siempre ahí fuera. Tienes que comer a una hora, trabajar a una hora... la gente se ducha a una hora.

¿Para qué está entonces el tiempo?

El tiempo está ahí fuera y está bien para utilizarlo y no volverte loco. Si no tuviésemos relojes ni tiempo el ser humano se habría vuelto loco, pero hay que saber esconderse de él, burlarle. Es importante saber dónde están las puertas de salida del tiempo.

¿El tiempo es una jaula?

El tiempo crea prisiones en el ser humano. Es lo que hace que el hombre no se revolucione, que no pida, que no ame, que no quiera. Porque está metido en un tiempo concreto. Un tiempo en el que tiene que vivir, en el que tiene que desarrollarse, crecer... siempre hay un horario. La gente dice: "Tienes esta edad y no tienes hijos", "tienes esto y no has hecho esto". Tú eso no lo tenías concebido cuando tenías 15 años y te dijeron lo que se hacía a cada edad. ¡Qué gilipollez! Pues así con el día a día también. Esconderse del tiempo es bueno.

Y hablando de jaulas y libertades, tu segundo corte, 'La Orquesta de la Libertad', vuelve a hablar de abrirse al mundo.

Esta canción yo no la entiendo muy bien. El otro día me dijo Antonio, el dueño de la casa donde me alojo cuando voy a Pamplona: "Algún día te explicaré lo que significa esta canción, que tú aún no lo sabes". Y esto va a sonar un poco pedante, pero los creadores siempre digo que son los intermediarios entre los dioses y los seres humanos. A veces no sabes qué coño estás contando. Y muchas veces las canciones no sabes de dónde salen ni de dónde vienen ni a dónde van. Creo que hay algo maravilloso, el artista es canalizador. A mí me pasa con esta canción como con otras muchas, que no sabes de dónde vienen. Sé que es una canción de apertura y de alguien que dice: vale, he llegado hasta aquí, lo siento, he sido un montón de cosas no sé si buenas o malas, pero he venido a decirte que sí, no que no. No he venido a ponerte condiciones ni a decirte cómo se hacen las cosas. Sólo he venido a decirte que sí, que podemos hacer algo juntos. Creo que es un mensaje maravilloso para la humanidad: podemos hacer cosas, podemos compartir.

¿Vivimos más en el "no" que en el "sí" ?

Parece que la vida va de imponer tu verdad. En las conversaciones, en lo que ves por ahí... uno impone la verdad sobre el otro y el otro igual. Está la verdad de uno, la del otro y la auténtica verdad, que es la que nunca sale.

¿Crees que existe una verdad absoluta?

Claro que existe.

¿Una verdad desde la perspectiva platónica?

La verdad existe como entidad única e inamovible, otra cosa es la imaginación del hombre y lo que interpreta el hombre. Tú interpretas una cosa, yo interpretaré otra, la cuestión es que si tú impones tu verdad la vas a llevar a cabo. Hay alguien que se inventó: yo soy superior a ti, y ahora me vas a hacer un palacio, y yo te voy a decir que la verdad del mundo es ésta, lo que dios quiere decirte es esto. Esas personas me dan muchísimo miedo, aquellas que quieren gustar a todo el mundo, las que tienen una verdad por encima de todos los hombres, esas personas que dicen "me encantaría llegar a convencer a todos, me encantaría que mi disco le gustara a todo el mundo". ¡Qué miedo me dan!

Luter
“El amor es un invento del hombre maravilloso. Es una mentira preciosa”

Seguimos hablando de "la verdad", porque la verdad del nuevo Luter aparece en 'Veterano del Vietnam', una canción con un aroma tan americano como su título...

Esa canción es ponerte un espejo y ver qué ocurre dentro. Es una de las canciones del disco que cuenta más cosas de dentro pero como si hubiera un interlocutor, como si hubiera otra persona ahí fuera, el otro yo. Esa canción tiene mucha miga porque cuando empiezas a cuestionarte quién eres, ese conócete a ti mismo -como decían los griegos-, te das cuenta de que cuando te alejas de todo empiezas a ver la verdad de las cosas y la mentira, que es el estribillo. Un poco como Zaratustra.

¿Necesitas alejarte de todo para ver la verdad universal de la que hablabas?

Eso lo puede hacer cualquier persona. Cualquiera, cuando lea esta entrevista, estará en el metro, en su casa, en el ordenador, volviendo de la huerta... o en su día a día medido, con sus horarios. Si en ese momento lo deja todo, deja de leer y se aleja de su verdad del mundo, se va al bosque, y está tres horas andando solo sin ruido, sin un idiota que pase con una bicicleta del Decathlon, empieza a ver la verdad y la mentira de las cosas, porque forma parte de la tierra. Alejado del ruido ves la verdad de la vida. Eres un ser que está formando parte de un todo que es el mundo.

¿El ruido nos hace vivir en la mentira?

Claro. Y es maravilloso. El amor también es un invento del hombre maravilloso. Es una mentira preciosa. Existe, pero todos sabemos que el amor es un invento. Tú puedes sentir algo hacia alguien apasionado, pero al final de todo eso hay una sensación tuya que te creas.

¿Es mentira el concepto que nos han vendido o es mentira el amor en sí?

El amor es verdad, es el concepto que Walt Disney nos ha vendido el que es mentira.

Hablando de amor... hablemos (de nuevo) de Kutxi Romero...

Al que quiero mucho, sí [ríe].

Él ha hecho la letra de 'Persiguiendo estrellas', otro de los temas del disco. ¿Le pediste tú que la hiciera? Parece un texto escrito por ti...

Le enseñé la melodía un día y me dijo que le gustaba mucho y que no la cagara. Me metió mucha presión y fui incapaz de escribir la letra, así que le llamé y le dije: escríbela tú. Hasta hace bien poco no comprendía esa letra, y Kutxi lo que ha contado es lo que me ha pasado en estos últimos años, del desierto que he atravesado. Es una canción maravillosa. El título lo puse yo, todo lo demás es suyo.

Lo de las estrellas viene de algo de hace mucho tiempo. Yo escribí una canción llamada 'A granel' hace años que dice: "es de cobardes comer estrellas". A Kutxi le gustó y empleó ese concepto en su canción 'El día que lluevan pianos", que dice: "como si esta noche me fuera a comer las estrellas una a una". Y esta canción volvía a retomar ese concepto.

Ahí la letra dice "de qué sirvió tanto llorar", y en 'Anda de pie', otro de los cortes del disco, vuelves a preguntarte "para qué llorar, si lo que importa es el tiempo". Va de llantos este disco...

'Anda de pie' está dentro del disco porque es premonitoria. La hice hace un montón de años pero tenía que estar en este álbum. Yo no sabía llorar, en este tiempo he aprendido a hacerlo. No lo veo como algo horrible. Lo he aprendido y tengo que reflejarlo en mis canciones. Pero lo importante es la vida, salir a la vida, porque quedarse enganchado en el llanto no es bueno. Y eso es lo que me pregunto.

En tus discos son habituales las referencias literarias y cinematográficas. En esta canción aparece "el idiota de Tintín"...

Sí, "fui para Sevilla pero luego volví, tu nombre me seguía como Haddock al idiota de Tintín". Me hace gracia...

¿Tú no eres más de Súper López, Mortadelo y Makinavaja?

Sí, sí, Makinavaja por encima de todos. Después, muy lejos, todos los demás.

¿Qué tiene Makinavaja?

Es un tipo que atraca bancos pero no para dárselo a la gente, no es un Robin Hood. Roba al rico para divertirse, es maravilloso [risas]. Makinavaja es filosofía pura. Cómo vive, lo que cuenta, lo que piensa del mundo es filosofía. A él lo que le importa es estar en un mismo sitio, con su gente... Es muy extensa su filosofía para desgranarla aquí. Kutxi y yo quedamos en hacernos un tatuaje de Makinavaja. Él se lo hizo y yo no.

¿Te has echado atrás?

No, yo le dije que si alguna vez me hiciera un tatuaje sería ese. Entonces Kutxi me lo dejó pagado. Y siempre que voy a verle, me dice: ¿Cuándo te vas a hacer el tatuaje? Ya hace tres años y pico...

Este disco tiene un blues magnífico, muy BB King, 'Se acabó la tontería (Doble Nelson)'. ¿También hay algo de cómic aquí?

Pues es curioso, porque esta canción me surgió un día leyendo dos cosas: el "On The Road" de Kerouac y "Mortadelo y Filemón, Mundial del 82". En el cómic, Mortadelo para un balón con el pecho y se hace añicos, le destroza, y eso me dio que pensar. Me recordó algo que pasa mucho en el momento actual, social y político. A veces mordemos más de lo que podemos masticar, paramos los balones con el pecho sea lo que sea y pase lo que pase. Habla un poco de este momento que atravesamos.

La Doble Nelson es una llave de la que es difícil zafarse. ¿Es que no podemos salir de esta situación?

Esa llave te inmoviliza, que es lo que nos ocurre ahora, que estamos inmovilizados. No somos capaces de salir a la calle y montarla de verdad. Queremos un trabajo, una casa, desarrollarnos... y no lo hacemos porque nos han inmovilizado. Esa letra habla un poco de eso: se acabó la tontería, esa época nueva tiene que llegar. El estribillo habla de Prometeo, que robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. Dice: "dime qué quieres ahora de mí, yo robaría el fuego, pero prefiero amar como si fuese un paria". En el fondo es el amor lo que puede salvarnos.

'Ceros y Unos' es otro de los temas altamente emocionales del disco. Un medio tiempo de los que mueven las tripas.

Esto es muy de 'Veterano del Vietnam', la idea es parecida. Es de nuevo una pregunta que me hago a mí mismo todo el tiempo. Quién va a hacer todas estas cosas si no estás. Porque cuando uno tiene ansiedad, se apaga. Cero y uno viene del apagado y encendido. O estás apagado o estás encendido, no hay término medio.

¿Hay mucha gente desconectada o apagada por el mundo?

Sí, mucho. Ya lo hemos hablado, el Prozac se vende a espuertas.

¿Es más sencillo vivir desconectado?

Mucho más sencillo. Es mucho más sencillo tomarte una pastilla y estar viendo Operación Triunfo o Gran Hermano que estar por ahí viendo el mundo.

¿Tú siempre has estado conectado?

He pasado épocas en las que no. Pero siempre he tenido una lucecita dentro, si no hubiese tenido esa lucecita no sé dónde habría acabado.

La canción dice: "Puedo derrotarme pero nunca estar destruido".

Ese es justo el resumen de esa canción. La lucecita de la que te acabo de hablar.

Luter
“Nunca he escrito bebido ni drogado ni a las cuatro de la mañana, he escrito con luz y con vida”

¿Es una adicción para los creadores derrotarse para crear? ¿Tiene que haber un tsunami emocional para componer?

No es realmente necesario, pero es evidente que si atraviesas una época difícil te surgen más ideas. Las crisis siempre estuvieron llenas de ideas. No digo que haya que quedarse ahí. Si te ha pasado algo que te toca dentro escribes, si estás feliz haces otras cosas. Parece mentira, pero yo soy escritor diurno, no nocturno. Nunca he escrito bebido ni drogado ni a las cuatro de la mañana, he escrito con luz y con vida. No hay tristeza dentro de todo eso. No hay ese "voy a escribir una canción oscura ahora que son las 4 de la mañana y estoy hasta las trancas de beber". No, sé que es importante pero no lo creo. Creo que es un poco pose. Si quieres contar algo lo cuentas, aunque es verdad que estar jodido ayuda. Además, luego la gente es lo que quiere ver, lo hemos hablado al principio, la tristeza vende, la alegría no.

Me siguen maravillando tus títulos. Parecen micro historias. 'No hay quien me gobierne' es el título de otro tema...

En el título está todo. Soy un guerrero [risas].

Guerrero no sé, porque en esa canción cuentas que te cuesta definirte. ¿Lo intentas?

No puedo, es imposible. Me gustaría, pero no puedo. Si me tuviera que definir diría, vale, soy artista, pero vivimos en una corriente en la que es mucho mejor ser poliédrico. En tu currículum se valora que hayas hecho 25.000 cosas cada una de su padre y de su madre, doscientos cursos... Se valora, pero no vale para nada, que es lo que cuenta la canción. Si te dedicas a algo en la vida, a una cosa, al final llegas a algún sitio. Si tienes 25.000 oficios y has probado de todo no llegas a nada. Por eso dice: "En este mundo la contradicción tiene más peso quizá que un secreto a gritos en mitad del desierto vivo". La gente no se da cuenta de que esto una bola que da vueltas alrededor del sol. Nada más. La tierra gira encima de un eje y da vueltas.

Tú das vueltas en 'Crucigrama', una canción construida como si fuese una road movie. Nunca habías compuesto de ese modo, cantando escenas. ¿Cómo surgió?

Eso parte de una conversación que he tenido mil veces con mis padres, esa de "no te importa nada, tú sólo quieres ser feliz...". Luego sales de su casa y te das una vuelta para ver qué pasa por el mundo, por el barrio, por la ciudad... y ves televisiones encendidas con fútbol, chicas guapas que pasan en minifalda... Y de nuevo surge la pregunta que te haces a ti mismo: ¿Dónde estás tú en todo eso? Siempre es la misma pregunta en este disco, qué pasa dentro de mí, qué ha ocurrido dentro de mí en este tiempo.

¿Has perdido mucha gente en este tiempo?

Todos los que tienen que desaparecer desaparecen, y eso es muy bonito también. Y necesario. Y es así como tiene que ser.

Al final, cierras el disco con 'Buffalo Bill sigue vivo', un "baladón" que parece un canto a la supervivencia, ¿es así?

Es mi favorita del disco. Es como retomar otra vez la fuerza y decir "aquí estoy". Soy un cazador de bisontes y lo voy a ser toda la vida, pase lo que pase [risas]. Es una reflexión a lo que queda por vivir, que es mucho. Es como no haber ni empezado a hacer cosas. Es seguir vivo, seguir haciendo, recordar un poco lo que has hecho pero ser constante pase lo que pase. Si tienes una buena o mala racha y te va bien o peor en la vida, tienes que ser constante. Muchas veces, cuando nos vemos mal, abandonamos todo, nuestras ideas, nuestra esencia. Esta canción es un canto a todo lo contrario: a la continuidad y la lucha.

Por África Egido

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